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Enviado especial EL TIEMPO @PabloRomeroET
Crónica Pablo Romero
Uno no quiere pisar, da cierto pudor tener que atravesar el lugar, pasar por encima de tantos desconocidos. Uno no quiere molestar a nadie, como si a alguien allí debajo le importara. Pero no hay atajo, hay que avanzar, unos 60 pasos, con un movimiento a la derecha, otro a la izquierda, un zigzagueo para incomodar lo menos posible. Hay que llegar al árbol que se alza en todo el centro, único, radiante, y que parece la equis de un tesoro. Ahí, justo ahí al lado, bajo su sombra eterna, y donde se ondea una bandera de Brasil, que bien podría ser una bandera a cuadros, se ve la lápida, es dorada, rectangular, brillante, con el nombre que confirma que este es el lugar: Ayrton Senna da Silva, tumba número 0011. Es el cementerio de Morumbí, son las 12 del mediodía en São Paulo, Brasil. Hace calor, pero ventea. Todo es silencio. Hasta allí no llegan los bocinazos, no se escuchan gritos, ni voces ni susurros, ni siquiera se sienten los pasos. Allí no suena ni el viento. El aire no trae ecos de ninguna parte, como todos los cementerios, solo que en este descansa Senna, el hombre que vivió del ruido, la velocidad y el estruendo de los motores. No importa cuánta gente vaya a conocer su tumba, allí reina el silencio. En la entrada, un hombre de bigote blanco y uniforme que revela que es el encargado de la seguridad sale al paso, con cara de pocos amigos. "¿Qué quieren?", parece decir. El taxista, que habla portugués, le dice una sola palabra: "Senna", que suena como un código de entrada....