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La ciudad surgió hace un siglo con la entrada de los caucheros. Su segunda bonanza, sin embargo, está aún por llegar.
Para el censo de 1993 Florencia acababa de cumplir cien años. Otras ciudades de población similar, como Sogamoso, Riohacha o Buga, le llevaban más de tres siglos de ventaja. Puede que en tiempos de la Conquista hubiera pasado por estas tierras -en todo caso sin dejar rastro Hernán Pérez de Quesada, aquel hermano díscolo de Gonzalo Jiménez que incesantemente buscó El Dorado y que murió luego decepcionado y preso, víctima de un rayo en las costas de la Guajira.
Cierto es que muchos aventureros en busca de quina primero, y de caucho después, así como uno que otro misionero, recorrieron antes estas tierras del piedemonte amazónico. Pero la verdadera historia del poblado de Florencia se inició exactamente el 25 de diciembre de 1902, cuando el misionero capuchino Doroteo de Pupiales bautizó el caserío de La Perdiz con el improbable nombre de aquella ciudad italiana que fuera la capital del Renacimiento.
En el mundo, ese primer decenio del siglo XX fue una época de grandes cambios. En Carolina del Norte los hermanos Wright volaron por primera vez, y no muy lejos de allí Henry Ford inició la producción en cadena de automóviles. Einstein y Freud -cada uno por su lado, menos mal- impulsaban sus teorías revolucionarias de la física de los átomos y del poder de las emociones larvadas. Más importante para nuestra historia, el mercado de las bicicletas primero y de los automóviles más tarde estaba empleando cada vez...