II Simposio de Prehistoria Cueva de Nerja: La problemática del Neolítico en Andalucía. (Homenaje al Profesor Pellicer Catalán)
Entre el 30 de abril y el 3 de mayo de 1998 tuvo lugar en la Cueva de Nerja el II Simposio de Prehistoria de los celebrados allí y que, como homenaje al Profesor Pellicer Catalán, se dedicó a la problemática del Neolítico en Andalucía. La convocatoria reunió a una buena parte de los más importantes investigadores de nuestra Prehistoria reciente y dado que ha pasado más de un año sin que se hayan publicado sus actas (no precisamente por falta de interés de las instituciones de la Cueva) hemos creído oportuno realizar esta recensión para que quede al menos constancia de lo ocurrido en aquel encuentro. No nos proponemos, sin embargo, por razones de espacio, realizar aquí un análisis pormenorizado de cada una de las intervenciones, que en número de dieciséis, tuvieron lugar en este Simposio, aunque sí nos vamos a ocupar de ellas en relación con los aspectos en los que deben incidir las nuevas aportaciones de manera que contribuyan eficazmente a un mejor conocimiento del Neolítico y sus circunstancias (I. Rubio, 1989).
Tanto la ponencia de M.a D. Asquerino (Períodización y cronología del Neolítico andaluz) como la de M.a S. Navarrete (Significación cronológica de la cerámica cardial en Andalucía) abordaron uno de los debates abiertos en el estudio del Neolítico peninsular y muy especialmente en el caso andaluz: el que viene dado por la cuestión cronológica en relación, sobre todo, con sus inicios. En efecto, las fechas de radiocarbono calibradas que han proporcionado en estos últimos años yacimientos de Andalucía Occidental como las cuevas de la Dehesilla y Chica de Santiago (Acosta, 1995) son las más altas del Neolítico peninsular (inicios del VI milenio). Su aparición «ex nuovo», es decir, sin substrato epipaleolítico, y su relación con algunos restos de cerámica impresa cardial han venido, sin duda, a complicar un panorama ya de por sí bastante diverso. Por otro lado, las cuevas de Nerja y del Nacimiento presentan dataciones de C-14 calibradas con una antigüedad similar, aunque en este caso se superponen a cortes estratigráficos epipaleolíticos, mientras que en la de Albuñol (Pellicer, 1995) se registran en la mitad del VI milenio, lo que indujo al homenajeado a proponer que si el origen de la neolitización en la Península es sustancialmente levantino, habría que considerar para éste una cronología más alta. Para la Dra. Asquerino, sin embargo, el nuevo repertorio de fechas resulta insuficiente, dadas la extensión y la variedad del Neolítico andaluz, mientras que para la Dra. Navarrete, esta aparente contradicción (su visión difusionista es bien conocida) con los presupuestos expansivos en sentido Este-Oeste implica la evidencia de que en el estado actual de la investigación no concuerden las dataciones absolutas con las secuencias de cronología relativa, pero encuentra argumentos a favor de dicha progresión territorial y cronológica en la posición estratigráfica de la cerámica impresa cardial en la Cueva de la Carigüela (aunque no está avalada por la cronología absoluta) y en la evolución ulterior de los contextos postcardiales.
El segundo frente de discusión viene dado por las condiciones medioambientales durante el Neolítico, cuya problemática se plantea, fundamentalmente, en si éstas fueron o no similares a las actuales y en referencia al grado de incidencia que sobre ellas ha tenido la acción antrópica. Sólo en la ponencia de M.a D. Camalich (El problema del Neolítico en Almería) se trató el tema colateralmente, considerando para el área, una de las más estudiadas, unas condiciones de aridez semejantes a las actuales, lo que propició asentamientos junto al agua para la captación de recursos con un mínimo esfuerzo. Esta postura está de acuerdo con los planteamientos de otros investigadores (A. Gilman/J.B. Thornes, 1985; R. Chapman, 1978; 1991) para quienes los escasos cambios advertibles son debidos a la deforestación. Sin embargo, otras estimaciones apuntan a que dicha deforestación tuvo mayor trascendencia de la que ellos suponen (Herrando, 1987), por lo que podría sostenerse que las condiciones ambientales no alcanzaron tal grado de aridez. En ese caso, la necesidad de agua como recurso subsistencial básico tal vez no constituyera un elemento tan crucial como se pretende (Ramos, 1981; Lull, 1983; Molina, 1983).
Los aspectos relacionados con la economía fueron tratados desde diferentes ópticas. Por un lado, Arturo Morales y J.A. Riquelme (La dinámica de la fauna en el Neolítico en Andalucía), presentaron un acercamiento al problema de la fauna tratando de dejar sentadas algunas bases, en relación, fundamentalmente, con el binomio «indigenismo/autoctonía-difusionismo/ aloctonía». Según los datos presentados, agricultura y ganadería resultan de gran importancia cuantitativa en el momento del asentamiento, pero después predomina el componente faunístico silvestre; en Nerja, por ejemplo, el Neolítico comenzaría con un alto porcentaje de cabra y poco de ciervo, proporciones que acabarían por invertirse en el Neolítico final. Sin embargo, para I. Rubio (1989), es precisamente durante el Neolítico final cuando la caza parece haberse convertido en una actividad de apoyo, recayendo la aportación cárnica sobre las especies domésticas. Aunque, efectivamente, puede admitirse un resurgimiento de la misma en algunos yacimientos como los de Nerja (A. M.a Muñoz, 1984; Pellicer/Acosta, 1987; P. López et al., 1988) o Verdelpino, estudiado también por el Dr. Morales (1977), es una circunstancia que no se confirma en otros, como el de La Dehesilla o el de San José del Valle. En cuanto a las especies cultivadas, asunto tratado en este Simposio para el caso andaluz por Pilar López y A. M.a Arranz (La dieta vegetal y especies cultivadas en el Neolítico de Andalucía), cabe destacar la aparición conjunta ocasional del trigo y la cebada. En Montefrío (Morales/Riquelme) aparecen, además, asociados a la oveja, la cabra, la cerámica cardial y la piedra pulimentada, a modo de «paquete».
Teniendo en cuenta la progresiva consolidación de estas incipientes economías productoras y partiendo de presupuestos netamente sustantivistas. Ramos Millán (La economía neolítica del sílex en la Alta Andalucía) planteó en su ponencia un panorama en el que la cultura material no aparece como fruto de resortes meramente subsistenciales, sino que debe ser considerada como producto social, generado por un sistema económico de riqueza y en sintonía con ciertas relaciones de intercambios de excedentes. Diferentes pruebas como la ausencia de huellas de uso, los reducidos tamaños de los núcleos, demasiado pequeños para el uso subsistencial o su aparición en lugares distantes de los de extracción, parecen poner de manifiesto que los desarrollos artesanales de la época fueron el resultado de un sistema económico que tuvo máxima relevancia en la cultura tribal (extremo, por otro lado, bien documentado en el Neolítico europeo) y en el que el sílex tuvo una función de valor de cambio 1.
En lo concerniente a cuestiones relativas al asentamiento y habitat parece estar consensuado que los poblados debieron coexistir con las cuevas desde un principio. No obstante y debido probablemente a lo endeble de las estructuras (I. Rubio, 1989) y a que registran períodos de ocupación menos prolongados 2, las lagunas en la investigación de los asentamientos al aire libre siguen siendo considerables en comparación con las cuevas, más numerosas y que han aportado secuencias estratigráficas más completas. El Dr. Ferrer Palma quiso en su ponencia (El Neolítico de superficie en Andalucía) llamar la atención sobre la necesidad de superar estas carencias comenzando por incorporar definitivamente el término «Neolítico al aire libre» como complementario de otros ya consolidados como los de «Neolítico de las cuevas con cerámica decorada» o «Neolítico de cerámica a la Almagra», por ejemplo 3. Toda esta problemática quedaría resumida en la ponencia de la Dra. Muñoz (El proceso de cambio en el Neolítico andaluz: evolución y difusión), donde se destacó que el estudio del habitat no debe reducirse a las cuevas aunque hayan sido durante mucho tiempo nuestra fuente de información, como se viene demostrando con la ocupación neolítica de las campiñas, llanuras y valles andaluces. Pero, como es lógico, este creciente interés por el Neolítico de superficie no eclipsa aún a las actividades prospectivas en cuevas. Prueba de ello fueron las tres ponencias que se dedicaron en exclusiva a este tipo de yacimientos: D. Julián Ramos (La Cueva de La Araña en el contexto neolítico malagueño); Dña. Pilar Acosta (La emergencia del Neolítico en la Cueva de Nerja); y D. Dimas Martín (La Cueva del Toro en Antequera en el contexto del Neolítico andaluz).
Las referencias al equipo material abundaron en este Simposio, pero se tomaron más en consideración aspectos relacionados con la cerámica o la industria lítica que aquellos derivados de los objetos de adorno o la industria ósea. Así, en la interesante ponencia de la Dra. Capel (El horizonte de la cerámica a la almagra en el Sur peninsular), fueron expuestos, además de ciertos presupuestos en cuanto a las técnicas de fabricación, una serie de análisis de la composición de las materias primas arcillosas en algunos yacimientos, con objeto de discernir si debe concederse un carácter autóctono a las producciones a la almagra (lo que parece deducirse de los resultados de su investigación) o si, por el contrario, han de ser consideradas como productos importados. No obstante, en el estado actual de la investigación no puede defenderse con garantías una autoctonía para todas las áreas, ya que este tipo de análisis no son aún lo suficientemente numerosos, razón por la que pueden no haberse detectado indicios de intercambio (Rubio, 1989).
Uno de los aspectos más atractivos del estudio de la cerámica neolítica es el de la relación entre los motivos con que fueron «decoradas» 4 y los hallados en los abrigos esquemáticos, cuestión que fue tratada en la ponencia de D. Julián Martínez (Arte rupestre neolítico en Andalucía). Para este investigador el Arte esquemático, tanto en su faceta inmueble como en su versión mueble, debe entenderse como el símbolo de una economía ganadera 5 que se mantendría vigente hasta el Bronce, momento en que, probablemente, las decoraciones del campaniforme no eran ya comprendidas.
Como hemos comentado, las referencias a la industria ósea y a los objetos de adorno fueron escasas. Carencia importante porque, en especial estos últimos, que presentan en nuestro Neolítico una enorme variedad de tipos y materias primas, guardan estrecha relación con temas de interés esencial como la diferenciación social, los intercambios o el mundo ritual y funerario. A pesar de ello, resultó muy amena la ponencia de Dña. Sylvia Jiménez Brobeil (Antropología física y ritos funerarios en el Neolítico andaluz) en la que se pusieron de manifiesto para algunos restos óseos procedentes de Inhumaciones de esta época, una serie de manipulaciones intencionadas como descarnamientos (multitud de estrías que parecen indicar ciertas prácticas antropofágicas), extracción de la médula, trepanaciones, cocción, asado e incluso huellas de uso 6.
Pero de lo que no cabe duda, es que la máxima expresión del mundo ritual-funerario neolítico viene dada por el Megalitismo, fenómeno complejo donde los haya y al que han consagrado su vida no pocos investigadores. A título particular somos de la opinión de que los planteamientos procesuales de Renfrew (1984; 1986) y sus seguidores, relativos a la conducta social de estas comunidades y sus implicaciones religiosas y arquitectónicas, son perfectamente susceptibles de ser aplicados en el caso andaluz. El único matiz que cabe apuntar es que en esta región parece evidenciarse una preponderancia de la actividad ganadera pastoril con agricultura extensiva de «roza», (J. Ferrer, 1982, 1987; G. Delibes, 1985) mientras que el sistema de Renfrew parte, tal vez, de supuestos económicos de base más agrícola y campesina 7. Sea como fuere, lo cierto es que el fenómeno megalítico debe contemplarse como el exponente de la culminación de un proceso de neolitización que comporta una transformación social e ideológica (en palabras de la Dra. Muñoz), lo que enlaza con las últimas ponencias del Simposio, en las que se hizo referencia al proceso de cambio: A.M.a Muñoz (El proceso de cambio en el Neolítico andaluz: evolución y difusión); C. Martín (El proceso de cambio del Neolítico al Calcolítico en Andalucía Oriental); y F. Molina (El proceso de cambio del Neolítico al Calcolítico en Andalucía Occidental).
Este enfoque conlleva en su definición un doble propósito -si se nos permite-. Por un lado, el de un entendimiento del Neolítico como el verdadero proceso de transformación que fue, en la medida en que se pasó de las comunidades primitivas de cazadores-recolectores (depredación, nomadismo, etc.) a las sociedades complejas (producción, sedentarismo, etc.), esto es, de lo que fuimos a lo que somos. O tai vez a lo que éramos, ya que ha sido necesario esperar al siglo XX para que se produjera un cambio de tal magnitud. Eso sí, no podemos decir que ambos procesos se dieron a parecidas velocidades. De hecho, como ya apuntó M. Shalins (1978), ningún cazador o recolector en su sano juicio aceptaría voluntariamente cambiar su modo de vida por el de sus vecinos agricultores o ganaderos, a menos que existieran poderosas razones para hacerlo. No en vano, los cazadores recolectores dedicaban mucho menos tiempo a las actividades de subsistencia, su dieta era más diversificada y dependían en menor medida de las condiciones ambientales que los agricultores primitivos (J.M. Vicent et al., 1985). Esto y el acusado conservadurismo característico no sólo de esta época, sino de casi todas, condujeron a un proceso de cambio extremadamente lento, diacrónico y diverso. Y el trabajo del prehistoriador debe consistir, ni más ni menos, que en explicar cuándo, cómo y por qué...se produjo este...proceso de cambio y cuáles son los presupuestos en que se basa su explicación (Muñoz, 1991).
El segundo matiz a que antes aludimos tiene más que ver con una actitud y no pasa de ser un requiebro lingüístico. El proceso de cambio no atañe únicamente al Neolítico en sí sino también al devenir de su investigación. Esto supone para el investigador un continuo reciclaje y una constante puesta al día, razón por la que, sin duda, esta autora ha afrontado una y otra vez los sucesivos estados de la cuestión.
RAFAEL MAURA MIJARES
1 Una propuesta similar, aunque limitada a las hachas pulimentadas de sílex, puede encontrarse en Kristiansen (1989), donde se las considera no sólo como medio de intercambio social o instrumento básico de subsistencia, sino también como elementos principales para el consumo ritual y funerario.
2 «El sedentarismo (Pellicer, 1981) no es absolutamente consustancial al Neolítico, de la misma manera que el nomadismo no es rigurosamente necesario en una comunidad paleolítica o epipaleolítica».
3 También se cita el término «Cultura de las Cuevas», acuñado por Bosch Gimpera, a pesar que desde hace más de 20 años ha sido puesto en cuestión por numerosos autores (Pellicer, 1981).
4 Usamos el término entre comillas porque no creemos que el concepto decoración entrara en ios cánones de pensamiento de estas comunidades.
5 Más adelante abundaremos en esta cuestión.
6 Casi todas estas prácticas tian sido documentadas con anterioridad por esta misma investigadora (1990) y por otros autores: IVIuñoz, 1965: Molina, 1983; Jordá, 1987; García Jiménez, 1986; Rubio, 1990.
7 El potencial del ganado para promover desigualdades sociales será más efectivo posteriormente, cuando las economías se vean directamente implicadas en la «revolución de los productos secundarios» (Sherratt, 1981; Harrison/Moreno, 1985; Gilman, 1997).
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