Resumen
Este ensayo explora algunas de las bases metapsicológicas sobre el tema de la mirada y de la importancia de la función del ojo en la producción teórica freudiana, a sabiendas de que ojo y mirada no son lo mismo. El presente abordaje se realiza partiendo de la diferencia entre visión y mirada para luego, conceptualmente, rastrear la función del ojo y el impacto de la mirada en la constitución de la subjetividad, sobre todo al nivel de la pulsión. Muy especialmente refiere a la teoría de las pulsiones, y a su repercusión teórica posterior, para inmediatamente aproximarse a sus primeros escritos psi coanal I ti eos, empezando con "Tres ensayos de teoría sexual". La sección substancial de este ensayo lleva al problema netamente metapsicológico de la "pulsión de ver" (Schautrieb) expuesto en textos como el mencionado de 1905 y "Pulsión y destinos de pulsión" de 1915.
Palabras clave: ver, mirar, pulsión, ojo, mirada, escópico.
EYE, GAZE, AND DRIVE
Abstract
This essay explores some of the metapsychological foundations about the gaze as well as the importance of the function of the eye in the Freudian theoretical production, aware that the eye and the gaze are not the same. The present approach starts from the difference between vision and gaze so that, conceptually, it can be traced the function of the eye and the impact of gaze in the first Freudian writings, especially at the level of the drive. It specifically refers to the theory of the drives and its later theoretical repercussion, to then immediately approach his first psychoanalytic writings, starting with Three Essays on the Theory of Sexuality. The substantial section of this essay brings the reader to the merely metapsychological issue of the "drive to see" (Schautrieb) exposed in texts such as Three Essays on the Theory of Sexuality from1905 and "Instincts and their Vicissitudes" from 1915.
Keywords: see, gaze, drive, eye, scopic.
OEIL, REGARD ET PULSION
Résumé
Cet essai explore quelques-unes des bases métapsychologiques sur le thème du regard et celui de l'importance de la fonction de l'oeil dans la production théorique freudienne, tout en sachant que l'oeil et le regard ne sont pas la même chose. Cette analyse est abordée à partir de la différence entre vision et regard, pour ensuite rechercher, de manière conceptuelle, la fonction de l'oeil et l'impact du regard dans la constitution de la subjectivité, surtout au niveau de la pulsion. Ce travail vise de façon particulière la théorie des pulsions et sa répercussion théorique postérieure et, par la suite, aborde les premiers écrits psychanalytiques à ce sujet, en commençant par Trois essais sur la théorie sexuelle. La partie essentielle de cet essai développe le problème nettement méta-psychologique de la "pulsion de voir" (Schautrieb) exposé dans des textes tels que Trois essais sur la théorie sexuelle de 1905 et "Pulsions et destins des pulsions"de 1915.
Mots-clés : voir, regarder, pulsion, oeil, regard, scopique.
Recibido: 25/05/14
Aprobado: 26/07/14
Con múltiple espejo captaba yo aún su mirada cuando su boca estaba cerrada, para que me hablaran sus ojos. Y sus ojos me hablaban, en efecto.
Friedrich Nietzsche
Introducción
Los temas del ojo, la mirada y la pulsión son conceptos que aparecen recurrentemente en la obra psicoanalítica de Sigmund Freud. Ya en sus Cartas de adolescencia, Freud se pregunta sobre el influjo de la mirada y el poder del ojo en el ser humano: al igual que en el amor, el malestar entra por los ojos -diría el joven Sigismund-. Mucho antes del descubrimiento del psicoanálisis, Freud se interpelaba sobre aquello del ojo que convoca al sujeto, dejando, de tal manera, su indeleble impresión. En septiembre de 1872, a la edad de dieciséis años, Sigismund Freud le escribe a su amigo de adolescencia, Emil Fluss:
Saliendo de Prerau, dos hermosas estrellas centellaron sobre mí. En este punto, deténgase usted un instante y guarde silencio: eran las estrellas de dos bellas pupilas. La niña comía mucho más despaciosamente que su madre, y después de cada bocado, dejaba que sus tímidos ojos pardos escrutaran a los comensales. Pero antes de que mi hambre primera fuese aplacada, incluso antes de darme yo tiempo para mirar fijamente esos ojos pardos, la madre impaciente se la había llevado lejos, con una pequeña hermanita. (Freud, 1969:171, traducción nuestra).
Así, desde su manceba edad, Freud mostraba un interés particular ante el impacto que le ofrecen los ojos del otro, y la repercusión incisiva de esa mirada en la configuración subjetiva del ser humano. Indagando desde sus bases, y en consonancia con sus futuros postulados teóricos, este ensayo rastreará la cuestión del ojo y la mirada a lo largo de la teoría psicoanalítica freudiana con el propósito de demostrar que, desde varios ángulos de observación, la mirada y el ojo "erótico" -vía la pulsión-,2 insisten en organizar la estructura del sujeto. Esta indagación se basa en dos textos freudianos fundacionales: "Tres ensayos de teoría sexual" (1905) y "Pulsiones y destinos de pulsión" (1915).
El órgano goza: el ojo entre la visión y la mirada
Existe un acto tan familiar y cotidiano, tan francamente humano, que es menester hacer un gran esfuerzo para identificar aquello de lo natural del acto que lo emborrona y lo torna "significante". No obstante, en tal intento, se resitúa su accionar y sus consecuencias. Refiere aquí al hecho de colocar "algo" ante los ojos, no solo para verlo sino para mirarlo. Por ello, tanto para lingüistas, médicos, y sobre todo, para psicoanalistas, existe una gran diferencia entre "ver" y "mirar", pues aunque ambos se sirven del mismo órgano motriz, cada acto en sí conlleva una experiencia peculiar y subjetiva. No todos los que ven, miran... o viceversa.
Por ejemplo, un animal, como el gato, que sobresale por su agudeza motriz de ver a lo lejos por la noche, es, no obstante, un ente privado de la capacidad de mirar. Por su parte, un individuo ciego, carente de sus órganos de la vista, podría estar dotado de la facultad de "mirar". Por lo tanto, la diferencia entre visión y mirada está relacionada con características de otro orden. El acto de ver es meramente pasivo por cuanto se ve todo aquello que se coloca ante el campo de la visión. La visión en sí consiste en ver al objeto que se atrae desplegando una acción complementaria de concentrar la atención ocular en el punto de llamado del objeto -foco del interés lindante-. Pero en ningún caso se produce una mirada. Para que surja una mirada, se requiere de una intencionalidad específica y de un gesto subjetivo particular. La mirada es entendida así como una construcción liada, compuesta de una cierta voluntad individual y un gesto que evocan, en lo inconsciente, la historia del sujeto mismo.
Al respecto, el Diccionario de la Lengua Española claramente distingue una diferencia puntual entre ver y mirar. Define a la primera como el hecho de "percibir por los ojos los objetos mediante la acción de la luz" (observar, conocer, examinar, considerar, advertir, parecer), mientras que adjudica al acto de mirar la función de "aplicar la vista a un objeto" (inquirir, concernir, pertenecer, tener algo en gran estima, complacerse de ello) (2001: 1875). Primero es la vista, luego aparece la mirada. Sin embargo, se puede deducir de ambas escuetas definiciones que la primera es un proceso pasivo, mientras que el segundo de los conceptos deviene activo. La diferenciación que establece la Real Academia Española es, empero, demasiado limitada, y no circunscribe sus alcances tanto fenomenológicos como metapsicológicos.
Por lo tanto, la visión implica una fijación global de ver lo que está en el mundo y lo que este le ofrece al mundo. Ver es observar el espectáculo imaginario del entorno donde únicamente se compromete el órgano de la visión -los ojos-. Así, ver es presagiar lo que de la imagen se espera. No hay enigma ni sorpresa en la acción de ver: el ver es prever porque lo que se realiza en dicha maniobra es una especie de reconocimiento de la exhibición del mundo, que es solo reconocimiento de las imágenes "preñadas" del yo. Por su parte, mirar no es ver porque lo que se compromete en la mirada es el ojo erótico, ese lugar que implica el cuerpo pulsional del sujeto. Así, ver y mirar se bifurcan en un punto nítido de fijación subjetiva y estructural.
Para el psicoanálisis, la visión no es la mirada porque la operación de la vista entraña la experiencia palpebral que va del sujeto a la cosa, o como mejor lo diría Jacques Lacan, de "la imagen fálica que habita en nosotros a la imagen neta del objeto" (1987: 105). Al contrario, mirar es un acto provocado por esa imagen plúmbea que viene del objeto hacia el sujeto, como si "eso" lo mirara e irremediablemente le incumbiera. Como tal, es una mirada que fascina, cautiva ahí donde el objeto tiene algo que decir: eso le compete al sujeto. En La mirada en psicoanálisis, Juan David Nasio (1992) explica que:
La vista, la visión, aprehende las imágenes pregnantes, mantiene esa relación continua bajo la égida de una sola imagen nuclear, invisible y referencial: la imagen fálica o falo imaginario. Eso es la visión, y el dominio ahí es fundamentalmente imaginario. La mirada, en cambio, opera cuando una luz exterior centellea, titila, y nos impide ver; digamos así: cuando estamos ciegos en la conciencia, miramos en el inconsciente (p. 49).
La vista es, pues, el momento inmarcesible por donde la cosa del mundo se le presenta al sujeto como cuadro, para ser vista, observada, fijada en su totalidad. Al contrario, la mirada es el acto que compromete al sujeto, quien queda capturado de facto por aquello de la cosa que se le presenta "concerniéndole". Bien lo apunta M. Negro de Leserre cuando asienta que:
[...] la mirada no tiene que ver con la visión, con el ver [...]. Esta última acción es la acción voluntaria de un yo que organiza la percepción en una Gestalt. Tampoco es el sujeto como objeto en tanto que mirado por el Otro, que es mi semejante" (2010: 177).
Mirar, por lo tanto, equivale a ser capturado por el sesgo del objeto que, en algún punto, le incumbe al sujeto, estructurándolo como tal.
Por los atolladeros metapsicológicos de la mirada: la visura freudiana
Esta sección explora las formulaciones metapsicológicas de la mirada y sus recurrentes constitutivos en la teoría freudiana. Así las cosas, la mirada tiene el poder de convocar los más atroces fantasmas, los más recónditos deseos y los más angustiantes traumas. En el punto de la mirada, el ojo se reviste de goce.3 Después de la propuesta freudiana sobre la pulsión escópica, los ojos del sujeto ya no pueden seguir viendo lo mismo: tanto el sexo entra por los ojos, como los ojos entran en el sexo. En el sentido netamente metapsicológico, se pasa de la acción de ver -lugar del órgano- al acto de mirar -circuito de la pulsión-.
El tema de la mirada en la propuesta freudiana tiene sentido a partir de la relación establecida entre un grupo de "representaciones" inconscientes que se debaten la supremacía psíquica del sujeto. Es decir, la cuestión de la mirada toma su valor contundente a partir de un ojo dúctil que ha sido erotizado en función de una pulsión, considerada parcial, en tanto la libido se ha depositado en el órgano palpebral que secunda la visión. Este proceso, bastante complejo, se elabora teóricamente en los trabajos metapsicológicos freudianos, los cuales toman dimensiones muy perfiladas. El análisis de los atolladeros pulsionales del ojo erótico y de la mirada estructurante del sujeto se inicia específicamente con "Tres ensayos de teoría sexual" pasando por diferentes textos que tratan sobre la importancia de la mirada y sus repercusiones constitutivas en los sujetos.
Los destinos de la pulsión de ver ('Schautrieb)
Tanto en "Tres ensayos" como en "Pulsiones y destinos de pulsión", Freud se aboca a la tarea de explicar y desarrollar lo que ocurre cuando un sujeto "mira". El acto de mirar conlleva consecuencias de carácter definitorio capaces de tornar al sujeto en neurótico, psicótico o perverso. En términos metapsicológicos, la mirada (infantil) es fundante y estructurante de la subjetividad. Las teorías presentadas en estos textos confirman la tesis que sostiene que las "anormalidades" de la sexualidad adulta son el presunto resultado de los componentes "perversos polimorfos" del comportamiento sexual infantil. Por ello, entre estas "desviaciones" del carácter y la sexualidad adulta constituida, existe una que le concierne al ojo absorto y eróticamente presente: "Tocar y mirar al objeto sexual" (Freud, 1985/1905: 142). Mirar, más que una acción llana, es un acto constitutivo trascendental. Esto se explica a partir de la moción freudiana sobre las pulsiones parciales, la sexualidad perversa polimorfa infantil, los pares pulsionales antitéticos y sus diferentes destinos, así como por la teoría de la libido y sus consecuencias posteriores en la vida del ser humano. Todo esto es lo que aquí se denomina "los atolladeros metapsicológicos de la mirada" por el hecho de que la pulsión, al carecer de un objeto preciso al cual dirigirse, dificulta el tránsito por una lógica definida de la pulsión de ver (Schautrieb). Pese a tales complicaciones teóricas, se aborda aquí el tema de la pulsión escópica, desde la perspectiva freudiana, asentando sus bases metapsicológicas, y de sus alcances distributivos en la vida psíquica del sujeto. Respetando los precedentes cronológicos del tema, se inicia este recorrido abordando los escollos epistémicos expuestos en "Tres ensayos".
La cuestión de la mirada en "Tres ensayos de teoría sexual"
"Tres ensayos de teoría sexual" (1905) es una de las obras capitales de Freud, no solo por su aportación al enigma de la sexualidad infantil, sino porque es el eje epistemológico desde donde trabaja el asunto de la pulsión escópica y la mirada. En la redacción primera de estos ensayos, Freud plantea la noción de "empuje originario de la pulsión de ver" (Schautrieb) y sus avatares propiamente "perversos" (Schaulust), sobre todo en relación con los fenómenos exhibicionista y voyerista. En esta propuesta sobre la teoría sexual infantil, Freud se percata principalmente que la mirada es un operador "originario" que recubre el enigma del falo en tanto constitutivo.
De la premisa "tocar y mirar el objeto sexual" parte la consecución del fin sexual "normal" (meta pulsional) del sujeto, cualquiera que este sea. Apunta Freud que "[...] el mirar [es] derivado en último análisis del tocar. La impresión óptica sigue siendo el camino más frecuente por el cual se despierta la excitación libidinosa" (1985/1905: 142, énfasis nuestro). Es decir, el infante tiene acceso a sus objetos de amor precisamente porque es capaz de explorar ese cuerpo suyo que le llama la atención, en tanto supuestamente le pertenece. Refiere esto al cuerpo propio del infante. El niño contempla el sexo que le incumbe por cuanto insiste en mirarlo y tocarlo para incorporarlo a su mundo subjetivo, y hacerlo suyo perpetuamente. De hecho, la impresión visual se constituye como el acceso más habitual por donde la excitación libidinal del sujeto es animada, ya que el objeto de esta pulsión, vía tocamiento de por medio, es seleccionado entre otros muchos. El ocultamiento del propio cuerpo sexual desnudo, requerido por la civilización misma, es, por lo demás, el responsable de mantener animada la curiosidad sexual del infante quien insiste en "contemplar"4 (mirar) el objeto, en virtud de este develamiento de las partes celadas. Ante la sublevación de estas máximas culturales, el placer de ver se convierte en una perversión licenciosa/silenciosa. Apunta Freud al respecto que:
Por el contrario, el placer de ver se convierte en perversión cuando: a) se circunscribe con exclusividad a los genitales; b) se une a la superación del asco (voyeur: el que mira a otro en sus funciones excretorias), o c) suplanta [verdrängen] a la meta sexual normal, en lugar de servirle de preliminar. Este último caso es, marcadamente, el de los exhibicionistas, quienes, si me es lícito Inferirlo tras numerosos análisis, enseñan sus genitales para que la otra parte les muestre los suyos como contraprestación (1985/1905:142-143).
Por lo tanto, para Freud, la impresión visual de que es objeto el infante define toda una taxonomía pulsional donde los bordes del cuerpo se erotizan dando lugar a la emergencia del deseo. En otras palabras, la huella visual infantil despierta el deseo sexual ahí donde la falta se inscribe apuntaladamente.
Por ende, el objeto sexual es siempre un objeto "percibido" (wahrnehmen) debido a que las "partes ocultas" del sexo se develan como complementariedad en la formación de la subjetividad del niño. No obstante, este objeto que convoca al sujeto en el punto ciego del deseo (ciego por su cualidad de inalcanzable e inasible) se muestra, paradójicamente, encubriéndose. El objeto de la pulsión del sujeto se presenta bajo dos caras de una misma moneda: posee una cara velada y otra visible. Al respecto apunta Lacan que "entre las dos caras pasa una línea de corte que el deseo del sujeto querría desplazar para que su ojo acceda a la totalidad del objeto" (1978-1979: s. p., [clase del 5 de mayo de 1979]). Esta relación dual del sujeto con el objeto de dos caras es el referente derivacional de este con su primer objeto sexual, el pecho materno:
La pulsión sexual tenía un objeto fuera del cuerpo propio: el pecho materno. Lo perdió sólo más tarde [...] La pulsión sexual después pasa a ser, regularmente, autoerótica, y sólo luego de superado el período de latencia se restablece la relación originaria. No sin buen fundamento el hecho de mamar el niño del pecho de su madre se vuelve paradigmático para todo vínculo de amor. El hallazgo [encuentro] de objeto es propiamente un reencuentro (Freud, 1985/1905: 202-203).
Por lo tanto, y de acuerdo con lo señalado por Freud en sus "Tres ensayos", el objeto sexual -libidinoso y pulsional- existe en virtud de un recorte subjetivo que separa el punto visible del objeto de su parte oculta; a saber, la madre misma. Por consiguiente, se denomina "objeto sexual" a aquella parte perceptible del cuerpo que la mirada separa de su lado oculto provocando un clivaje en la psique del sujeto en cuestión. Apunta H. Flout al respecto que "lo que no es separable del 'cuerpo' visible de la madre por la mirada no es objeto sexual" (1987: 144). Por lo tanto, el objeto sexual es siempre "parcialmente" visible, y cuya parcialidad se lleva a cabo a partir de un corte que ejecuta la privanza escópica. En otras palabras, el acto de pérdida de dicho objeto equivale a una pérdida terminante en el campo de la mirada. Aquí el objeto se desvanece, se difumina.
Tocar y mirar el objeto es entonces el empuje parcial que converge en la parte oculta del objeto. Por eso se recurre a la acepción de mirar y no de ver, pues el inconsciente está comprometido en la escopicidad del objeto "introyectado". Y a manera de ejemplo, en Filosofía del tocador, el Marqués de Sade ilustra de forma precisa y atinada el lado oculto del objeto que acontece ante la mirada (erótica) del sujeto:
Porque al repetir las actitudes en mil sentidos distintos multiplican al infinito los mismos goces para los ojos de quienes los gustan sobre esta otomana. De esta manera, ninguna parte de ambos cuerpos queda oculta: es preciso que todo esté a la vista; así son otros tantos grupos reunidos alrededor de aquellos a quienes el amor encadena, otros tantos imitadores de sus placeres, otros tantos cuadros deliciosos que embriagan su lubricidad y que pronto se convierten en su complemento (2001:237).
Este goce puntualizado por Sade responde a las propuestas freudianas de que el sujeto debe encontrarse con el lado oculto del objeto para hacer de él un objeto así llamado sexual. Dicho objeto imprime dos lados que remiten inevitablemente a dos lugares reluctantes pero continuos. Es decir, lo que propone Freud es aceptar que la mirada se compromete con dicho objeto ahí donde la vista se desvanece. Ante tal dicotomía indefectible, el sujeto se encuentra en los atascaderos de un fading5 escópico.
Se entra ahora al final del movimiento dialéctico del primer objeto sexual del niño -el pecho materno-. Freud propone que luego de la pérdida irreparable que constituye dicho objeto para el infans, este dirige su pulsión de ver a las partes más furtivas del objeto sexual. En este punto se menciona que el niño desarrolla una curiosidad plástica por ver los genitales de otras personas satisfaciendo así el empuje escópico del que son objeto: el niño pasa del pecho a los genitales. Dice Freud que "la pulsión de ver puede emerger en el niño como una exteriorización sexual espontánea que se dirige a los genitales de otras personas" (1985/1905: 174). Los genitales de otras personas pasan a ser el foco lindante de la pulsión escópica, campo donde el ojo se re-erotiza para acceder a los laberintos del deseo (del Otro). Confirma Freud que "puesto que la ocasión de satisfacer esta curiosidad se presenta casi siempre solamente al satisfacer las dos necesidades excrementicias, esos niños se convierten en voyeurs, fervientes mirones de la micción y la defecación de otros"; y continúa diciendo, "sobrevenida la represión de estas inclinaciones, la curiosidad de ver genitales de otras personas permanece como una presión martirizante [...]" (Ibíd.: 175). La pulsión de ver se re-activa, entonces, ante los genitales, pulcros o roñosos, que se presentan a la vista del niño para su escrutinio y estructuración.
En esta parte de "Tres ensayos", Freud asocia la pulsión de ver con la de saber. Una lleva a la otra complicando aún más los jaleos de la subjetividad humana. La pulsión de saber se pone de manifiesto cuando el niño empieza a hablar. A saber, la palabra vehiculiza el saber que se fundó a partir de esa primera mirada indagadora del niño. Freud especifica que:
[...] la pulsión de saber no puede computarse entre los componentes pulsionales elementales ni subordinarse de manera exclusiva a la sexualidad. Su acción corresponde, por una parte, a una manera sublimada del apoderamiento, y, por la otra, trabaja con la energía de la pulsión de ver (1985/1905:176-177, énfasis nuestro).
Nuevamente, Freud introduce, de manera tácita, el recorte del objeto en tanto que la mirada permitió "saber" sobre el objeto. La pulsión de investigación se inviste de la energía impulsora de lo escópico dando sentido a ese objeto importuno que primero fue mirado: se miró aquello de lo que después se quiso saber.
"Tres ensayos de teoría sexual" destaca la importancia de la pulsión de ver (mirar) como una de las fuentes de la sexualidad infantil. Otra es la pulsión de crueldad o dominio. Lo que aquí apunta Freud es que ver no solo es un punto susceptible de fijación, sino que también entraña todo un constructo pulsional cuya aserción es el "mirar": mirar se convierte, por un impulso libidinoso, en el primer destino del objeto. Desde que el ojo erótico se compromete, el sujeto se interna en los laberínticos caminos de su deseo, mirando en el lugar de su propio compromiso. Flay pulsión (escópica) porque Eso quiere ver. A partir de esta diferenciación advertida de la pulsión de ver (Schautrieb) que lleva a una disensión contundente entre mirar y ver, Freud se aboca a mencionar los pares binarios que estructuran la subjetividad del infans: alude a "ver/ser visto" y "pasivo/activo", con lo cual formula la posible etiología perversa polimorfa infantil: la de tipo "voyerista/exhibicionista" y la de "sadismo/masoquismo". Así las cosas, la pulsión de ver se propone como la raíz de la actividad sexual infantil de donde partirán los ulteriores argumentos sobre la importancia constitucional del ojo erótico del sujeto.
Empuje más allá de los ojos: "Pulsiones y destinos de pulsión" (1915)
Después de haber explorado, por primera vez en "Tres ensayos de teoría sexual", el "mirar" o "mostrarse" como un fin específico de la pulsión, Freud, diez años más tarde, se avista a examinar la pulsión y sus determinaciones a partir de dos pares antitéticos: sadismo/masoquismo y voyeñsmo/exhibicionismo. Esto lo hace en su egregio artículo de la colección de los así llamados "Trabajos sobre metapsicología" de 1915 - "Pulsiones y destinos de pulsión"-. Aborda estos elementos binarios ilustrando dos destinos de la pulsión: "el trastorno hacia lo contrario" y "la vuelta hacia la persona propia". Tanto para analizar cada uno de estos pares de opuestos, así como sus sendos destinos pulsionales, Freud construye un esquema enrevesado que plantea básicamente que el voyeñsmo/exhibicionismo, después del sadismo y del masoquismo, se constituye en el fundamento para comprender cualquier destino pulsional al que se desee abordar.
El esquema que elabora Freud sobre la pulsión escópica en "Pulsiones y destinos de pulsión" se halla implícito en las primeras formulaciones sobre el sadismo y el masoquismo, a propósito de sus elucubraciones en torno al sujeto y el objeto; la actividad y la pasividad; el placer y el displacer; así como el dolor y la compasión. De esta forma, Freud afirma al respecto:
También aquí pueden distinguirse las mismas etapas que en el caso anterior: a) El ver como actividad dirigida a un objeto ajeno; b) la resignación del objeto, la vuelta de la pulsión de ver hacia una parte del cuerpo propio, y por tanto el trastorno en pasividad y el establecimiento de la nueva meta: ser mirado; c) la inserción de un nuevo sujeto [es decir, un nuevo agente], al que uno se muestra a fin de ser mirado por él. Apenas puede dudarse de que la meta activa aparece también más temprano que la pasiva, el mirar precede al ser-mirado [...] En efecto, inicialmente la pulsión de ver es autoerótica, tiene sin duda un objeto, pero éste se encuentra en el cuerpo propio. Sólo más tarde se ve llevada (por vía de la comparación) a permutar este objeto por uno análogo del cuerpo ajeno (etapa a) (1985/1915:124-125).
Freud propone, de esta manera, una lógica tripartita de la pulsión de ver a partir de un punto relacionado con el propio cuerpo del sujeto. Es decir, si bien es cierto que la Schautrieb se desarrolla a partir de tres niveles conexos -autoerótico, activo y pasivo- del primero se desprende la consecución, fallida o no, de los subsiguientes: cualquier objeto de la pulsión escópica es siempre autoerótico en sus fundamentos.
Freud formula el mencionado esquema con el empeño de dar cuenta de una incipiente articulación del par perverso: voyerismo/exhibicionismo y de sus avatares en la constitución subjetiva del ser humano. Lo propone con el siguiente cuadro (1985/1915:125):
α) Uno mismo mirar miembro sexual = Miembro sexual ser mirado por persona propia
β) Uno mismo mirar objeto ajeno g) Objeto propio ser mirado por persona ajena
(Placer de ver activo) (Placer de mostrar, exhibición)
La formulación metapsicológica contenida en este bosquejo inquiere el destino pulsional y las transformaciones irrevocables a las cuales la pulsión debe ofrecerse. Se insiste que, a diferencia de "Tres ensayos", donde se apelaba a dos destinos -uno activo y el otro pasivo- el texto de las pulsiones advierte aquí que no existen solo dos tiempos de la pulsión, sino tres. En esta dinámica, el sujeto se debe asumir bajo el resguardo de la oposición de dos corrientes flanqueadas bajo objetivos reluctantes: el placer de ver (Schaulust) viene siempre secundado por el placer de ser visto (Zeigelust), enunciación de encuentro que Freud formula bajo el término de "ambivalencia": "El hecho de que en esta época más tardía del desarrollo pueda observarse, junto a una moción pulsional, su opuesto (pasivo), merece ser destacado mediante el certero nombre introducido por Bleuer: ambivalencia" (Ibíd.: 126). No obstante, estos contrarios - ambivalentes de procedencia- son posibles únicamente ante la presencia infranqueable de un nuevo contrapuesto: la pulsión con aspiración autoerótica o narcisista, términos que Freud utiliza indistintamente en este artículo. Al respecto, Freud puntea lo siguiente:
Nos hemos acostumbrado (sin examinar al comienzo el vínculo entre autoerotismo y narcisismo) a llamar narcisismo a la fase temprana de desarrollo del yo, durante la cual sus pulsiones sexuales se satisfacen de manera autoerótica. Deberíamos entonces decir que la etapa previa de la pulsión de ver-en que el placer de ver tiene por objeto al cuerpo propio-pertenece al narcisismo, es una formación narcisista. Desde ella se desarrolla la pulsión activa de ver, dejando atrás al narcisismo; pero la pulsión pasiva de ver retiene el objeto narcisista (Ibíd.: 127, énfasis nuestro).
De esta referencia, y partiendo del esquema antes expuesto, Freud concluye que en todo campo pulsional existen tres tipos de placeres (lusts) completamente discordes entre sí, aun cuando provengan de una misma fuente. Los mismos términos utilizados por Freud revelan esta primordial diferenciación: "placer de verse", "placer de mirar", "placer de mostrar".
Nuevamente, si se vuelve la mirada al esquema del campo escópico presentando por Freud en "Pulsiones y destinos de pulsión", y mencionado anteriormente, se encontrará que el narcisismo aún sigue ahí. En una lectura retroactiva del mismo, se podría formular que el tránsito de la fase a) a b) o g) instaura la entrada del narcisismo, y de la pulsión propiamente dicha en la subjetividad. Efectivamente, tanto el otro (el semejante) como el deseo mismo del sujeto (que también es del Otro), se podrían ubicar en los estadios b) y g), nunca en a). En el trayecto de a) hacia b) se instituye una suerte de necesidad de identificación con el objeto, paridad de por medio, y que se podría asumir como el lugar donde se coloca el narcisismo. Dicho se realiza debido a la filiación del sujeto con un otro que le mira desde el lugar de su propio deseo. Aquí, el hacerse "pasivo" deviene, en cierto modo, en reversión narcisística: hacerse pasivo significa preservar el lugar narcisista. Esta es la interpretación de la que se apropia Freud para analizar uno de los recuerdos infantiles de Leonardo da Vinci: al mirar al otro, Da Vinci ostenta el deseo a que él aspira que el otro le revele. Él accede al deseo del otro a partir de que él le mira y le ofrece un lugar en su deseo, haciendo de tal "visión" el componente de acceso al deseo del otro.
La literatura mística muy frecuentemente permite elucidar este acceso al deseo del otro (u Otro),6 a cuenta de una mirada que le constituye en sujeto del deseo. El bienquisto "Cántico" de San Juan de la Cruz alude a este deseo por la mirada cuando loa a su Dios diciendo: "iO cristalina fuente,/si en esos tus semblantes plateados/formases de repente/los ojos deseados/que tengo en mis entrañas dibuxados [sic]!" (1993: 251 [Cántico 12]). Las Moradas (1577) de Santa Teresa de Ávila igualmente inscribe la mirada del Otro (Dios) como el litoral entre el sujeto y el acercamiento a su deseo: "Y a mi parecer, jamás nos acabamos de conocer, si no procuramos conocer a Dios; mirando su grandeza acudamos a nuestra bajeza, y mirando su limpieza veremos nuestra suciedad; considerando su humildad, veremos cuán lejos estamos de ser humildes" (1967: 22 [cap. 2]). Por lo tanto, el Otro hiende ocupar el lugar del sujeto deseado, es decir, que el sujeto deviene tal en virtud de que es "hecho-mirado" como objeto de deseo, objeto sexual (erótico) a partir de otra mirada. Esta travesía entre mirada, deseo, sujeto y objeto es lo que constituye específicamente el origen narcisista de la pulsión escópica.
Vale la pena detenerse en algunas de las consecuencias de la estructuración narcisista del campo escópico, la pulsión de ver y sus destinos. Se argumentaba que siempre se establece una suerte de "identificación" del sujeto con el objeto; la imagen media para que tal identificación se realice. Ocurre como en el trabajo del sueño donde el sujeto está representado en la imagen del otro, bajo la realización del deseo que le devuelve la imagen pregnante del otro especular. Esta actividad escópica de la imagen implica que el otro le restituye la suya propia: la imagen del sujeto es la imagen que le reintegra el otro. O sea, la estructuración narcisista que acaece ante las imágenes que se le presentan al sujeto en el sueño se formula a partir de una mirada que viene del otro e insiste en re-aparecer. El sujeto soñante que "mira" al otro no se coloca en su lugar, falsa conceptualización del término "identificación", sino más bien como representado en y por el otro, instancia donde la actividad del otro se le aparece al sujeto como propia, y solo en esta imagen pregnante puede, el soñante, figurarse como deseado. A esto es lo que se refiere Juan David Nasio cuando asevera que "la razón por la que el sujeto sueña, viéndose actuar bajo formas múltiples y, sin que su propia imagen especular llegue a infringirle una desmentida y a despertarlo, puede continuar durmiendo" (1992: 92).
Conclusión
En suma, se ha pasado de la pulsión de ver postulada en "Tres ensayos" como "umbral" de la actividad infantil, y en tanto sexualidad perversa polimorfa, a la elaboración dinámica de dicha pulsión como se explicara en el esquema del campo escópico y de las formulaciones metapsicológicas en "Pulsiones y destinos de pulsión": mirar uno mismo un miembro sexual que recae sobre la persona propia, cuya realización engendra dos destinos: "contemplar uno mismo un objeto otro" (el placer de ver activo) y "ser mirado [contemplado] como objeto del miramiento del otro" (el placer de mostrar). El tránsito por estos dos textos significativos va a marcar, en adelante, el punto de leva para cualquier otra formulación freudiana sobre el espacio escópico y de sus alternativas en la subjetividad. De aquí también partirá Lacan para trabajar sus constructos teóricos en torno a los conceptos de lo imaginario, el estadio del espejo, el esquema óptico, el objeto (a), el instante de la mirada y la pulsión escópica propiamente dicha.
Para citar este artículo / To cite this article / Pour citer cet article / Para citar este artigo (APA):
Marín-Calderón, N. (2015). Ojo, mirada y pulsión: un recorrido metapsicológico freudiano. Revista Affectio Societatis, 12(22), 92-104. Medellín, Colombia: Departamento de Psicoanálisis, Universidad de Antioquia. Recuperado de http://aprendeenlinea.udea.edu.co/revistas/index.php/affectiosocietatis
2 El término pulsión, del alemán Trieb (empuje), es un concepto trabajado incesantemente por Freud a lo largo de su carrera psicoanalítica. Lacan lo considera uno de los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, junto a la repetición, la transferencia y el inconsciente. La pulsión es la forma fundamental que tiene el sujeto de relacionarse con el objeto de su satisfacción. Su naturaleza es la de ser esencialmente parcial y abarcar diferentes destinos. En general, toda pulsión es sexual si su componente es la libido, o energía sexual. Cualquier parte del cuerpo puede devenir en erógena, una vez que haya sido investida por la pulsión. Freud define la pulsión como el litoral que existe entre lo psíquico y lo somático destacando su diversidad, su carácter inacabado, en tanto parcial, y postula dos tipos de pulsiones: las sexuales y las del yo. Luego las reelabora y propone las pulsiones de vida y las pulsiones de muerte. El término pulsión (Trieb) se opone al concepto instinto (Instan). De Freud, ver "Pulsiones y destinos de pulsión" y "Más allá del principio de placer". De Lacan, consultar su Seminario 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis.
3 El término "goce" (jouissance) se desprende de las formulaciones epistémicas de Jacques Lacan. Entre las muchas acepciones de este concepto está aquel que propone que el goce se erige ante la paradoja de una "satisfacción" que el sujeto obtiene al padecer su propio síntoma, y donde aparece transgrediendo las Improntas del deseo que Insiste en (re)aparecer. El goce se encuentra más allá del Principio del Placer y se comprende como un placer que se padece con valencias de dolor. El deseo está relacionado con la "verdad" del sujeto, mientras que el goce hace su entrada para contravenirlo y obturar su efusión. Por lo tanto se opone el concepto de goce al de deseo: "La castración significa que el goce debe de ser rechazado para poder alcanzarlo en la escala Invertida de la ley del deseo" (Lacan, 1975: 807). El "goce" lacaniano es aceptablemente comprendido cuando se le estudia ante las teorías freudianas de "pulsión de muerte" y "compulsión a la repetición".
4 El aporte etimológico es de gran importancia en este punto del ensayo por cuanto, tanto Freud como Lacan, al elaborar sus teorías y aportes conjeturales, implícitamente hacen una gran distinción entre ver, mirar, contemplar, observar, apostar, percibir, dejarse ver, etcétera. En cuanto al aspecto psicoanalítico, Freud argumenta que "ver" (Semen) es la raíz que evoca todo aquello que se percibe con el órgano de la vista -los ojos-. Similar a esta acepción etimológica, el significante Clic se refiere a la acción que retienen los ojos cuando están fijados ante el objeto a ser visto. Un tercer significante, Chauen, consiste en virar la mirada a un objeto que le concierne al sujeto desde algún punto referencial. Por ello, Chauen se comprende como "contemplar" al objeto por cuanto significa "algo" para el sujeto. Se sostiene también el término Wahrnehmen que obliga exclusivamente a mirar algo, pero "conscientemente", o sea que significa "percibir" en lo consciente, el espectáculo que se presenta de visu. Por su parte, la raíz etimológica alemana de Betrachten significa considerar las dimensiones figuradas de un espectáculo. De estos últimos sentidos etimológicos resulta el de Schaustellung que remite a las representaciones Inconscientes de la mirada, es decir, a la "mirada interior", en el sentido místico de la palabra. Paul-Laurent Assoun, en Lecciones psicoanalíticas sobre la mirada y la voz (1997), específicamente en las lecciones IV y V, trabaja estas cuestiones filológicas que podrían ampliar lo expuesto aquí.
5 Fading, término que Lacan usa directamente del inglés, evoca una suerte de "desaparición" del sujeto en el proceso imaginario de alienación subjetiva. El fading consiste en hacer desparecer al sujeto ante las improntas que le devuelve su propio deseo, y constituye, por lo tanto, un "desvanecimiento" gradual del sujeto en la dialéctica del deseo. Este fading se presenta como un "desdibujamiento" gradual de lo que el sujeto más le teme a su propio deseo. Referirse también a los términos "afánisis" y "escisión" como complementarios a este término.
6 Lacan hace una distinción, muy compleja, entre el pequeño "otro" y el gran "Otro". Sus diferentes acepciones las va trabajando a lo largo de toda su obra bajo diferentes categorías. Sin embrago, para estos propósitos, se dirá que el pequeño otro (a) se refiere al semejante, a la imagen especular que le devuelve su propio yo al sujeto, ante el espejismo de sus propios conflictos. Al contrario, el gran Otro (A) representa al otredad absoluta, Otro que representa el todo y la ley. Para Lacan, el otro pertenece al orden de lo imaginario en tanto que siempre es producido por una "ilusión" especular, mientras que el Otro pertenece al registro de lo simbólico porque deviene "alteridad radical y singularidad inasimilable por la palabra". Bajo esta acepción, ver los Seminarios 3 (Las psicosis) y 8 (La transferencia) de Lacan.
Referencias bibliográficas
Assoun, P-L. (1995). Lecciones psicoanalíticas de la mirada y la voz. Buenos Aires: Nueva Visión.
Freud, S. (1969). Epistolar. Londres: Sigmund Freud Copyright Ltd.
Freud, S. (1985). Tres ensayos de teoría sexual. En Obras completas, vol. VII. Buenos Aires: Amorrortu. (Obra publicada originalmente en 1905).
Freud, S. (1985). Un recuerdo infantil de Leonardo Da Vinci. En Obras completas, vol. XI. Buenos Aires: Amorrortu. (Obra publicada originalmente en 1910).
Freud, S. (1985). Pulsiones y destinos de pulsión. En Obras completas, vol. XIV. Buenos Aires: Amorrortu. (Obra publicada originalmente en 1915).
Hout, H. (1987). Del sujeto en la imagen: Una teoría del ojo en la obra de Freud. Buenos Aires: Nueva Visión.
Lacan, J. (1975). Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano. En Escritos 2. México: Siglo Veintiuno Editores.
Lacan, J. (1987). El Seminario de Jacques Lacan, Libro 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós.
Lacan, J. (1978-79). La topología y el tiempo. Libro 26. Inédito. Recuperado de la base documental Folio View 4.2.
Nasio, J.D. (1992). La mirada en psicoanálisis. Barcelona: Gedisa.
Negro de Leserre, M. (2010). Lo imaginario en la enseñanza de Jacques Lacan. Incidencia del objeto mirada en su constitución. Buenos Aires: Ediciones La Barca.
Real Academia de la Lengua Española. (2001). Diccionario de la Real Academia. 22da. Edición. Madrid: Losada.
Sade, M. (2001). Obras completas. México: Tomo Editores.
San Juan de la Cruz. (1993). Poética completa. Madrid: Cátedra.
Santa Teresa de Ávila. (1967). Las moradas. Buenos Aires: Losada/Astral.
Norman Marín Calderón1
Universidad de Costa Rica
normanmarin@hotmail. com
1 Psicoanalista y filólogo. Doctor en Letras de Purdue Universito, Estados Unidos. Magíster en Psicoanálisis por el Instituto de Altos Estudios Universitarios de la Universidad de León, España y por el Centro de Investigaciones y Estudios Psicoanalíticos de la Fundación Mexicana de Psicoanálisis. Magíster en Literatura Inglesa por la Universidad de Costa Rica. Profesor en la Facultad de Letras y el Sistema de Estudios de Posgrado de la Universidad de Costa Rica.
You have requested "on-the-fly" machine translation of selected content from our databases. This functionality is provided solely for your convenience and is in no way intended to replace human translation. Show full disclaimer
Neither ProQuest nor its licensors make any representations or warranties with respect to the translations. The translations are automatically generated "AS IS" and "AS AVAILABLE" and are not retained in our systems. PROQUEST AND ITS LICENSORS SPECIFICALLY DISCLAIM ANY AND ALL EXPRESS OR IMPLIED WARRANTIES, INCLUDING WITHOUT LIMITATION, ANY WARRANTIES FOR AVAILABILITY, ACCURACY, TIMELINESS, COMPLETENESS, NON-INFRINGMENT, MERCHANTABILITY OR FITNESS FOR A PARTICULAR PURPOSE. Your use of the translations is subject to all use restrictions contained in your Electronic Products License Agreement and by using the translation functionality you agree to forgo any and all claims against ProQuest or its licensors for your use of the translation functionality and any output derived there from. Hide full disclaimer
Copyright Universidad de Antioquia Jan-Jun 2015