John V. TOLAN, Sarracenos. El Islam en la imaginación medieval europea (traducción de José R. Gutiérrez y Salustiano Moreta), Valencia, Publicacions de la Universitat de València, 2007. 333 páginas.
Hace décadas que la historiografía del Occidente medieval dejó de centrarse fundamentalmente en el sujeto cristiano para volver la mirada hacia el otro, sea éste marginal o simplemente minoría discordante en la sociedad, bien para descubrir este colectivo situado al margen del relato histórico tradicional o para aprehender con mayor sutileza la mentalidad del súbdito cristiano a través de su consideración de ese elemento extrínseco al cuerpo místico, o sea a su identidad social, cultural y sobre todo religiosa. Es en esta línea en la que podemos clasificar la notable aportación de John V. Tolan, Sarracenos. El Islam en la imaginación medieval europea (recién traducida al castellano de su versión original inglesa, Saracens. Islam in the Medieval European Imagination, publicada en 2002 por Columbia University Press).
El tema que aborda Tolan no tiene que ver -como el título puede erróneamente dar a entender- con la visión occidental del musulmán en la Edad Media. No trata tanto de la percepción sobre los sarracenos -término con gran solvencia en este periodo que designa al musulmán- como de la consideración que manifestaba el mundo occidental del Islam como religión y no como colectivo religioso. Es una obra que examina el enfrentamiento cristiano-musulmán en el plano teológico. Se centra esencialmente en un sucinto análisis de los principales textos religiosos anti-islámicos surgidos en Europa entre los siglos VII y XIII, sin perder de vista un repertorio literario que incluye cantares de gesta, crónicas seglares, códigos jurídicos, que a pesar de no abordar directamente el debate teológico, son el vivo reflejo de la desfiguración taimada de la religión musulmana por parte de un Occidente atemorizado.
La primera obra -aún hoy referencia insoslayable- que asumió la contundente tarea de abstraer las imágenes del Islam a partir de un dilatado corpus de literatura polémica anti-islámica fue Islam and the West. The Making of an Image, del británico Norman Daniel, publicada por primera vez en 1960. Han tenido que pasar más de cuarenta años para que un historiador replanteara una tarea similar que incluyera las investigaciones especializadas efectuadas desde entonces (dos años después de Islam and the West salió la amena obra de R.W. Southern, Western Views of Islam in the Middle Ages, aunque es más un corto ensayo que una nueva aportación). Muchos especialistas -arabistas y medievalistas- han examinado a lo largo de estos años con diversa metodología y enfoque la imagen occidental del musulmán, como es el caso de Jacques Waardenburg, Maxime Rodinson, Philippe Sénac, Ron Barkai o Franco Cardini por mencionar sólo algunos de los que más repercusión académica han tenido. Pero Tolan es el primero en tomar el relevo de Daniel en lo que concierne a la concepción medieval europea de la doctrina islámica propiamente dicha.
Sarracenos. El Islam en la imaginación medieval europea no pretende reemplazar la honda, sutil y compleja obra de Daniel. El propósito de Tolan en su obra es doble. En primer lugar, el autor vincula la elaboración de estas imágenes polémicas al contexto espacio-temporal en que surgieron. Si un fallo se le puede achacar a Daniel es de haber prescindido de un análisis cronológico a cambio de un planteamiento temático en el que las diferencias temporales entre los siglos IX y XIV tienden a desdibujarse. Tolan hace un recorrido en tres etapas sucesivas que subsana esta deficiencia, donde intenta desentrañar por qué los autores cristianos que analiza optaron por una concepción u otra del Islam. En segundo lugar, Tolan pretende que su estudio se entienda en clave más amplia: hace hincapié en el proceso de construcción dicotómica de la identidad a partir de la difamación del otro, es decir la fabricación de una imagen de sí mismo no tanto a partir de elementos propios objetivos o subjetivos sino como contraposición a lo ajeno representado como deleznable y repudiable. De esta manera, Tolan pretende identificar las raíces medievales de actitudes que, según él, aún lastran hoy en día.
Aun sin ser tan exhaustivo como Islam and the West de Daniel, la obra de Tolan es un estudio sintético, diacrónico, de longue durée, que incluye un amplio canon de fuentes narrativas, cuyo análisis hermenéutico él mismo lleva a cabo, sin dejar de consultar los respectivos estudios especializados sobre la literatura de estos polemistas medievales. Un amplio número de capítulos de Sarracenos está parcialmente basado en ponencias y artículos que ha venido exponiendo incansablemente este profesor de la Universidad de Nantes en los últimos años.
Se trata de una monografía totalmente accesible gracias no sólo a que tiene en cuenta la evolución de las imágenes a través del tiempo, sino que además las sitúa en su debido contexto histórico. Tolan se esfuerza por tratar los textos en su discurso narrativo como producto del lugar y de la coyuntura política, social, y cultural en que se engendraron. Se agradece que en Sarracenos se expongan sucintos datos biográficos de cada uno de los autores de los textos medievales para entender su procedencia, su experiencia, su bagaje cultural y por ende su producción polémica o apologética antes de desgranar su argumento. Esto permite al estudiante o medievalista no familiarizado con todos los autores seguir el hilo de su razonamiento, algo que resulta una ardua tarea con la obra de Daniel si uno no es especialista. Es más, ahora Islam and the West se hace accesible con la lectura previa de Sarracenos de Tolan, de ahí que funcione también como una excelente introducción erudita al tema.
No obstante, resulta algo artificial el intento que hace Tolan de acoplar la influyente teoría de Edward Said sobre el orientalismo en su análisis histórico. Said elaboró una crítica historiográfica sobre las miradas de estudiosos ingleses y franceses de los siglos XIX y XX hacia el mundo musulmán u oriental, pero su tesis está muy alejada del proceso que examina los prejuicios de los autores medievales sobre el Islam. Mientras que la teoría de Said es muy sugerente y plenamente vigente para una crítica historiográfica contemporánea, no hay que confundir historiografía con historia, o intentar trasplantar forzosamente la lógica de uno sobre el otro como en ocasiones hace Tolan en Sarracenos. El autor podría haber prescindido completamente de la jerga post-colonialista, que se antoja algo anacrónica, sin afectar en lo más mínimo al fondo de su discurso.
En la primera sección del libro (capítulos 1-3), Tolan expone los fundamentos del debate donde nos ofrece la representación mutua de musulmanes y cristianos. El primer capítulo indaga en la vertiginosa lucha conceptual para hacer inteligible algo foráneo según los cristianos de Occidente en los siglos VIII y IX. Para ello era preciso rebuscar en las fuentes de la auctoritas cristiana (i.e.: la Biblia y la literatura patrística), la única válida según la mentalidad alto-medieval. Pocas certezas encontrarían estos desorientados pensadores cristianos a través de la exégesis de textos elaborados antes de que naciera el Islam. Por consiguiente, tuvieron que insertar esa nueva y resbaladiza doctrina dentro de una casilla predeterminada del otro religioso como hereje, pagano, judío o como el mismo Anticristo. Tolan aborda estos temas teológicos en Isidoro de Sevilla y sus ampliamente difundidos escritos de los que echaron mano los primeros polemistas cristianos. Isidoro, inspi- rado en la metodología historiográfica romano-imperial, se basó en los escritos clásicos de la Iglesia, donde se podían encontrar fortuitas referencias a los sarracenos pre-islámicos. A partir de su obra, los primeros autores cristianos que querían entender quiénes eran estos nuevos sarracenos que habían conquistado la mitad del antiguo imperio romano lograron filtrar mentalmente la llegada de un nuevo sujeto ajeno e integrarlo de forma ordenada en su plan divino.
Para entender la distorsión que efectuaron los cristianos de la doctrina musulmana es fundamental conocer el punto de vista islámico sobre un elenco de cuestiones teológicas extraídas del Corán, el Hadith y otros textos primigenios del Islam. Esta otra cara del enfrentamiento la desarrolla el autor en el segundo capítulo. Debido a que gran parte de los textos anti-islámicos utilizaron primero la vida de Mahoma y luego la teología cristológica islámica como blanco fácil para desvirtuar la nueva religión, se exponen los elementos originales de ambas cuestiones para contrastar de qué manera y hasta qué punto tergiversaron los cristianos las fuentes islámicas.
En el tercer capítulo surgen las visiones de la primera comunidad cristiana que tuvo contacto directo con el Islam a través de las conquistas árabes de Siria y Palestina. Muchos de estos cristianos eran monofisitas que interpretaron las invasiones como azote divino al Imperio Bizantino, castigado por la represión que los melquitas de Constantinopla ejercieron contra ellos. Luego, con las contundentes conversiones al Islam, se tachó a Mahoma de precursor del Anticristo, idea difundida a través del falso tratado profético Apocalipsis del Pseudo-Metodio. A continuación, se adoptaría la conceptualización que más solvencia llegaría a tener en Occidente, el de herejes, como hace patente la influyente obra de Juan Damasceno. Finalmente, la obra árabe-cristiana Risâlat al-KindÎ inaugura un tono amistoso de discusión tolerante que, no obstante, acaba concluyendo que el Islam es una espiritualidad mundana cuyos devotos son esclavos del ansia por el poder, la riqueza y los placeres carnales.
La segunda parte (capítulos 4 a 6) se centra plenamente en la visión occidental del fenómeno espiritual islámico cubriendo los siglos VIII a XII. Por una parte, Tolan contrasta el anterior legado con la imagen espuria procedente de la Europa que quedó al margen de las incursiones islámicas donde las noticias eran escasas y nebulosas. Por otra, el cuarto capítulo está dedicado fundamentalmente a los autores hispanos que tenían conocimiento de primera mano, tal como reflejan las crónicas de los siglos VIII y IX y el movimiento de los Mártires de Córdoba, coincidiendo en muchos casos con los postulados bizantinos.
En el capítulo quinto, a través de fuentes del norte de Europa (en concreto cantares de gesta, hagiografías y la crónica de la primera cruzada) Tolan muestra un Occidente aún muy mal informado sobre la realidad islámica y con una imaginación desaforada donde predomina el arquetipo del sarraceno pagano. Tolan se muestra especialmente hábil en el uso de pasajes de crónicas de cruzada, como la de Pedro Tudebodo (ignoradas por la mayoría de historiadores por ser puro delirio de fantasía), pero que rezuman un rico imaginario responsable de perpetuar ciertas visiones distorsionadas del Islam.
En el último capítulo de la sección (el sexto) avanzamos en el tiempo al siglo XII, donde los contactos entre las dos civilizaciones han tenido tiempo de madurar y las refutaciones teológicas cristianas se encuentran mejor informadas, aunque no por eso menos sesgadas. La inflexión paradigmática se hace patente en la crónica de cruzada de Guibert de Nogent y en la lúcida obra del judeoconverso aragonés Pedro Alfonso, al igual que en la Collectio Toletana promovida por Pedro el Venerable en la que incluía la primera traducción del Corán al latín. En estas obras se impone un ataque frontal -a veces concertado- para tildar a Mahoma de heresiarca mayor.
La siguiente sección (capítulos 7 a 11) es la más ambiciosa al estar dedicada a la utilización de las imágenes para fines ideológicos concretos como conquista, misión o conversión. Tolan vuelve al ámbito hispano en el séptimo capítulo y se centra en el siglo XIII con la política de Jaime I y Alfonso X. La clave para el sometimiento del mudéjar al soberano cristiano está en el hecho de que Mahoma es el falso profeta: Jaime I se alza en rey cruzado y Alfonso X está destinado a restaurar el poder godo-leonés ilegítimamente usurpado por un pueblo que adora a un heresiarca. Ambos monarcas atribuyen un sentido teológico a su concepto de Estado basado en la confrontación religiosa.
Esta teología política se reproduce en Tierra Santa (octavo capítulo) con los planes de cruzada que resucitan los escenarios apocalípticos después de innumerables derrotas desconcertantes a ojos de los cristianos y la pérdida de Acre en 1291. La guerra santa no fue la única forma de luchar contra el infiel. Tolan analiza estrategias alternativas como la de los misioneros franciscanos (noveno capítulo) y misioneros dominicos (décimo capítulo). Resultan abismales las diferencias que existen entre ambas órdenes mendicantes. Los franciscanos, deseosos de recrear el drama apostólico y desprovistos de nociones elementales sobre el Islam, estuvieron más preocupados por el martirio que por la conversión del musulmán. Por su parte, los dominicos, como Ramón de Peñafort o Ramón Martí, con un cariz menos antagonista, despliegan una estrategia misionera algo más elaborada aunque igualmente deficiente en sus resultados.
El último capítulo (el undécimo) está dedicado íntegramente a la fascinante, compleja y a veces contradictoria figura de Ramón Llull, que ideó un planteamiento sui generis dedicado en exclusiva a la conversión del musulmán. Tolan hace un recorrido conciso a través de la evolución del pensamiento luliano con obras como el Libro del gentil y los tres sabios, Blanquerna, o el Liber de fine. A pesar de su originalidad -o precisamente por esa razón- la obra de Llull no gozó de demasiada aceptación y su fracaso fue igual de estrepitoso que las otras modalidades ideadas para hacer frente a la pugna contra el Islam.
Más allá del análisis hermenéutico, en una obra como Sarracenos es esencial indagar sobre la difusión del texto y su impacto ante un público en un momento dado. Aunque un texto puede ser indicativo del pensamiento de una época, si no tiene difusión no necesariamente refleja la mentalidad de una cultura. A pesar de que Tolan no busca aquí discernir concretamente la mentalidad, sí es consciente de la importancia de la vida propia de un texto y su impacto sobre una audiencia. Felizmente, allí donde es posible, Tolan procura no hablar de los textos en el vacío, sino ponderar su difusión y repercusión, de forma que el valor contextual de los escritos puede ser apreciado. Por ejemplo, Tolan lo pone de manifiesto con la obra de Pedro Alfonso cuya gran relevancia se dilucida no sólo gracias a la ubicua intertextualidad medieval, sino también a las numerosas copias medievales de sus obras que se han podido identificar.
La mayor deficiencia de Sarracenos no tiene nada que ver con la obra en sí, ni con su autor, sino con la edición y la traducción española. Es triste que una prensa universitaria que se precie, como PUV, no cuide sus ediciones rigurosamente como se espera de un medio científico. Hay un serio problema con la ortografía, especialmente de los nombres propios en árabe, inglés y francés, amén de las referencias bibliográficas extranjeras en las notas, plagadas de equivocaciones tipográficas. Es más, la traducción a cargo de José R. Gutiérrez y Salustiano Moreta es en demasiadas ocasiones imperfecta, como cuando hacen mención a «la orden dominicana» (p.206), o traducen erróneamente approach por «aproximación» (pp. 291 y 293), en vez de enfoque o planteamiento como requiere esta acepción. La abundancia de erratas llega a desvirtuar el sentido del texto: para calificar el proyecto cultural de Alfonso X hablan de «su basto [sic] programa de traducciones» (p. 219). Cabe esperar que en la siguiente edición todos estos errores se rectifiquen.
Pese a estas incongruencias ajenas al autor, Tolan consigue en Sarracenos un notable grado de amenidad y didactismo sin sacrificar la fina argumentación que transciende en su obra. Permite una primera aproximación (aquí sí) a la evolución medieval de la polémica occidental sobre la doctrina islámica. Se convierte en lectura obligada para todos los que quieran profundizar en este debate medieval que tanto ha caracterizado el enfrentamiento entre cristianos y musulmanes en el pasado, así como para los que estén interesados desde un punto de vista antropológico en seguir el desarrollo de un discurso de difamación como resorte consustancial a la creación identitaria.
Gonzalo CARRASCO GARCÍA
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