RESUMEN
El público general cree, como si fuera un dogma religioso, que las pirámides egipcias no fueron las tumbas de los faraones de los Reino Antiguo y Medio porque en ninguna de las cámaras funerarias se ha encontrado nunca una momia. Este estudio compila todos los datos relevantes al respecto y describe brevemente todos los restos humanos encontrados dentro de las pirámides, demostrando la falta de base de esa extendida creencia.
PALABRAS CLAVE:
Pirámides, Reino Antiguo Egipcio, Reino Medio Egipcio, Momias Reales, Restos De Faraones, Complejos Funerarios Reales Egipcios, Vasos Canopos, Piramidiotas, Guiza, Sakkara, Abusir, Abydos, Sekhemkhet, Djedefre, Neferefre, Reputnub, Djedkare Izezi, Iput, Pepi I, Neit, Montuhotep Ii, Ashyt, Amenemhat Iii, Aat, Nefret-Henut, Weret Ii.
ABSTRACT
As a religious dogma the general public believe that the Egyptian pyramids were not the tombs for the Old and Middle Kingdom pharaohs, because never was a mummy found inside the burial chamber of any of them. This study just compile all the relevant data on the subject and describe briefly all the human remains found in the pyramids, showing the nonsense of the general belief.
KEYWORDS:
Pyramids, Egyptian Old Kingdom, Egyptian Middle Kingdom, Royal Mummies, Pharaohs Remains, Egyptian Royal Funerary Complexes, Canopic Jars, Pyramidiots, Giza, Sakkara, Abusir, Abydos, Sekhemkhet, Djedefre, Neferefre, Reputnub, Djedkare Izezi, Iput, Pepi I, Neit, Montuhotep Ii, Ashyt, Amenemhat Iii, Aat, Nefret-Henut, Weret Ii.
Si me pongo a pensarlo, el profesor Lara, Federico, ha sido la persona que, años atrás, de repente me abrió una puerta y, al animarme a atravesarla, terminó por haberme dado la oportunidad de dar lo que fueron los primeros pasos de aquello que se ha convertido luego en mi devenir profesional.
A mediados de la década de los ochenta del siglo pasado, si uno estudiaba Historia, a poco que tuviera un poco de curiosidad y mirara libros sobre el mundo antiguo se encontraba con muchos títulos de Federico Lara Peinado, sobre todo del mundo mesopotámico, pero también del egipcio, convirtiéndolo en uno de los pocos profesores cuyo nombre y trabajo era conocido por los pobres estudiantes de primero de carrera. Poco podía sospechar yo que, además de ser su alumno en los años de especialidad, llegaría a ser el secretario de mi tribunal de tesis. No sólo eso, pocos meses después de convertirme en un flamante doctor (en paro, evi- dentemente), me encontré con Federico en la librería Marcial Pons, punto de en- cuentro de esos ratones de biblioteca que necesitaban libros de humanidades publicados en idiomas raros y en sitios allende las fronteras nacionales. Tras pre- guntarme cómo me iban las cosas y enseñarle yo orgulloso mi primer libro colo- cado en las baldas de la librería, con su proverbial generosidad me comentó que estaba dirigiendo una colección de Historia Antigua en una editorial nueva y que, si quería, podíamos quedar con el editor para presentármelo y ver qué título intere- sante se nos ocurría entre todos. Dicho y hecho, a los pocos días estábamos en las oficinas de la editorial Alderabán, donde conocí a Manuel Peni. Y allí comenzó todo, porque no sólo llegaríamos a publicar tres libros juntos, sino que en un mo- mento dado Manuel me animó, dados mis estudios de bachillerato y mi formación universitaria, a traducir un libro del francés. Fue el primero de muchos, pues des- cubiertos los placeres de la traducción, eso me llevó a hacer un máster en la ma- teria y a convertir esa labor, junto a la divulgación histórica, en mi principal actividad profesional, y todo gracias a ese primer empujoncito del profesor Lara. De modo que, con todo mi agradecimiento, me gustaría dedicarle a Federico este pequeño estudio sobre un tema que tanto nos interesa a los dos, las pirámides egipcias.
En el proceloso mundo que puede ser el estudio de las pirámides, donde tan- to amante de lo misterioso se adentra para lanzar luego fantasiosas teorías con las cuales demostrar su desconocimiento de los datos históricos y arqueológicos más básicos, hay una creencia muy difundida que se acepta, como tantas otras barba- ridades, casi como dogma de fe. Se trata de la peculiar idea de que las pirámides sirvieron para casi cualquier cosa excepto como tumba de los faraones que las construyeron. Uno de los argumentos principales de este grupo de «piramidiotas» (como los llaman con sorna los egiptólogos británicos) para realizar afirmación tan peregrina es que jamás, en ninguna pirámide, se ha encontrado el cuerpo momifi- cado de un soberano egipcio. Desgraciadamente, esta afirmación ya era falsa en la primera mitad del siglo XIX, cuando empezaron a excavarse las pirámides con áni- mo científico. Es cierto que, como vamos a ver, no todos los restos encontrados en ellas se han conservado, excavado de forma científica o pertenecen a la pirámide en cuestión; pero tampoco lo es menos que hoy conocemos momias reales cientí- ficamente identificadas de todas y cada una de las dinastías egipcias durante las cuales se construyeron complejos funerarios con pirámide.
El interés de los primeros egiptólogos por los restos momificados hallados en las pirámides y en alguna tumba real tinita no era demasiado grande, pues apenas habían conseguido zafarse de la costumbre de excavar en busca de «tesoros»; lo mismo sucedía con la información que hubieran conseguido de ellos los médicos, ya que la paleopatología no era por entonces sino algo muy en ciernes, caso de existir en absoluto. Fijémonos si no en los primeros restos de un posible faraón en- contrados dentro de su pirámide. Se trataría, nada menos, que de la momia de Menkaure, el constructor de la tercera pirámide de Guiza. La fecha del hallazgo puede darnos algunas pistas sobre el motivo de las dudas generadas respecto a su datación en la IV dinastía: 1837, a cargo de los británicos H. Vyse y J. S. Pe- rring. El cuerpo (las piernas, la parte superior del pecho, un pie desgajado y un sur- tido de vértebras y costillas) apareció dentro de un sarcófago de madera; pero no en la cripta, sino en la antecámara donde comienza la rampa que desciende hacia ella (Vyse 1840: 85-86). Estudiado el sarcófago siglo y medio después, se fechó en la XX-XXVI dinastía (Strouhal et al. 2001: 18). El cuerpo hubo de esperar hasta no hace mucho para ser sometido a un estudio de 14C, que ofreció para él una fecha de época árabe (658-896 a. C.) (Strouhal et al. 2001: 18-19).
No se trata de la única momia encontrada en el complejo funerario de Men- kaure, pues otros restos aparecieron en la central del grupo de tres pirámides sub- sidiaras que se yerguen al sur de la pirámide principal. En la cámara funeraria apa- recieron unos huesos que, Vyse, su descubridor, identificó como los de una mujer joven (Vyse 1840: 46-49). Al parecer se han perdido, con lo cual es imposible afir- mar o negar que sean los de una reina de la IV dinastía, como parece posible.
Estos enterramientos intrusivos han sido para los «piramidiotas» una prueba definitiva de que en las pirámides nunca se enterró un faraón, sobre todo cuando hace pocos años se demostró definitivamente que los restos encontrados en la pirámide de Netjerkhet, al contrario de lo que llevaban años afirmando los egiptó- logos, no pertenecían a este faraón. La historia de los restos viene de lejos, porque los primeros de ellos en las cámaras subterráneas de la pirámide fueron encon- trados por el general prusiano von Minutoli en la segunda década del siglo XIX. En sus escritos habla de alguna «momia preciosa» y «un cráneo dorado», pero sin es- pecificar más (Minutoli 1824: 298-299). Hasta 1926 no se volvió a penetrar en los estrechos y oscuros pasillos excavados bajo la pirámide; fue entonces cuando Gunn encontró parte de la columna vertebral y del hueso de la cadera de una mo- mia (Firth, Quibell, Lauer 1935-1936). Casi diez años después, Lauer decidió in- troducirse de nuevo en la cripta de Netjerkhet y, para su sorpresa, pues se suponía que estaba completamente vacía, encontró un pie izquierdo intacto (Lauer, Derry 1935; Lauer 1992: 65-66) (Fig. 1). Dadas las circunstancias del hallazgo se consi- deró que todos estos fragmentos momificados pertenecían a la momia del fa- raón, mas se trató de una identificación errónea, que sólo se ha demostrado tal al ser estudiados los restos por un antropólogo físico (Strouhal et al. 1994; 1998) y ser sometidos a la prueba del 14C. El primero encontró que no se trata de los restos de un único individuo, sino que hay varios cuerpos mezclados; mientras que la se- gundo demostró que todos ellos eran de la XXVI dinastía, la época saíta (siglo VII a. C.). Esto sin contar con que el método de momificación no parece ajustarse a las técnicas aplicadas durante el Reino Antiguo.
Una incertidumbre semejante producen varias de las momias encontradas en pirámides o tumbas reales tinitas, que probablemente sean genuinos cuerpos de faraones, pero cuya identificación definitiva queda en suspenso debido a la desaparición de los restos, las condiciones en las que fueron encontrados y la ausencia de informes arqueológicos fiables. Buen ejemplo de ello es el trabajo de E. Amélineau en las tumbas reales de Abydos a finales del siglo XIX1. En este caso, la triste realidad se terminó imponiendo desde el principio, a los propios deseos del excavador, quien hubo de sufrir las chanzas de sus obreros cuando les pidió que conservaran los restos humanos que aparecieran en la tumba de Khasekhemuy (II dinastía), en Abydos. No obstante, encontrados algunos restos, la descripción que hace de los mismos en sus escritos es cuando menos sucinta, pues apenas nos dice que uno de los cráneos contenía una sustancia negra. No sólo esto, sino que llevados a un especialista de El Cairo, éste le dijo que estaban en demasiado mal estado como para estudiarlos, por lo que terminaron en algún montón de desechos (Amélineau 1897: 41).
Algo semejante sucedió con los restos (un antebrazo momificado) encontrados en 1900 por Petrie en otra tumba real de Abydos, en este caso la de Djer (Fig. 2). Como él mismo narra, descubierto el brazo, su único interés por el mismo fueron las pulseras con las que estaba adornado (Petrie 1902: 16-19). No obstante, ar- queólogo al fin, el brazo desvendado fue fotografiado antes de ser enviado al Museo de El Cairo. Allí, siguiendo la tendencia científica de la época, el conser- vador del mismo (Emile Brugsch) se limitó a quedarse con las pulseras que acom- pañaban a los huesos, antes de tirar éstos a la basura al considerar que carecían por completo de interés.
Suerte pareja corrieron los restos de los faraones de la V y VI dinastías ente- rrados con Textos de las pirámides grabados en las paredes de sus criptas. De Unas se encontraron (hoy están perdidos) parte del brazo y la mano izquierdos de una momia, además de algunos fragmentos del cráneo, con piel y cabello to- davía adheridos (Maspero 1882, 1883). De Teti se hallaron un hombro y el brazo además de su posible máscara funeraria, aparecida entre los escombros del com- plejo funerario (Maspero 1884). De la reina Iput, esposa de Teti, sólo se descu- brieron algunos huesos en su pirámide (Loret 1900; Firth, Gunn 1926). Mientras que de Pepi I, a finales del siglo XIX se pudo recuperar una mano (hoy perdida) (Maspero: 1884, 1886, 1886) y a finales del siglo XX el contenido completo de uno de los cuatro vasos canopos del faraón, es decir, parte de sus vísceras momifica- das (Labrousse, 1996: 159-160). En el complejo funerario de Pepi II, su excavador no encontró momia ninguna, pero sí en el interior de la pirámide de una de sus rei- nas, Neit. Como él mismo dice: «De la momia de la reina sólo quedan una mano, algunos fragmentos menudos de cráneo, huesos y piel con restos de una momifi- cación cuidada, pero todas las telas y vendas han desaparecido» (Jéquier, 1933: 28-29). Desgraciadamente, como el objetivo de sus exploradores era la copia de los Textos de las pirámides (Ridley 1983), los restos de la momia fueron sacados a la luz sin ningún tipo de técnica arqueológica, por lo cual se desconoce por com- pleto su estratigrafía. Por otra parte, el escaso valor que se les concedió en ese momento supuso la posterior desaparición de varios de ellos, lo cual impide reali- zar análisis de 14C o cualquier otro tipo de estudio que permita fecharlos con cer- teza. Con todo, resulta muy tentador identificar a la mayoría de estos restos mo- mificados con los del faraón en cuya pirámide se encontraron; pues los pocos datos recogidos en el momento del hallazgo parecen sugerirlo.
A este mismo grupo de momias de la VI dinastía pertenece la de Merenre, apa- recida entera y casi intacta. Solo el heterodoxo modo de transporte utilizado para llevar hasta el museo de El Cairo explica que terminara partiéndose limpiamente en dos por la cintura. Tras sacarla dentro de un ataúd de madera de la pirámide, sus descubridores, los hermanos Brugsch, la metieron en un tren camino de El Cairo. Cuando el tren se estropeó, entre ambos cargaron con el ataúd hasta que el can- sancio les pudo, momento en que agarraron el cuerpo momificado entre los dos y echaron a andar con él hasta que se rompió y con él llegaron hasta su destino final (Ikram, Dodson 1998: 81-82). Con todo, no es probable que se trate de la momia de este soberano, pues todavía lleva la trenza de la juventud (Fig. 3) y no se pien- sa que Merenre subiera al trono siendo un niño. Además, el método de embalsa- mamiento parece un tanto más sofisticado del utilizado por entonces para las momias. En la actualidad la momia se puede ver expuesta en el Museo de Imho- tep, al pie de la pirámide escalonada de Saqqara.
El mismo tipo de identificación probable, pero esta vez en positivo, podría ha- cerse con los restos encontrados en la Pirámide Roja de Dashur: el cráneo -con fragmentos de piel todavía adheridos-, la mandíbula inferior casi entera, parte de la cadera, unas cuantas costillas, parte del pie izquierdo y algunas de las vendas que cubrían el pie derecho del monarca. En este caso, las pruebas circunstancia- les nos llevarían a identificarlo con el inventor de la pirámide verdadera: Esnefru, una persona no demasiado alta, pero corpulenta, que falleció alcanzada ya la mediana edad y fue el padre de Khufu (Batrawi 1951).
De una la princesa Neferuptah, enterrada en una pirámide en Hawara, se sospecha con razón que estuvo enterrada en su pirámide de Lahun, pero única- mente porque dentro de su sarcófago quedaban restos del ajuar funerario y los amuletos que la acompañaron en su viaje al más allá; el cuerpo fue disuelto por el agua de la inundación del Nilo al penetrar año tras año en el sarcófago y los ataúdes que contenía (Farah, Iskander 1971). De su padre, Amenemhat III, Petrie parece haber encontrado huesos en el interior del sarcófago de su pirámide de Ha- wara, que sólo pudo excavar tanteando con la mano al estar la cámara funeraria por completo inundada. Los numerosos restos de carbón que aparecieron a la vez sugieren que el contenido de la cripta fue quemado por sus saqueadores (Petrie, Griffith, Newberry 1890: 17).
Hasta el momento sólo hemos visto momias que no son y otras que quizá sean de faraones y reinas inhumados en sus pirámides; interesantes, pero ninguna es prueba definitiva de enterramientos en ellas, justo lo contrario que sucede con las próximas, es decir, momias que definitivamente sí son genuinas y fueron encon- tradas dentro de sus tumbas y pirámides atendiendo a criterios arqueológicos científicos.
La primera de ellas muy probablemente fuera enterrada en uno de los pozos funerarios de la cara oriental de la pirámide Netjerkhet, donde habría aparecido un cráneo sin la mandíbula inferior. Se trata de una adolescente de 16-17 años, fe- chada por el 14C en el 3532-2878 a. C. (Strouhal et al. 1994; 1998); es decir, quizá una princesa tinita reenterrada en la tumba de Djoser. Ya tenemos a nuestro primer miembro de la familia real inhumado en una pirámide. No será el último.
De principios de la III dinastía contamos también con el esqueleto de un niño, enterrado en la tumba sur del complejo funerario de Sekhemkhet en Saqqara, quien probablemente sea su progenitor, el sucesor de Netjerkhet. Se trata de un niño de pocos años de edad y la arqueología parece confirmar que no se trata de un enterramiento intrusivo, sino fechado en la época en la que se construyó la pi- ramide (Lauer 1968; Lauer 1969; Lauer 1992: 153-154).
Bastante más espectacular es la momia encontrada en 1945-1946 por Hussein y Varille en la cripta de la pirámide de Djedkare Izezi, pues se conserva la parte iz- quierda de la misma prácticamente completa (Batrawi, 1947). En un principio fue identificada como genuina, pero de nuevo faltaban los datos arqueológicos defini- tivos para fecharla fehacientemente, pues sus descubridores fallecieron antes de llegar a publicar la memoria de excavación (Maragioglio, Rinaldi 1977: 64-117). La duda persistió hasta hace unos pocos años, cuando al estudiarse a fondo la mo- mia, demostró ser toda una caja de sorpresas. Es la primera que nos ha permitido demostrar, con datos científicos en la mano, que los faraones del Reino Antiguo sí se enterraron en sus pirámides.
La necrópolis principal de los faraones de la V Dinastía se encuentra situada en Abusir, a unos kilómetros al norte de Sakkara. Desde los años sesenta la zona ar- queológica está siendo excavada por los miembros de la misión checa (Verner, Be- nesovská 2008). A medicados de la década de 1990 estudiaron un pequeño ce- menterio, al pie de las pirámides, formado por siete mastabas aisladas (Verner; Callender, 2002). Entre ellas descubrieron dos bastante importantes por la infor- mación que proporcionaron, las pertenecientes a Khekeretnebty y Hedjetnebu. Los textos grabados en las paredes los identificaban a las dos con el título de «Hija del propio cuerpo del rey Djedkare». Como los cuerpos momificados aparecieron bien conservados en las cámaras funerarias, pudieron ser analizados exhaustiva- mente por el antropólogo checo E. Strouhal (Strouhal 1992, 2002; Strouhal, Ga- ballah 1993; Strouhal et al. 2001: 22).
Khekeretnebty fue una reina que falleció con unos 30 ó 35 años de edad, después de haber dado a luz por lo menos un hijo. Hedjetnebu, en cambio, murió con 18-19 años y sin haber parido nunca. Hasta aquí nada extraordinario, pero Strouhal llevó la comparación más lejos al decidir estudiar también el cuerpo de su supuesto padre, Djedkare Izezi, al que se calcula una edad de fallecimiento entre los 45 y los 60 años. Si disponía de elementos de comparación adecuados para determinar la identidad de cada uno de ellos, ¿por qué no utilizarlos? Así lo hizo y los resultados fueron asombrosos. Las dimensiones craneales y dentales, la gra- cilidad y corta estatura, así como la depresión postbregmática que compartían tan- to Djedkare como Khekerebnety, es decir, todo, osteometría, osteografía y radio- grafía, conducía a la misma conclusión: la momia encontrada por Hussein y Varille estaba estrechamente emparentada en lo biológico con las dos princesas de Abu- sir; de hecho, todo hacía pensar que se trataba de su padre, el faraón Djedkare Izezi. No obstante, como la ciencia de la antropología física posee un mínimo porcentaje de interpretación, quizá cupiera aún una pequeña duda para los más escépticos; pero el resto de los análisis se mostraron contundentes y radicales a la hora de despejarla. En primer lugar está el 14C, que ofreció para los tres cuerpos exactamente la misma variación cronológica (entre el 2886 a. C. y el 2507 a. C., en plena V Dinastía). Y, en segundo lugar, tenemos el hecho de que las tres momias comparten el mismo grupo sanguíneo, el A. Es imposible seguir dudado, en un jui- cio por paternidad que tuviera lugar hoy día, con estas pruebas en la mano el tri- bunal tendría que dar un veredicto de identificación positiva. El faraón Djedkare Ize- zi fue enterrado en su pirámide y poseemos las pruebas que lo demuestran. iPor fin! Ya tenemos al primero y, como vamos a ver a continuación, no es el último, porque a buen recaudo en la cripta de sus respectivas pirámides el mismo equipo checo encontró dos nuevas momias reales de la V Dinastía. El suceso tuvo lugar en la necrópolis de Abusir, que está resultando de las más prolíficas de entre las que se excavan actualmente. Primero se encontró una momia de reina y después la de un faraón.
Justo al sur de la pirámide de Neferirkare existían dos prometedores montícu- los que fueron cartografiados por Lepsius a mediados del siglo XIX. Debido a ello se conocen en la actualidad como Lepsius XXIV y Lepsius XXV. Hoy día sabemos que el primero es un pequeño complejos funerario para reina -por ahora anónima-, mientras que el segundo es una peculiar tumba doble, ambos con su correspon- diente templo funerario (Krejcí et al. 2008). En 1994 el equipo checo comenzó a es- tudiar la pirámide Lepsius XXIV, y al excavar la cámara funeraria tuvo la agradable sorpresa de encontrarse con una momia. El cuerpo estaba roto y apareció en dife- rentes estratos. En el superior se encontró el tronco inferior (piernas y caderas) en una sola pieza. En un estrato inferior a este, el suelo de la cripta, aparecieron las dos clavículas, parte de la columna y del esternón, además de varios fragmentos del cráneo. Junto a ellos había restos de un sarcófago de granito, pedazos de tela, elementos destrozados del ajuar funerario y cerámicas de la V Dinastía.
Al principio, la separación estratigráfica existente entre ellos hizo creer que se trataba de dos cuerpos diferentes, pero no hay tal. Cuando se estudiaron con un poco de detalle (Strouhal et al. 2000; Strouhal 2003: 478-480), se comprobó que todas las partes de la momia encajaban perfectamente entre sí, tal cual piezas de un rompecabezas. La conexion anatómica entre ellos era perfecta (Fig. 4). Además, su cronología es indiscutible, pues las cerámicas que la acompañaban se fechan sin errores en ese período. Nos encontramos, sin duda, ante los restos de una reina enterrada dentro de su pirámide. Se trata de una mujer de entre 21 y 23 años de edad que murió sin haber dado a luz y cuyas peculiaridades anatómicas confirman su pertenencia a la clase alta egipcia. Para afirmar esto los antropólogos se basan en la ausencia en sus huesos de lo que se conoce como líneas Harris, que indican momentos de estrés alimentario. Cuando alguien sufre malnutrición en algún momento de su vida, los huesos dejan de crecer al ritmo normal y eso deja una marca visible en ellos. Los huesos de las momias de la gente del común siempre los tienen. Como es lógico, a una reina de Egipto no le faltó nunca de nada, habiendo tenido una alimentación rica y variada. Es probable, además, que conozcamos su nombre, Reputnub, quien fuera una de las esposas de Niuserre.
Más espectacular -por lo relevante, que no por los restos en sí- fue el hallaz- go que tuvo lugar en 1997-1998, también en Abusir, en la cripta de la pirámide de Neferefre, situada justo al oeste de las pirámide Lepsius XXIV y la tumba Lepsius XXV. En ella aparecieron, junto a restos de un sarcófago y de un vaso canopo, va- rios fragmentos de una momia (Verner 1999: 73-74; Strouhal 2003: 480-481; Strouhal, Vyhnánek 2000): la aparte central del hueso occipital del cráneo, la clavícula izquierda entera, parte del omóplato de ese mismo lado, la mano iz- quierda entera (excepto la punta del dedo corazón) (Fig. 5), el peroné derecho y un fragmento de piel con tejido subcutáneo unido a una estructura globular. Los restos pertenecen sin duda a un único individuo, pues además de un aspecto externo idéntico -color, textura, consistencia, etc.-, la clavícula y el omóplato encajan en- tre sí perfectamente. Por otra parte, el 14C ha fechado todos los pedazos en la V Di- nastía, al contrario de lo que sucede con otros restos momificados hallados en un estrato superior y que fueron fechados en época de las cruzadas. Por si aún cu- piera alguna duda respecto a la identidad del fallecido, la propia antropología vie- ne en ayuda de los datos históricos y arqueológicos. Merced a diferentes docu- mentos escritos, sabemos que Neferefre llegó joven al trono y falleció tras apenas un par de años como faraón (Verner 2001: 400-402). La momia encontrada en su pirámide pertenece a un hombre de entre 21 y 23 años de edad, justamente como cabría esperar de la momia de este faraón. Es definitivo: tenemos un faraón enterrado en su pirámide y hallado con métodos científicos modernos, al que la prueba del 14C sitúa cronológicamente en el período adecuado y cuyos datos, tanto escritos como arqueológicos y antropológicos, identifican indudablemente como el faraón Neferefre, de la V Dinastía.
Otro hallazgo moderno y científico se produjo en el 2002 en el complejo fune- rario de Djedefre, el sucesor de Khufu. Tuvo lugar en la pirámide subsidiaria, per- teneciente a una reina, en cuya cripta se encontró el contenido de uno de sus va- sos canopos y una inscripción con el nombre de Khufu. Otra prueba de una persona de la familiar real enterrada en una pirámide.
Los faraones del Reino Medio también se enterraron en pirámides, al menos los de la XII dinastía. El reunificador de Egipto y primer soberano de esta nueva etapa histórica fue Montuhotep II. A medio camino entre la monarquía menfita, a la cual quería equipararse, y la tebana, a la que pertenecía por su origen, se inhumó en un monumento erigido en Deir el-Bahari. Su tumba pudo haber contado con una superestructura piramidal, si bien se han propuesto varias posibles reconstruccio- nes (Parra 2008: 387-388). En cualquier caso, como otra prueba más de que en las tumbas reales se enterraron los faraones que las construyeron, en su cripta se encontraron restos del cráneo y el fémur de este monarca (Naville 1907-1913). No sólo eso, sino que en su complejo aparecieron además las momias de dos de sus reinas: Aashyt y Henhenet, ambas perfectamente conservadas. La primera con las vísceras en el interior de la momia y la segunda habiendo fallecido durante el par- to como resultado de una pelvis demasiado estrecha (Ikram, Doson 1998: 321).
De los monarcas de la XII dinastía sólo se conocen, y eso a falta de una identificación positiva que quizá no se produzca nunca, los restos de Senuseret II. Fueron encontrados por Petrie en la cámara funeraria de su pirámide, en Lahun. Se trata de unos pocos huesos de alguien que su descubridor describe como: «completamente desarrollado y alto, a juzgar por el fémur» (Petrie et al. 1923: 13). Depositados (supuestamente) en el University College de Londres desde el mo- mento de su descubrimiento, están a la espera de un estudio completo.
Más suerte tenemos con las reinas y princesas de la XII dinastía, de las cuales se han encontrado bastantes momias enterradas en las pirámides de sus faraones. En 1978-1979, Arnold encontró en la pirámide de Amenmhat III en Dashur los cuer- pos intactos de dos reinas (Arnold 1987): una anónima de entre 23-27 años de edad y la otra llamada Aat de entre 25-35 años de edad, que se contaron entre las primeras personas a las que se les sacó el cerebro por la nariz fracturando el et- moides (Strouhal, Klír 2006).
Se conocen otras dos reinas de la XII dinastía, ambas familiares de Senuseret III. A pesar de haber sido descubierta en 1894 por Jéquier, la cronología del ha- llazgo de una de ellas permite calificarla como de una momia genuina del Reino Medio. Pertenece a una mujer llamada Nefer-henut, que murió aproximadamente con 40-45 años de edad (Morgan de 1895: 151; Arnold 2002: 61). La segunda rei- na, descubierta en 1994 por el porpio Arnold, se llama Weret II y es una mujer ma- yor, con una edad aproximada de 60-70 años en el momento de su muerte (Arnold 2002: 75-76). Es la última de las momias enterradas dentro de pirámides que se conoce... por el momento.
Resumiendo, a pesar de que algunos cuerpos fueron encontrado en un mo- mento en que la arqueología y la paleopatología estaban dando sus primeros pa- sos, lo cual hizo que no recibieran la atención que merecían, hay otros que han sido encontrados hace pocos años con todas las garantías científicas. Una pequeña re- copilación nos permitirá comprobar que contamos con al menos una momia (en muchos casos sólo algunos restos o sus vísceras en un vaso canopo) identificada de cada una de las dinastías durante las cuales se construyeron pirámides en Egip- to: príncipe de Sekhemkhet (III dinastía), reina anónima de Djedefre (IV dinastía), Neferefre (V dinastía), reina ¿Reputnub? (V dinastía), Djedkare Izezi (V dinastía), reina Iput (VI dinastía), Pepi I (VI dinastía), reina Neit (VI dinastía), Montuhotep II (XI dinastía), reina Ashyt (XI dinastía), reina Henhenet (XI dinastía), reina anónima de Amenemhat III (XII dinastía), reina Aat (XII dinastía), reina Nefret-henut (XII di- nastía) y reina Weret II (XII dinastía). Como vemos, es imposible negar la evidencia: las pirámides sirvieron para enterrar a los faraones que las construyeron. QED.
1 Filólogo de formación, en el mundo anglosajón su labor como arqueólogo ya fue duramente criti- cada por Petrie al hacerse cargo de la excavación de las tumbas reales tras abandonar Emélineau el ya- cimiento (Petrie, 1901: 2; Hoffman 1986: 268-269); no obstante, la historiografía francesa lo ve con ojos más benévolos (Etienne 2007).
BIBLIOGRAFÍA
ALLEN, J. P. (1992): «Re'wer's accident» en LLOYD, A. B. (ed.): Studies in pharaonic reli- gion and society in honour of J. Gwyn Griffiths, Londres: The Egypt Exploration Society (Occasional Publications, 8), pp. 14-20.
AMÉLINEAU, E. (1897): Les nouvelles fouilles d'Abydos (1896-1897), París: Leroux.
ARNOLD, D. (1987), Der Pyramidenbezirk des Königs Amenemhet III. in Dahschur. Band I: Die Pyramide, Maguncia del Rhin, Philipp von Zabern (Archäologische Veröffentlichun- gen. Deutsches Archäologisches Institut Abteilung Kairo, 53).
ARNOLD, D. (2002): The pyramid complex of Senwosret III at Dashur. Architectural studies, Nueva York: The Metropolitan Museum of Art (Egyptian Expedition, 26).
AMÉLINEAU, E. (1897): Les nouvelles fouilles d'Abydos 1896-1897, París: Ernest Leroux.
BATRAWI, A. (1947): «The pyramid studies. Anatomical reports» ASAE 47, pp. 97-111.
_____ (1948): «A Small Mummy from the Pyramid of Dashur», ASAE 48, pp. 589-597.
_____ (1951): «Skeletal Remains from the Northern Pyramid of Sneferu», ASAE 51, pp. 435-440 .
MORGAN, J. de: Fouilles à Dahchour en 1894-1895, I, Viena: Adolphus Holzhausen, 1895.
ETIENNE, M. (2007): «Emile Amélineau (1850-1915). Le savant incompris», Archéo-Nil 17, pp. 27-38.
FARAG, N.; ISKANDER, Z. (1971): The Discovery of Neferwptah, El Cairo: General Orga- nisation for Government Printing Offices.
FIRTH, C. M.; GUNN, B. (1926): Teti pyramid cemeteries, El Cairo: Impr. de l'IFAO (Exca- vations at Saqqara, 1-2).
FIRTH, C. M.; QUIBELL, J. E.; LAUER, J. P. (1935-1936): The Step Pyramid, El Cairo: Im- primerie de l'IFAO - Service des Antiquités de l'Égypte.
IKRAM, S.; DODSON, A. (1998): The mummy in ancient Egypt. Equipping the dead for eter- nity, Londres: Thames & Hudson, 1998.
HOFFMAN, M. (19912): Egypt before the pharaohs. The prehistoric foundations of Egyptian civilization, Austin: University of Texas Press.
JÉQUIER, G. (1933): Les pyramides des reines Neit et Apouit, El Cairo: Imprimerie de l'IFAO (Fouilles à Saqqarah).
KREJCÍ, J.; CALLENDER, V. G.; VERNER, M. et al. (2008): Minor Tombs in the Royal Ne- cropolis I (The Mastabas of Nebtyemneferes and Nakhtsare, Pyramid Complex Lepsius no. 24 and Tomb Complex Lepsius no. 25), Praga, Czech Institute of Egyptology (Abuir, XII).
LABROUSSE, A. (1966): L'architecture des pyramides à textes. I - Saqqara Nord, El Cairo: IFAO (BdE, 114/1-2).
LAUER, J. P. (1968): «Recherche et découverte du tombeau sud de l'Horus Sekhem-khet dans son complexe funéraire à Saqqara», RdE 20, pp. 97-107.
_____ (1969): «Recherche et découverte du Tombeau Sud de l'Horus Sékhem-khet à Saqqa- rah», BIE 48-49, pp. 121-131.
_____ (1992): Saqqarah. Une vie. Entretiens avec Philippe Flandrin, París: Payot (Petite Bi- bliothèque/Documents, 107).
LAUER, J. P.; DERRY, D. E.: «Découverte à Saqqarah d'une partie de la momie du roi Zo- ser» ASAE 35 (1935) pp. 25-30.
LORET, V. (1900): «Fouilles dans la nécropole memphite (1897-1899)», BIE (sér. 3, no. 10), pp. 85-100.
MARAGIOGLIO, V; RINALDI, C. (1977): L'architettura delle Piramidi Menfite. Parte VIII. La Piramide de Neuserrâ, la «Small Pyramid» di Abu Sir, la «Piramide distrutta» di Saqqa- ra ed il Complesso di Zedkarâ Isesi e della sua Regina, Rapallo: Officine Grafiche Ca- nessa.
MASPERO, G. (1882): «La pyramide du roi Ounas», RecTrav 3, pp. 177-224.
_____ (1883): «La pyramide du roi Ounas», RecTrav 4, pp. 41-78.
_____ (1884): «La pyramide du roi Teti», RecTrav 5, pp. 1-59.
_____ (1884): «La pyramide du roi Pepi Ier», RecTrav 5, pp. 157-198.
_____ (1886): «La pyramide du roi Pepi Ier», RecTrav 7, pp, 145-176.
_____ (1886): «La pyramide du roi Pepi Ier», RecTrav 8, pp. 87-120.
_____ (1915): Guide du visiteur au Musée du Caire, El Cairo: Imprimerie de l'IFAO.
MATHIEU, B. (2003): «Travaux de l'Institut français d'archéologie orientale en 2002-2003. 1. Abou Roach» BIFAO 103, pp. 491-498.
MINUTOLI, H. von (1824-1827).: Reise zum Tempel des Jupiter Ammon in der Libyschen Wüste und nach Ober-Aegypten in den Jahren 1820 und 1821, Berlín: Rücker.
NAVILLE, E. (1907-1913): The XIth dynasty temple at Deir el-Bahari, Londres: K. Paul, Trench, Trübner & Co. (EEF 28, 30, 32).
MORGAN, J. de (1895-1903): Fouilles à Dahchour, Viena: Holzhausen.
PARRA ORTIZ, J. M. (2004): «Las momias perdidas de las pirámides», Enigmas 109, pp. 56- 60.
_____ (20082): Historia de las pirámides de Egipto, Madrid: Complutense.
_____ (2010): Momias. La derrota de la muerte en el antiguo Egipto, Barcelona: Crítica.
PETRIE, W.M.F. (1901): The Royal Tombs of the Earliest Dynasties, part II, Londres: Egypt Exploration Found (EEF, 21).
_____ (1902): Abydos, Londres: Egypt Exploration Fund (EEF, 22).
PETRIE, W. M. F.; BRUNTON, G.; MURRAY, M. A. (1923): Lahun II, Londres: British Scho- ol of Archaeology in Egypt.
PETRIE, W. M. F.; GRIFFITH, F. LL.; NEWBERRY, P. E. (1890): Kahun, Gurb, and Hawara, Londres: Kegan Paul, Trench, Trübner & Co.
QUIBELL, J. E. (1909): Excavations at Saqqara (1907-1908), El Cairo: Imprimerie de l'IFAO.
REISNER, G. A. (1927): «The tomb of Meresankh, a great-granddaughter of queen Hetep- heres I and Sneferuw», BMFA 25, pp. 64-79.
RIDLEY, R. T. (1983): «The discovery of the Pyramid Texts», ZÄS 110, pp. 74-80.
STROUHAL, E. (1992): «Anthropological and archaeological identification of an ancient Egyptian royal family (5th Dynasty)» International Journal of Anthropology 7, pp. 43-63.
_____ et al. (2001): «Identification of royal skeletal remains from Egyptian pyramids» Anthro- pologie 39, 15-23.
_____ (2002): «The anthropological evaluation of the human skeletal remains from the masta- bas of Djedkare Isesi's family cemetery at Abusir» en VERNER, M.; CALLENDER, V. G.: Abusir VI. Djedkare's family cemetery, Praga: Czech Institute of Egyptology. Faculty of Arts. Charles University (Excavations of the Czech Institute of Egyptology), pp. 119-132.
_____ (2003): «Three mummies from the royal cemetery at Abusir» en HAWASS, Z. (ed.): Egyptology at the dawn of the twenty-first century. Proceedings of the Eighth Interna- tional Congress of Egyptologist. Cairo, 2000, El Cairo: American University in Cairo Press, 478-485.
_____ et al. (1994): «Re-investigation of the remains thought to be of king Djoser and those of an unidentified female from the Step Pyramid at Saqqara» Anthropologie 32, pp. 225-242.
_____ et al. (1998): «Re-Investigation of the remains tought to be of king Djoser and those of an unidentified female from the Step Pyramid at Saqqara», en EYRE, C. J. (ed.): Procee- dings of the Sevent International Congress of Egyptologists, Lovaina: Iutgeverij Peeters, pp. 1003-1007.
STROUHAL, E.; ERNÝ, V.; VYHNÁNEK, L. (2000): «An X-ray examination of the mummy find in the pyramid Lepsius XXIV at Abusir» en BARTA, M.; KREJ Í, J. (eds.): Abusir and Saqqara in the year 2000, Praga: Academy of Sciences of the Czech Republic. Oriental Institute, pp. 543-550. Strouhal, Gaballah 1993 Strouhal 1992, 2002;
STROUHAL, E. GABALLAH, M. F. (1993): «King Djedkare Isesi and his daughters» en DAVIES, W. V.; WALKER, R. (eds.): Biological Anthropology, pp. 104-118.
STROUHAL, E.; KLÍR, P. (2006): «The anthropological examination of the two queens from the pyramid of Amenemhat III at Dashur» en BARTA, M. COPPENS, F.; KREJ Í, J. (eds.): Abusir and Saqqara in the year 2005, Praga: Czech Institute of Egyptology, Fa- culty of Arts, Charles University, pp. 133-146
STROUHAL, E.; VYHNÁNEK, L. (2000): «Identification of the remains of king Neferefra found in his pyramid at Abusir» en BARTA, M.; KREJ Í, J. (eds.): Abusir and Saqqara in the year 2000, pp. 551-560.
TACKE, N. (1996): «Die Entwicklung der Mumienmaske im Alten Reich», MDAIK 52, pp. 307- 336.
VERNER, M. (1999): «Excavatiosn at Abusir. Preliminary report 1997/8», ZÄS 126, pp. 70-76.
_____ (2001): «Archaeological remarks on the 4th and 5th dynasty chrnology», ArOr 69, pp. 363-418.
_____ (2002): The pyramids. Their archaeology and history, Londres: Atlantic.
VERNER, M.; BENESOVSKÁ, H. (2008): Unearthing Ancient Egypt. Fifty years of the Czech Archaeological exploration in Egypt, Praga: Czech Institute of Egyptology. Faculty of Arts. Charles University.
VERNER, M.; CALLENDER, V. G. (2002): Abusir VI. Djedkare's family cemetery, Praga: Czech Institute of Egyptology. Faculty of Arts. Charles University (Excavations of the Czech Institute of Egyptology, VI).
VYSE, R. W. H. (1840-1842): Operations carried on at the pyramids of Gizeh in 1837, Lon- dres: Fraser.
JOSE MIGUEL PARRA*
* E-mail: [email protected]
You have requested "on-the-fly" machine translation of selected content from our databases. This functionality is provided solely for your convenience and is in no way intended to replace human translation. Show full disclaimer
Neither ProQuest nor its licensors make any representations or warranties with respect to the translations. The translations are automatically generated "AS IS" and "AS AVAILABLE" and are not retained in our systems. PROQUEST AND ITS LICENSORS SPECIFICALLY DISCLAIM ANY AND ALL EXPRESS OR IMPLIED WARRANTIES, INCLUDING WITHOUT LIMITATION, ANY WARRANTIES FOR AVAILABILITY, ACCURACY, TIMELINESS, COMPLETENESS, NON-INFRINGMENT, MERCHANTABILITY OR FITNESS FOR A PARTICULAR PURPOSE. Your use of the translations is subject to all use restrictions contained in your Electronic Products License Agreement and by using the translation functionality you agree to forgo any and all claims against ProQuest or its licensors for your use of the translation functionality and any output derived there from. Hide full disclaimer
Copyright Universidad Nacional de Educacion a Distancia (UNED) 2011