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Sabe suceder. La muerte - esa de la que el periodista, escritor y poeta, Osvaldo Ardizzone, dijo que "Habría que matarla" - , se pone mansa y sobona en Ia palabra de los que defenestran a alguien hasta el día en que ese alguien muere. Porque para el día de "esa muerte" se aconseja "respetuoso silencio". ¿Sí?
Veamos lo que ocurrió con la muerte de Néstor Kirchner, quien horas antes de caer fulminado por un infarto, era para unos cuantos opinólogos: un totalitario, irascible, intratable, antidemocrático, sospechado de corrupción y de vinculaciones mañosas. No fue poca la munición utilizada, ni de bajo calibre. Kirchner representaba, decían, a un intolerante que inflamaba Ia vida política del país, dañando la reputación de un tipo de institucionalidad y la "convivencia pacífica entre los argentinos".
En otra oportunidad hablaremos de "eso" que con frecuencia, mediante lavados y planchados al vapor se sentencia en bruto como "la convivencia pacífica entre los argentinos": un todo y un por igual, azuzados, según le va en la feria a las clases dominantes; feroces en su violencia. "Entre todos los argentinos": despropósito, sin clases sociales, ni luchas de intereses. Cosas chauvinistas, si las hay, en la sociedad burguesa.
Volvamos a la muerte del "intolerable", "antidemocrático" y "despótico" Néstor Kirchner. Volvamos al día en que la tele dio la noticia, con crespón negro y música sacra y, desde horas tempranas empezó a deslizar que había fallecido un hombre apasionado, de tenaces convicciones, un hombre que sacó a la Argentina del incendio del 2003. "Un adversario difícil, pero defensor de sus ideas". Cambio de lenguaje. Cambio de tono. La muerte manda.
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