Resumen. Mucha es la información existente sobre la Edad del Bronce peninsular, especialmente la que se refiere al sureste. Sin embargo, el altiplano murciano ofrece un escaso número de yacimientos excavados y estudiados, y que, en nuestra opinión y la de otros investigadores, no pueden ser considerados sensu stricto integrados en la cultura de El Argar. Con este trabajo intentamos rellenar -al menos en parte- esa laguna informativa, aportando una exposición de las características generales del Cerro de la Campana (Yecla, Murcia), especialmente de su arquitectura y su estratigrafía, así como cuestiones relativas a la cronología del yacimiento que abarca, al menos, gran parte del II milenio a. C.
Palabras clave: Cerro de la Campana (Yecla, Murcia). Edad del Bronce. II milenio a. C.
Abstract. There is abundant information concerning the Bronze Age in Iberian Peninsula, mainly focused on the southeastern region. However, the murcian high plateau gives an scarce number of excavated and studied sites which, moreover, can not be considered sensu stricto integrated in the culture of Algar. This paper tries to fill, at least partially, that informative gap, by providing an exposition of the general features of Cerro de laCampana(Yecla,Murcia),especiallycenteringonitsarchitectureandstratigraphy,as wellas issues related to the chronology of the site (it dates from the II millenium B.C.)
Key Words: Cerro de la Campana (Yecla, Murcia). Bronze Age. II millenium B.C.
Dice un conocido refrán que "nunca es tarde si la dicha es buena", y bien puede completarse el sentido de esta expresión del saber popular con aquella otra que asegura que "más vale tarde que nunca", y aunque en principio pudiera preguntarse el lector qué relación puede haber entre el refranero español y nuestra Prehistoria, las líneas que siguen a éstas le explicarán que también en los ámbitos científicos se dan ciertas circunstancias que, si en ocasiones entorpecen, o al menos complican, la investigación, también dejan claro que, los investigadores somos, con más frecuencia de la que sería lógico esperar, parte de una sociedad en la que esos dichos tradicionales siguen estando vigentes.
Hace casi tres décadas se celebraron las II Jornadas de Historia de Yecla, un conjunto de actos organizados en homenaje al entonces recientemente desaparecido Prof. Nieto Gallo en los que quienes firmamos este trabajo participamos con la elaboración de varios paneles explicativos de las características del asentamiento de la Edad del Bronce ubicado en el Cerro de la Campana, tanto de sus restos como de los aspectos socioeconómicos relativos a la vida de aquellos antiguos yeclanos, y con un estudio sobre la estratigrafía del yacimiento que completaba la información publicada hasta entonces y que evidentemente era necesario para quienes estudiaban otros aspectos del mismo, ya fuesen sus materiales cerámicos o metálicos, las características y el modo de explotación de su territorio inmediato o su "papel" en el conjunto de los asentamientos de quienes ocuparon el altiplano murciano en el II milenio a. C., trabajos con los que también participaron en aquella celebración.
Pero curiosamente los acontecimientos se desarrollaron de una forma bastante atípica y, desde luego, en absoluto prevista. Lo que no era para publicar, se publicó, y lo que debía haber visto la luz impreso en las actas de aquellas jornadas, nunca lo hizo.
Por razones que se nos escapan, los paneles que diseñamos para la exposición citada fueron aprovechados como material didáctico para el Museo Arqueológico Municipal "Cayetano de Mergelina" de Yecla y publicados poco después (Ruiz Molina, 1989, 137-156), y sin embargo las actas de aquellas II Jornadas de Historia de Yecla no se publicaron nunca.
Ante esta situación, pensamos que no parece lógico que esa información, fruto de muchas horas de trabajo de campo y de estudio de quienes nos dedicamos a recuperar "páginas" de la Prehistoria peninsular además de realizar nuestro quehacer cotidiano, quede "durmiendo el sueño de los justos", y pensamos además que, obviamente, las características de la estratigrafía de un yacimiento arqueológico no constituyen un conjunto de información que quede obsoleto con el paso del tiempo, sino que, a nuestro entender, son por el contrario datos que debe conocer la comunidad científica y todo aquel interesado por la Historia.
Por ello, para evitar que algo tan fundamental para el conocimiento de un yacimiento arqueológico, como es su estratigrafía, quede inédito, queremos aprovechar de nuevo la ocasión de publicar esos datos del Cerro de la Campana, esta vez en homenaje al Prof. Ripoll Perelló, actualizando ciertos aspectos y completando otros, en el convencimiento de que se trata de un interesante yacimiento que, por haber sido amplia y científicamente excavado permite conocer mejor el desarrollo de la Edad del Bronce en el Altiplano de Jumilla-Yecla, pese a que, por motivos que no alcanzamos a descubrir ni imaginar, ha sido totalmente ignorado en publicaciones recientes en las que se ha pretendido presentar, a modo de panorama general y con evidente fines didácticos, datos y rasgos de la Prehistoria de la región de Murcia a nuestro entender subjetivamente seleccionados e interpretados, y si bien es cierto que "de la discusión sale la Ciencia", también lo es que de ignorar parte de la información disponible y de obviar, sin discutirlas, las opiniones de otros investigadores, poca y pobre ciencia puede resultar.
1. UN YACIMIENTO ARQUEOLÓGICO LOCALIZADO HACE MÁS DE UN SIGLO
Es a todas luces evidente que la moderna excavación de algunos yacimientos arqueológicos ha supuesto importantes novedades para el conocimiento de un complejo cultural tan importante como lo fue en el II milenio a. C. la Cultura de El Argar dadas su ubicación y características.
Este es el caso de El Rincón de Almendricos, un asentamiento ubicado en tierras llanas y con restos arqueológicos espectacularmente bien conservados, o del Cerro de Las Víboras de Bagil (Eiroa, 1995; 2004), que ha aportado una interesantísima información en relación sobre todo con la continuidad/discontinuidad cultural detectada en diferentes etapas de la Edad del Bronce del Sureste peninsular, pero, desde nuestro punto de vista, cuando se presentan trabajos de conjunto sobre la Prehistoria de una determinada área cuyos límites no son geográficos sino administrativos y por ello convencionales, no tiene ningún sentido obviar la existencia de otros yacimientos (Ayala Juan, 1995; Eiroa, 2004), de características diferentes y correspondientes a otro "modelo" tipológico y cultural, quizá peor conocidos y menos "espectaculares" -aunque este tipo de apreciaciones siempre son subjetivas-, pero no por ello menos importantes a la hora de plantear cómo se pudo desarrollar una página de la Historia de una determinada "región", máxime cuando la presencia de ese otro tipo de yacimientos, localizados en un área geográficamente bien diferenciada como es el altiplano murciano, es conocida desde hace tiempo.
La existencia de un yacimiento arqueológico en el Cerro de la Campana de Yecla fue dada a conocer a finales del siglo XIX por el P. Carlos Lasalde Nombela (51), un erudito salesiano que, a la luz de sus conocimientos lo calificó de poblado celta, es de suponer que ante la extendida creencia de aquella época de que los primeros pobladores de la Península Ibérica fueron los celtas y los íberos, y "por eliminación", ya que detectó las grandes diferencias apreciables entre los restos visibles en él y los del cercano Cerro de Los Santos.
Entre 1950 y 1960, el historiador D. Fausto Soriano Torregrosa realizó varias prospecciones por el cerro y su entorno, e incluso excavaciones a modo de sondeos cuyos resultados han sido dados a conocer muchos años después (Soriano Torregrosa, 1999), pero que él comunicó en su momento a la Administración enviando informes e inventarios y depositando los materiales recuperados en los museos de Yecla y Murcia.
Ya en los años 60, el Cerro de la Campana aparece citado en una publicación de tanta entidad como es el Noticiario Arqueológico Hispánico (Nieto Gallo, 1964). En la década de los 70 es el propio Soriano Torregrosa quien se refiere al yacimiento como exponente de parte de la historia de Yecla (Soriano Torregrosa, 1972), y en 1976 comenzaron las excavaciones propiamente arqueológicas bajo la dirección del Prof. Nieto Gallo y uno de nosotros.
A comienzos de la década siguiente el yacimiento fue objeto de una comunicación presentada en el XVI Congreso Arqueológico Nacional (Nieto Gallo y Martín de la Cruz, 1983), prosiguiendo las excavaciones sistemáticas en 1983, 1984 y 1985, y volviendo a ser citado el Cerro de la Campana en las I Jornadas de Historia de Yecla (Nieto Gallo, 1986) y en adelante por otros investigadores que lo incluyeron en sus publicaciones por diferentes motivos y con diferentes interpretaciones de sus características (Uscatescu, 1992; Rovira LLorens y Gómez Ramos, 1994; Castro, Lull y Micó, 1996; Rovira LLorens, Montero Ruiz y Consuegra Rodríguez, 1997; Martínez Peñarroya, 1998; Montero Ruiz, 1999; López Padilla, 2006).
Valgan pues estas líneas para recordar que no sólo el Cerro de La Campana, cuyas características indicaban desde un principio que no era argárico (Nieto Gallo y Martín de la Cruz, 1983), sino otros de características semejantes localizados en el altiplano murciano (Los Cabecicos, Cabezo de los Pinos, Cabezo del Barranco Ancho, Cabezo Redondo, Matapodar, Romania, Las Moratillas, etc., en término de Jumilla, o los cerros de Las Chimeneas, El Portachuelo, del Serral, del Castillo y del Castellar, la Cueva de los Moros, etc. en término de Yecla), conforman un conjunto de asentamientos que, sumados a otros situados en tierras llanas, presentan una serie de rasgos que permiten detectar la existencia en esa área, durante el II milenio a. C. de una población culturalmente diferente de sus contemporáneas más próximas en el espacio; pero esa diferenciación no implica falta de relación ni total independencia, sino, por el contrario, la existencia de rasgos comunes que se detectan en su arquitectura, su ergología, su modo de ocupación y explotación del territorio y, evidentemente en su cronología pero, por ejemplo, no en sus costumbres funerarias y rasgos que seguramente son consecuencia de la conjunción de factores tales como la propia situación geográfica y también las características de su territorio y de su sistema socioeconómico, tan semejante al de sus contemporáneos como para considerarlas correspondientes, en términos cronoculturales, al Bronce Pleno peninsular.
Consideramos por tanto evidente que las gentes que ocuparon el altiplano murciano no formaron parte stricto sensu de la Cultura de El Argar, y así parecen considerarlo también otros investigadores que conocen bien la Prehistoria reciente del sureste peninsular y de sus zonas limítrofes y que no incluyen esa área geográfica en territorio argárico (Molina y Cámara, 2004). Ahora bien, no obstante es cierto que, en el estado actual de la investigación, la caracterización de ese complejo cultural, que bien puede denominarse Bronce del altiplano Murciano -siguiendo la tradición que ha llevado a denominar los complejos culturales del Bronce de la península Ibérica en función del área geográfica en que han localizado (Bronce Valenciano, Bronce del Suroeste, Bronce del Guadalquivir, Bronce de La Mancha)- , y pese a que incluso se detectan al menos tres facies culturales en función de los tipos de asentamientos conocidos (cerros o cabezos, poblados de llanura y cuevas naturales), es aún incompleta dado el escaso número de yacimientos excavados y estudiados, por lo que quizá los "rasgos de identidad" que en principio se señalaron como comunes a los asentamientos en altura, cuando aún no se habían llevado a cabo excavaciones sistemáticas en el Cerro de La Campana, no sean exactamente los identificados entonces (Nieto Gallo, 1986).
2. ILUSIÓN, SABER, INTUICIÓN Y ARQUEOLOGÍA
Recientemente se han publicado los diarios de D. Fausto Soriano (Soriano Torregrosa, op.cit.), en los que relata sus impresiones sobre las características del Cerro de la Campana y sobre los restos arqueológicos que con tanta ilusión y empeño localizó y recogió, tanto en superficie como en sus "sondeos" (en algún caso verdaderas excavaciones aunque, por razones obvias, no metodológicamente planteadas ni realizadas). Esas páginas explican el interés que el profesor Nieto Gallo, buen conocedor del entorno yeclano, manifestó siempre por el yacimiento, un interés que nos trasmitió a los que trabajamos con él sumado a su intuición, fruto de la cual era el convencimiento de que en el yacimiento aún quedaban restos y contextos arqueológicos intactos pese a las indudables secuelas no solo de antiguas labores de roturación y de excavaciones no científicamente realizadas, sino también, y más lamentablemente todavía, de las que llegaron "de la mano" de la propia Administración, ya que el impacto de la repoblación forestal había provocado en el yacimiento, años más tarde, el verdadero arrasamiento de algunas de sus partes.
Desde que en 1976 comenzaron los trabajos de investigación con, digamos aires de "modernidad" en el cerro, resultó evidente que existían en él restos claramente estratificados de su ocupación prehistórica, más alterados en unas zonas y menos o apenas nada en otras, y esto suponía un reto a la hora de determinar qué métodos y técnicas de los que dispone la Arqueología, o qué conjunción de unos y otras, era necesario poner en práctica para poder rellenar esa página de la Historia de Yecla no escrita con letras, que debíamos "leer" en los restos y la estratigrafía del yacimiento pero que estaba sensible y preocupantemente desfigurados por una plantación de verdes pinos.
Consecuencia de estos "antecedentes" fueron las campañas de excavación arqueológica desarrolladas en 1983, 1984 y 1985 bajo la dirección del Prof. Nieto Gallo y uno de nosotros, campañas en las que se pudieron constatar las verdaderas características del antiguo asentamiento sacando a la luz restos que aún quedaban enterrados en buena parte de su cima y laderas con un método que, basado en la implantación de ejes fijos de referencia y la combinación de técnicas de excavación por planos "naturales" y "artificiales", diferenciando contextos en ambos casos, permitió controlar y constatar la posición espacial de todos esos restos, la existencia de varios estratos y niveles arqueológicos que conformaban una compleja y discontinua estratigrafía. Ello permitió a su vez el posterior estudio de unos y otras, estudio que se ha visto plasmado en los informes correspondientes a cada una de esas campañas de excavación
-depositados en su momento en la Administración-, en los paneles presentados en la exposición a que nos referimos al comienzo de este artículo, en trabajos ya hechos públicos relativos a sus materiales cerámicos y a su modo de explotación del territorio inmediato (Garcés Tarragona, 1993), en esas publicaciones ya mencionadas en las que se hace referencia a algunos de sus materiales o a su clasificación cronocultural, y ahora en la síntesis que aquí presentamos sobre las características de su estratigrafía.
3. UN CERRO TOTALMENTE OCUPADO, PERO NO SIEMPRE DE LA MISMA FORMA
Apenas a un par de kilómetros antes de llegar al propio centro urbano de Yecla, por la carretera que une este municipio con el también murciano de Jumilla, a la derecha del camino se observan varios cerros "testigo" modelados en calizas dolomíticas, uno de los cuales destaca, no por sus grandes dimensiones, sino por su curiosa forma, motivo por el que, desde muy antiguo, se conozca en el entorno como Cerro de la Campana, ya que su perfil hace evocar al espectador el nombre de ese instrumento.
Esa morfología se debe en parte a su constitución y en parte a la acumulación de restos arqueológicos en sus laderas, ya que si en su parte más alta la roca natural destaca en el paisaje como una mole cuyas dimensiones disminuyen ligeramente de abajo a arriba como resultado de la erosión que ha dejado al descubierto la roca desnuda, sin embargo, en las laderas del cerro esa superficie rocosa se oculta bajo una "capa" de tierras pardas revueltas con piedras de diferentes tamaños, que se extiende de forma continua desde algo mas de media altura hasta el pie del cerro, destacando la presencia en ella por una parte de grandes bloques de la caliza natural que, desprendidos de su lugar de origen, la cima, se fueron "estacionando" en diferentes puntos al caer ladera abajo, y por otra, como no, la existencia de las terrazas artificiales hechas en función de la repoblación forestal llevada a cabo en fechas bastante recientes.
A la vista del yacimiento, la primera impresión era ciertamente desalentadora desde el punto de vista del planteamiento de su excavación sistemática, pues todo parecía indicar que el depósito arqueológico, que indudablemente seguía existiendo en él, dada la abundancia de fragmentos cerámicos, molederas, piedra pequeña, etc. que "emergían" entre la tierra suelta, debía encontrarse inevitable y mayoritariamente erosionado con el paso del tiempo, así como sumamente alterado y revuelto por efecto tanto del rodamiento de esos enormes bloques de roca desprendidos, como del aterrazamiento efectuado para dicha repoblación forestal, habida cuenta además de que indudablemente esos procesos postdeposicionales se debieron ver necesariamente favorecidos por la fuerte pendiente de las laderas del cerro, que sin duda favoreció el arrastre de gran parte de los niveles y "rellenos" del depósito arqueológico, lo que consecuentemente llevaba a plantearse que buena parte de los restos que pudieran recuperarse no se hallarían en su posición y situación originales.
Las perspectivas no eran pues demasiado halagüeñas, pero aunque en parte todo esto resultó cierto, también es verdad que la veintena de cortes excavados en el curso de las campañas de excavación desarrolladas entre 1976 y 1985 pusieron de manifiesto la existencia de restos arqueológicos, que aún permanecían in situ y que proporcionaban abundante y preciosa información para reconstruir al menos una parte de la historia de quienes habitaron el Cerro de la Campana durante el II milenio a. C., ya que el trabajo de campo realizado a lo largo de esas campañas de excavación y el posterior análisis y estudio de los resultados obtenidos en cada uno de los cortes abiertos en las cuatro laderas del Cerro, y el de todos ellos en conjunto, permitió constatar:
- que el cabezo fue ocupado prácticamente en la totalidad de su superficie, incluso en las zonas mas altas y escarpadas;
- que todo indicaba que esto ocurrió en momentos diferentes, aunque posiblemente, no excesivamente alejados en el tiempo entre sí, dada la sensible homogeneidad del material arqueológico recuperado;
- que allí donde la topografía natural ofrecía superficies de dimensiones suficientes para construir viviendas, frecuentemente se hallaban acumulados restos de varias casas superpuestas, mientras que en las zonas en las que la roca natural presentaba una superficie más incómoda, por ofrecer una fuerte pendiente, generalmente se hallaban restos de una sola habitación.
Aparentemente pues, una vez detectados estos aspectos relativos al modo de ocupación del cerro, todo apuntaba a que la identificación y estudio de las características de la estratigrafía del yacimiento no debían plantear excesivos problemas. Daba la impresión de que, una vez delimitadas las zonas alteradas por una u otra causa, en las que evidentemente las estructuras que se hubieran conservado se hallarían prácticamente destruidas y los materiales arqueológicos revueltos, no había mas que identificar las características de las viviendas cuyos restos aún quedaban en el cerro, para poder entender la relación existente entre ellas y el contexto arqueológico que apareciese asociado a las distintas fases de su ocupación.
Ahora bien, como acabamos de señalar, solo en algunas zonas del yacimiento se observaba la superposición de los restos de unas viviendas sobre los de otras, lo que implicaba la necesidad de "situar", no sólo en el espacio sino también en el tiempo, las viviendas que se construyeron directamente sobre la roca natural -o sobre las plataformas artificiales aterrazadas a las que luego nos referiremos-, en su lugar correspondiente y en relación con la estratigrafía que presentan las zonas donde dichas superposiciones existen.
De todo ello se desprende que en el Cerro de la Campana hay por tanto una estratigrafía vertical, fácil de observar en los puntos en que se localizaron y excavaron restos de varias casas superpuestas, muy posiblemente reconstrucciones sucesivas de la misma vivienda, pero también que hay otra estratigrafía horizontal, ésta en las zonas del yacimiento donde los restos de habitaciones construidas en momentos diferentes aparecen mas o menos próximos, pero no superpuestos.
Todo ello pone claramente de manifiesto la existencia a su vez de una estratigrafía discontinua, ya que no se observa en ninguno de los cortes excavados la secuencia completa detectada en el conjunto del asentamiento, y una estratigrafía cuyos componentes no resulta fácil diferenciar y cuya formación no es fácil interpretar por la concurrencia de dos hechos que obstaculizan, en definitiva, su interpretación:
- Por una parte, en muchos casos resulta imposible atribuir con precisión, los materiales arqueológicos a un nivel concreto de construcción, habitación o destrucción, ya que en la mayor parte de los cortes se pueden diferenciar varios estratos de ocupación pero no los niveles de habitación y de derrumbes correspondientes a cada de uno de ellos. Esto se debe a que dichos niveles arqueológicos están mezclados, ya sea por causas naturales, o bien como consecuencia de los sucesivos aplanamientos realizados para acondicionar las superficie sobre la que se reconstruyeron las viviendas, o, incluso, como resultado de las alteraciones que en épocas mas recientes ha sufrido el yacimiento por la acción antrópica.
- Por otra parte, en la construcción de las terrazas artificiales que construyeron los ocupantes del Cerro de la Campana para poder disponer de espacios más amplios y cómodos para construir sus viviendas, se utilizaron como rellenos tierras que contenían materiales de época o épocas anteriores, de tal forma que, si bien podemos asegurar que, en cada caso, dichos materiales son evidentemente anteriores a la construcción de la terraza, sin embargo resulta difícil identificar el momento concreto a que esos materiales corresponden. La única forma de saberlo sería comparar sus características con las del contexto de los estratos bien diferenciados, pero esto no siempre es posible ya que en ocasiones no hay entre ellos elementos claramente diferenciadores.
A priori podría interpretarse esta última observación como índice de clara continuidad cultural en el asentamiento durante el II milenio a. C., pero los restos arquitectónicos indican tanto una ocupación diferenciada de la propia superficie del cerro como diferencias tecnológicas que ponen de manifiesto, cuanto menos, el uso de distintas técnicas constructivas en diferentes momentos; todo apunta a que desde un principio se trató de los integrantes de un mismo grupo cultural, y a que fueron gentes bastante "conservadoras" en lo referente a su ergología doméstica, especialmente por lo que respecta a su alfarería, y quizá también en lo relativo a otros aspectos como el funerario -aspecto por cierto que en realidad desconocemos-, pero todo parece indicar también que sin embargo, y sin duda por su relación con sus contemporáneos geográficamente más próximos -las gentes de la Cultura de El Argar, del Bronce Valenciano y del Bronce de La Mancha-, fueron adoptando y adaptando "nuevas tecnologías" -las que les resultaron especialmente útiles-, y entre ellas las relacionadas con la construcción de viviendas más confortables y, seguramente también, las relacionadas con el mejor aprovechamiento de un espacio ciertamente incómodo pero en el que era necesario instalar unidades de habitación y de producción porque las razones que obligaban a vivir en un cerro con tan incómodo y escaso espacio natural fácilmente utilizable seguían vigentes en su estrategia de ocupación del lugar y del territorio.
4. LA ESTRATIGRAFÍA DEL CERRO DE LA CAMPANA: BREVE DESCRIPCIÓN
Entendemos por estratos arqueológicos las "capas" o depósitos con restos de similares características cronoculturales, pertenecientes por tanto a la ocupación de un determinado lugar por gentes de una misma época y que compartieron una misma cultura, y, sin embargo, entendemos por niveles arqueológicos las capas o depósitos con restos culturales correspondientes a las diferentes actividades humanas (construcción, habitación, almacenaje...) y acontecimientos (derrumbes, abandonos, incendios...) que se sucedieron a lo largo del tiempo y que, superpuestos, adosados, etc., dieron lugar a la formación de estratos, de tal forma que, consecuentemente, el conjunto de ambos es lo que, en terminología arqueológica, se viene denominando conjunto o paquete estratigráfico, o más comúnmente y "por extensión" estratigrafía, si bien es cierto que este último término designa, etimológicamente hablando, la representación gráfica del mismo.
Pues bien, hemos de adelantar aquí que en el Cerro de la Campana tan difícil es diferenciar niveles, dadas las alteraciones postdeposicionales del yacimiento, como complicado resulta detectar estratos, ya que hay que tener presente:
- que las dataciones absolutas obtenidas de muestras tomadas en la campaña de excavación de 1976 (Nieto Gallo y Martín de la Cruz, op. cit.), realmente sólo situaban en el tiempo un "momento" de su ocupación de muy corta duración, un lapso temporal de entre 10 y 30 años -dependiendo de que utilicemos las dataciones obtenidas antes o después de su calibración, respectivamente (Castro, Lull y Micó, op. cit.)-, que bien pudiera ser la distancia existente entre la construcción de una vivienda, o una reparación de su techumbre, y la destrucción de la misma por un incendio que provocase que su posterior derrumbe sepultara un recipiente cerámico cuyas semillas carbonizadas proporcionarían la datación más reciente.
- que si los materiales arqueológicos indican más continuidad que grandes cambios culturales, las "novedades" arquitectónicas y otros aspectos relativos al conjunto ergológico y no sólo a su tipología evidencian sin embargo la existencia clara de dos fases de ocupación, bien diferenciadas, y la muy posible existencia de una tercera correspondiente seguramente a la última etapa de la "vida" del asentamiento.
Es más, pese a que, como ya hemos mencionado, no siempre se han podido diferenciar los niveles con restos de construcción, ocupación, derrumbe, abandono, etc. correspondientes, sí se detectan sin embargo tanto superposiciones como ciertos cambios que permiten identificar "momentos" distintos en cada una de esas fases.
Por todo ello, teniendo en cuenta que todo indica que el Cerro de la Campana fue ocupado en tiempos prehistóricos únicamente por gentes culturalmente correspondientes a la Edad del Bronce, pero considerando también que los restos arqueológicos de esa ocupación ponen de manifiesto cambios significativos que muy bien pudieron ser consecuencia de acontecimientos importantes en su Historia, decidimos:
- utilizar la denominación de "estrato" para designar el conjunto de restos correspondiente a cada una de las grandes fases identificadas, como exponemos a continuación, comenzando su numeración, con números romanos, por el de formación más antigua, y
- utilizar, sin embargo el término "nivel", designado con numeración arábiga, para calificar los conjuntos de restos correspondientes a las diferentes etapas identificadas en cada una de esas fases.
Obviamente somos conscientes de que, metodológicamente considerados, estos "niveles" aparecen aquí como la "suma" de los verdaderos niveles arqueológicos (de construcción, ocupación, derrumbe, etc.) existentes en el yacimiento, pero también lo somos de que la descripción de todos y cada uno de esos niveles arqueológicos, subfases detectadas y estratos identificados, podía hacer demasiado extenso y prolijo este trabajo y, sobre todo, podía resultar quizá más científico, pero también menos expresivo y útil a quienes consulten estas páginas.
El ESTRATO I
Este estrato arqueológico contiene los restos de la primera fase de ocupación del cerro, una fase que necesariamente hubo de ser bastante anterior al 1.612 cal. ANE, es decir, a la más antigua de las dataciones publicadas (Castro, Lull y Micó, op.cit.) por razones que, en función de su mejor comprensión, expondremos más adelante, si bien hemos de adelantar que no disponemos de dataciones "absolutas" para ella.
Tras las excavaciones llevadas a cabo entre 1983 y 1985 se enviaron nuevas muestras al Instituto Rocasolano del CSIC para su análisis, pero suponemos que no ha sido posible obtener resultados fiables al no haber tenido noticias de ellos y a la vista de su no inclusión en el "corpus" de dataciones peninsulares publicado por los autores catalanes; de cualquier forma, no es de extrañar que el mal estado de conservación del yacimiento debido a las alteraciones ya señaladas, entre las que no hay que olvidar las provocadas por la propia tecnología constructiva de los ocupantes del Cerro de La Campana, haya provocado a su vez la imposibilidad de obtener dataciones que determinen los límites cronológicos de este estrato, puesto que no sólo sus componentes se hallan en gran parte revueltos, sino que tampoco se detecta entre ellos la existencia de niveles de incendio o abandono rápido que hubiesen permitido la conservación de restos de postes carbonizados, hogares o semillas almacenadas.
Esta situación obliga a identificar la cronología de este Estrato I sin datos "absolutos" de partida, en base únicamente a las características de sus restos arqueológicos y a la relativa complejidad de su conjunto estratigráfíco, pero si ambos ponen de manifiesto su correspondencia básicamente al II milenio a. C. y la existencia de cuatro etapas sucesivas en el desarrollo de la primera fase del asentamiento, no permiten sin embargo identificar la duración de cada una de ellas, ni, consecuentemente, la duración de la misma.
En cualquier caso, y a la vista de la posición estratigráfica de las dataciones con que contamos, pensamos que es evidente que el estrato I del yacimiento contiene los restos de la ocupación del cerro durante la primera mitad del II milenio a. C., -sin descartar la posibilidad de que la implantación del asentamiento fuese ligeramente anterior-, como también lo es, por razones obvias, que no es posible, al menos de momento, determinar la cronología de las cuatro etapas identificadas en el desarrollo de aquella primera fase de dicha ocupación y cuyas características son, en síntesis, las que indicamos en las líneas siguientes.
ESTRATO I: Nivel 1
Localización:
Los restos de las viviendas que, en el estado actual de conocimiento del yacimiento, corresponden a la implantación del asentamiento, aparecen exclusivamente en una terraza natural, de unos 2,50 m de fondo, de la zona media-alta de la ladera septentrional del cerro.
Arquitectura:
Esos restos corresponden a habitaciones cuya planta no se ha podido identificar -aunque presumimos que bien pudo ser sensiblemente rectangular, condicionada por la morfología de la topografía natural-, construidas a base de tapial fabricado con tierras amarillas y muy pocas piedras, o incluso sin ellas; ese tapial aparecía apoyado directamente sobre la roca natural, sin que se haya documentado la existencia de zócalos o basamentos más sólidos, agujeros de sustentación de postes de armazón de los muros y/o de apoyo de cubiertas presumiblemente de madera, ramajes, etc., planas y a una sola vertiente con caída en las mismas direcciones que las laderas del cerro , como tampoco se han documentado restos de suelos, si bien esto es lógico ya que la propia roca natural resultaría cómodamente utilizable, incluso aunque en algunos puntos requiriese una regularización que, tratándose de calizas, no debió resultar demasiado complicada.
Estructuras de almacenaje:
En esa misma plataforma natural sobre la que se construyeron las viviendas, se hallaron dos silos cuya capacidad ronda los 2.000 litros, uno de ellos totalmente excavado en la propia roca y el otro, ligeramente más grande, parcialmente excavado y parcialmente construido con tapial de tierras amarillas. Ambas estructuras fueron amortizadas más tarde, se rellenaron -lo que explica la presencia en el interior del más grande de una acumulación de objetos entre los que se hallaron lascas de sílex y punzones, puntas de flecha, y algunos adornos de hueso- y sobre ellos se levantaron nuevas estructuras, pero esta vez de habitación.
Materiales arqueológicos:
Entre los escasos restos de la ergología de este Nivel 1 cabe mencionar la presencia de algunas lascas y un núcleo de piedra tallada; molederas, machacadores y un alisador de piedra pulimentada; una espátula y una punta de flecha en hueso, astas de cérvidos, un colgante de concha perforada, una "ficha" recortada en un fragmento de un vaso cerámico y restos de los animales consumidos, así como de un conjunto cerámico que presenta, a grandes rasgos, los que permiten considerarla como un representante más entre los conjuntos habituales en la alfarería doméstica de la primera mitad del II milenio a. C. de la mitad meridional de la Península Ibérica, en general, y de una zona como el altiplano murciano, área de fácil comunicación natural entre la región valenciana, la Mancha y Andalucía Oriental, en particular. Predominio de cuencos y ollas pero presencia de formas carenadas, cierta frecuencia de asas y otros elementos de prehensión de varios tipos, predominio de cerámicas lisas con diferentes calidades y tipos de acabados pero variable frecuencia de aparición de decoraciones impresas e incisas en el borde, etc.
ESTRATO I: Nivel 2
Localización:
La ubicación de este segundo nivel sobre la superficie del cerro indica que, una vez asentados, sus ocupantes construyeron algunas viviendas nuevas en sus laderas oriental y meridional, pero sobre todo en su ladera norte y también buscando y aprovechando para ello terrazas naturales de dimensiones similares a las ocupadas por sus predecesores.
Arquitectura:
Según todos los indicios, en ese segundo momento de la ocupación del cerro se construyeron viviendas ya más sólidas y confortables levantadas en unos casos sobre la roca natural, acondicionada cuando fue necesario, y en otros sobre los restos de habitaciones anteriores previamente aplanados, -lo que en algún caso supuso un ligero retranqueo hacia atrás del muro trasero para aproximarlo lo más posible a la pared rocosa-, a base de muros de tapial también de tierras amarillas, pero ahora con piedras de mediano y pequeño tamaño y un armazón de postes verticales, cuyos hoyos de sustentación se excavaron en la roca, y que debieron sostener cubiertas similares a las de las habitaciones del Nivel 1.
Algunas de esas viviendas, cuya planta desconocemos salvo en el caso de una localizada en la ladera este y que presenta una forma sensiblemente rectangular, con su eje máximo orientado NO-SE y al parecer la entrada en su lado suroriental, fueron dotadas de suelos de tierra batida mezclada con cal que se apoyaron sobre la roca natural, o bien sobre los restos aplanados de habitaciones anteriores.
Materiales arqueológicos:
No se observan grandes diferencias respecto a los materiales arqueológicos correspondientes al nivel anterior, volviendo a aparecer entre ellos restos de talla (varias lascas y algún núcleo), útiles de piedra pulida, entre los que se encuentran molederas, alisadores y machacadores, siendo ahora más abundantes los primeros y menos los segundos, sobre hueso (punzones), sobre concha (un colgante) y sobre fragmentos cerámicos (una "ficha"), apareciendo también una "pesa de telar" de barro cocido, restos óseos "de cocina" y un conjunto cerámico del que no es preciso destacar aquí rasgo alguno de especial relevancia.
ESTRATO I: Nivel 3
Localización:
Los restos arquitectónicos correspondientes a este tercer nivel solamente se han localizado hasta el momento en la ladera septentrional del cerro, y, como para entonces ya era tradicional, sobre una plataforma conseguida nivelando las irregularidades de la roca natural, más escarpada cuanto más próxima a su cumbre, y, en su caso, nivelando los restos de antiguas habitaciones previamente derruidos y aplanados, pero ahora utilizando para ello tierras generalmente rojizas. Otros restos arquitectónicos correspondientes a este mismo Nivel 3 se hallaron sobre los silos del Nivel 1, previamente rellenos, lo que indica claramente que para entonces ya no resultaban útiles.
Arquitectura:
En este nivel correspondiente a la tercera etapa del asentamiento se hallaron restos de habitaciones semejantes a sus inmediatas predecesoras, pero no exactamente iguales, ya que por primera vez se constata la utilización en algunos casos, de grandes piedras colocadas como basamentos de unos alzados que seguían fabricándose a base de tapiales amarillentos. Esos tapiales se dotaron, al menos en algunos casos, de un armazón de postes verticales apoyados en oquedades excavadas en la roca, cuya disposición indica que en ocasiones, y como en la etapa anterior, la necesaria elevación del nivel de base de las habitaciones, al ser construidas sobre restos de otras, hizo necesario a su vez levantar los muros traseros algo más arriba y más atrás que los de las habitaciones anteriores, "encaramándolas" algo más por la roca natural.
Así mismo, esos tapiales se fabricaron con piedras de mayor tamaño que los de momentos anteriores, y los muros correspondientes, que sustentaban cubiertas desaparecidas por completo pero presumiblemente semejantes a las utilizadas anteriormente, cerraban espacios, cuya planta no ha sido posible identificar dado su mal estado de conservación, pero en los que se documentó la existencia de suelos de tierra batida, blanquecina por el uso de cal en su fabricación, apoyados sobre la propia roca, sobre los escombros de viviendas anteriores o sobre capas regularizadoras de tierras rojizas. Y se documentó también la presencia ocasional de estructuras de reducidas dimensiones construidas con piedras pequeñas, cuya funcionalidad es difícil identificar pero que bien pudo ser la de sustentar grandes recipientes cerámicos de almacenaje, un tipo de vasos cuya aparición coincide con la amortización de los silos del Nivel 1.
Materiales arqueológicos:
La ergología de este Nivel 3 permite detectar ciertas "novedades" respecto a la etapa anterior tales como:
- la mayor abundancia de lascas y núcleos de piedra tallada y la aparición de denticulados de sílex;
- la continua presencia de molederas y machacadores -que se mantiene numéricamente casi constante-, y de alisadores -cuya frecuencia disminuye- entre el utillaje de piedra pulimentada, conjunto en el que también aparecen un hacha pulimentada, un mortero y un afilador;
- la mayor frecuencia de representación de los punzones, que junto con la de una espátula y dos colgantes sobre concha perforada, indican la continuidad de la producción de útiles y adornos sobre materia orgánica;
- la aparición de recipientes cerámicos cuyas dimensiones y características tecnológicas y morfológicas permiten identificarlos como propios para el almacenaje.
No se aprecian sin embargo cambios significativos en lo relacionado con las pesas de telar de barro cocido, las "fichas" de cerámica o los restos de cocina, materiales cuya presencia es cualitativa y cuantitativamente semejante a lo observado en los niveles anteriores.
ESTRATO I: Nivel 4
Localización:
Los restos de las viviendas correspondientes a este último "momento" del Estrato I se han localizado en la zona alta de las laderas septentrional y occidental del cerro, constatándose que fueron levantadas, como ya era habitual, sobre la roca natural, donde aún quedaban espacios disponibles, y sobre los restos de antiguas viviendas derrumbadas, previo relleno de las irregularidades de aquella y aplanamiento y regularización de éstos con una capa de tierras rojizas.
Arquitectura:
Como en otras ocasiones, no ha sido posible identificar la planta de estas habitaciones, pero sí sabemos que sus alzados eran de tapiales de color amarillento anaranjado o rojizo apoyados sobre pequeños zócalos de mampostería de piedras de tamaño y forma bastante regulares, y también que su interior fue algo mejor acondicionado y más adaptado a nuevas necesidades, al menos en algún caso; esto se desprende de la existencia de restos de los tradicionales suelos de tierra batida blanquecina asociados a:
- un pequeño banco corrido construido con argamasa amarilla y rojiza y algunas piedras, y recubierto con un revoco blanco, con dos pequeños apéndices salientes sobre el suelo de tierra batida de una de las viviendas localizadas, y
- una estructura de planta sensiblemente circular pero no cerrada, construida con tierras rojas y revocada con una lechada blanquecina, iguales a las utilizadas para la nivelación y recubrimiento del suelo de la habitación en la que se encontraba, respectivamente, y que según todos los indicios fue un horno de fundición.
Por otra parte cabe señalar con respecto a esos suelos que uno de los localizados sellaba una pequeña oquedad de la roca, sensiblemente circular y muy poco profunda, que apareció rellena de carbón y con un denticulado de sílex en su interior, y que proponemos identificar como un posible depósito fundacional.
Materiales arqueológicos:
En el conjunto de materiales de este Nivel 4 destaca, en líneas generales, la disminución de la frecuencia de aparición de utillaje, tanto lítico como óseo, y la desaparición de algunos tipos de útiles como las hachas pulimentadas, los morteros, los alisadores, los afiladores y las lascas, así como la ausencia de objetos de adorno y de "fichas" recortadas en fragmentos cerámicos, aunque sigue habiendo cerámica y restos de los animales consumidos, y cabe señalar que en conjunto la primera presenta ahora una morfología más compleja y mejores acabados.
No obstante hay que tener presente que en varios puntos de las áreas excavadas se han recuperado materiales arqueológicos que aparecieron asociados a restos arquitectónicos cuyas características indican su correspondencia al Estrato I, es decir, a la utilización de viviendas cuyas características responden a las de la primera gran fase de ocupación del yacimiento, aunque no se ha podido precisar su correspondencia concreta con ninguna de las subfases diferenciadas, por lo que no se puede descartar la posibilidad de que esa ausencia de ciertos tipos de útiles y de adornos personales, detectada en el conjunto ergológico de lo que se ha identificado claramente como correspondiente al Nivel 4, sea sólo aparente, y que incluso cuando ciertamente su presencia es numéricamente menor, quizá no se hubiera producido aún su absoluta desaparición.
ESTRATO II
Como señalamos en su momento, los cambios que se observan en la tecnología constructiva, tanto por lo que se refiere a lo que en terminología moderna podríamos denominar "de infraestructura" como por lo que respecta a los sistemas de cimentación y las características de los alzados y del interior de las viviendas, indican claramente que, a partir de un determinado momento, quienes habitaron en el Cerro de la Campana adoptaron progresivamente técnicas utilizadas desde hacía tiempo en los complejos culturales del II milenio a. C. geográficamente más próximos (los conocidos como Bronces Argárico, Valenciano y de La Mancha), con los que los ocupantes del altiplano murciano estaban clara y directamente relacionados.
Pero, de nuevo, esas "novedades" no son el único indicador de la existencia de una segunda fase en la "vida" del asentamiento, tan diferenciada de la anterior como para que sus restos permitan identificar la existencia de un estrato distinto en el conjunto estratigráfico del yacimiento, sino que a ellas se suman, por un lado, diferentes frecuencias de aparición de los componentes del conjunto ergológico, y por otro la presencia de objetos metálicos manufacturados -recordemos que al estrato anterior pertenece un horno de fundición pero que ese Estrato I no contenía restos de objetos metálicos, o al menos no se han encontrado- y la aparición de un enterramiento infantil en el área de habitación, lo cual es también frecuente en ámbitos culturales contemporáneos.
ESTRATO II: Nivel 1
Localización:
Los restos de viviendas correspondientes al primer "momento" de esta segunda fase solamente está documentados, siempre en función de lo excavado hasta el momento, en las laderas norte y sur del cerro, ubicados sobre la roca natural allí donde ésta presentaba una plataforma habitable por su horizontalidad y dimensiones, o bien sobre los restos de construcciones anteriores aplanados.
Arquitectura:
Esos restos presentan las características de la arquitectura tradicional, es decir, de la fase anterior, pero también ciertas "novedades". Como en muchos otros casos, tampoco ha sido posible identificar claramente la forma de las plantas de las habitaciones, pero todo indica que debió ser también sensiblemente rectangular dada su necesaria adaptación a la morfología de los espacios disponibles; sin embargo, sus alzados fueron de tapial amarillo con algunas piedras, apoyados sobre toscos zócalos fabricados a base de pocas piedras pero de gran tamaño y reforzados con postes de madera, constituyendo así muros que cerraban espacios cuyo interior se acondicionó para su mejor uso, aprovechando en unos casos pequeños "escalones" de la roca a modo de bancos corridos, y regularizando en otros la superficie de la roca natural con una argamasa de composición y textura diferentes a los suelos de la fase anterior y que, curiosamente, no parece haberse utilizado sin embargo para acondicionar los escombros cuando una de esas viviendas se levantó sobre los restos de otra u otras anteriores.
Materiales arqueológicos:
La ergología de este Nivel 1 del Estrato II presenta diferencias muy significativas respecto a la de la fase anterior en tanto que implican sin duda cambios producidos en el sistema socioeconómico de los habitantes del Cerro de la Campana deducibles de:
- un aumento cuantitativo del volumen de útiles de piedra tallada, representados por lascas -especialmente abundantes- y núcleos que son evidencia de su producción in situ, destacando sin embargo, y sorprendentemente, la "desaparición" de los denticulados;
- un aumento también de la frecuencia de aparición de ciertos artefactos de piedra pulimentada, como molederas y machacadores y la "reaparición" de los alisadores, y sin embargo
- una disminución de la presencia de los representantes de la industria ósea, entre los que solamente se halla un punzón y un nuevo tipo representado por dos raederas;
- una escasa presencia de los objetos de adorno personal, apenas representados por algunas conchas perforadas, pero detectándose, sin embargo,
- la aparición entre ellos de un tipo no representado en el Estrato I: un colgante de piedra pulida.
Como es habitual, hay también restos de los animales consumidos y fragmentos de cerámica, algunos reutilizados y convertidos en "fichas", pero sin duda la principal novedad es la aparición de una punta de flecha de aleación de cobre de pedúnculo y aletas, curiosamente la pieza con más alto contenido de Sn de las procedentes del yacimiento y analizadas, cuya composición es: Fe (0.218), Ni (0.076), Sb (0.011), Pb (nd), Cu (86.64), Bi (nd), Zn (nd), As (nd), Ag (0.007), Sn (12.87), Au (-) (Rovira, Montero y Consuegra, 1997, no anál. PA0905).
ESTRATO II: Nivel 2
Localización:
En la ladera sur del cerro y sobre los restos de viviendas anteriores, previamente aplanados y nivelados con una especie de argamasa anaranjada muy compacta, en ocasiones hasta compensar la altura de algún pequeño escalón rocoso, se han conservado restos arquitectónicos correspondientes al segundo nivel del Estrato 2, que supusieron una verdadera novedad en el desarrollo del asentamiento, ya que permitieron seguir utilizando espacios previamente ocupados sin necesidad de desescombrar y, sin embargo, "ganándole" superficie edificable al propio cabezo.
Arquitectura:
La práctica en la utilización de la mampostería permitió no sólo la aplicación de una nueva solución arquitectónica para el problema que suponía la escasa superficie utilizable que para entonces ofrecía el cerro, sino también una construcción más sólida y cuidada de las propias viviendas, cuyos zócalos se fabrican ahora con piedras más regulares y de menor tamaño. Pero esa solidez no parece sin embargo que fuera asociada a un mejor acondicionamiento de las mismas, ya que no se ha detectado la presencia en ellas de ningún suelo específicamente fabricado o acabado como sucedía en varias habitaciones de época anterior.
La solución arquitectónica a que nos referimos fue la fabricación de muretes o "jorfes" también de mampostería apoyados en los escalones rocosos de menos fondo que los que permitían levantar habitaciones sobre ellos, muretes que muy probablemente sirvieron al mismo tiempo como:
- estructuras de contención de bancales levantados hasta igualar la altura de un escalón de roca superior a fin de conseguir una plataforma o terraza artificial de dimensiones suficientes para construir sobre ella una habitación o para utilizarla como zona de paso cómodo, ya que la roca natural que aún no había sido ocupada, por ser las más alta, presentaba una topografía más escarpada que la de las zonas medias y más bajas de las laderas, al tiempo que las zonas en las que se habían acumulado restos de épocas anteriores sobre terrazas naturales, debían ofrecer una pendiente demasiado pronunciada tanto para construir sobre ellas, como incluso para transitar, resultando especialmente incómodas para subir y bajar con recipientes con agua, bultos, etc.;
- muros posteriores o traseros de viviendas situadas en un nivel inmediatamente inferior, de tal forma que las habitaciones seguramente se construyeron prácticamente adosadas a ellos, aprovechando así esos muros de contención de bancales o terrazas artificiales, de la misma manera que en otros puntos del cerro se había hecho con las superficies verticales de su roca cuya altura lo permitía.
Las viviendas se construyeron sobre y adosadas al exterior de esos bancales, y aunque no fue posible determinar su planta, que suponemos debió ser de tendencia rectangular y con el eje máximo sensiblemente paralelo a las laderas del cerro, pues la topografía natural condicionó tanto su morfología y dimensiones como las de los bancales sobre las que se edificaron, sí sabemos sin embargo que contaron con alzados de tapiales de tierras amarillas con piedras de mediano y gran tamaño -de los que no han quedado restos de armazón alguna, si la tuvieron-, levantados sobre los zócalos de mampostería arriba mencionados y en cuya construcción se utilizaron en ocasiones fragmentos de molederas.
Esas viviendas tal vez fueron de dimensiones algo mayores que las de momentos anteriores, al menos en algunos casos. Esto se desprende del hallazgo en el interior de una de ellas, concretamente en la que conservaba restos de un suelo regularizado con una compacta argamasa anaranjada arriba citado, de restos de un murete que pudo ser una pared divisoria del espacio interior, o bien un muro medianero entre dos casas, lo que explicaría en cualquier caso que tenga menor espesor que los muros externos que debían soportar las cubiertas. La dirección de ese murete o pared, paralela a la de la terrazas naturales del cerro, y su ubicación a unos 2.50 m del escalón rocoso que en esa parte del cerro es el único que presenta unas dimensiones suficientes para sustentar un muro que constituyese la trasera de la habitación correspondiente, apoyan la hipótesis planteada en relación con la forma de las plantas de las viviendas.
Materiales arqueológicos:
Los cambios que evidencia la arquitectura de este segundo nivel del Estrato II se manifiestan también, de una forma no fácil de interpretar, en la composición del correspondiente conjunto de materiales arqueológicos, conjunto en el que destaca la ausencia de núcleos de piedra tallada, hachas, morteros y afiladores de piedra pulimentada y de punzones y espátulas de hueso, mientras que siguen estando presentes las molederas, los machacadores y los alisadores, escasas piezas de collar de hueso y concha, fragmentos de cerámica, restos de la fauna consumida y, de forma esporádica, restos de objetos de cobre cuya morfología no se ha podido identificar.
ESTRATO II: Nivel 3
Localización:
En las zonas altas de las laderas sur y este del yacimiento, donde se localizaron restos de viviendas superpuestas a las del momento anterior, todas ellas construidas sobre terrazas artificiales o bancales.
Arquitectura:
Como desafortunadamente es habitual en el yacimiento y por los motivos a los que ya hemos hecho referencia en otras ocasiones, tampoco ha sido posible identificar claramente la planta completa de estas casas de las que apenas se han conservado escasos restos de sus muros, de tapiales amarillos con más piedras y más grandes que las utilizadas anteriormente, levantados sobre zócalos de mampostería, y que se hallaron derrumbados y arrastrados ladera abajo cuando se procedió a su excavación.
Sin embargo, los procesos postdeposicionales sufridos por el yacimiento han contribuido a la mejor conservación de los bancales en que se apoyaron esas viviendas, habiéndose podido constatar que la construcción de sus muros frontales se hizo de mampostería de piezas de tamaño mediano y grande trabadas con barro más o menos amarillento, y que se rellenaron con piedras, restos de tapiales y materiales arqueológicos que corresponden en unos casos a los restos de viviendas construidas anteriormente en este mismo lugar y de su utilización, pero en otros a escombros y desechos llevados allí desde alguna otra parte del yacimiento.
No obstante, teniendo en cuenta que la altura de los muros de contención de esos bancales es en casi todos los casos la necesaria para alcanzar el nivel de un escalón rocoso localizado aproximadamente unos 2,50 metros hacia atrás, y que la dirección que presentan dichos muros es sensiblemente paralela a la pared rocosa -siguiendo la correspondiente curva de nivel de la roca natural-, todo parece indicar que debieron ser viviendas de planta más o menos rectangular y en determinada ocasión con alguno de sus muros ligeramente curvo, y con su eje máximo lógicamente con la misma orientación que la pared rocosa a la que se adosaron.
Consecuencia de todo ello es el hecho de que, mientras es relativamente fácil observar la posición estratigráfica del propio bancal, sin embargo resulta difícil identificar la relación temporal existente entre la construcción de éste y los materiales incluidos en su relleno.
Materiales arqueológicos:
De nuevo se observan cambios en la composición del conjunto ergológico de este Nivel 3 del Estrato II respecto al inmediatamente anterior. En líneas generales aparecen los mismos tipos de útiles de piedra tallada y pulimentada, pero cabe señalar que nuevamente se observan "situaciones" de difícil interpretación, como el aumento de la presencia de lascas de talla, la aparición de un mortero de piedra pulida junto a una ligera disminución de la frecuencia de aparición de las molederas, y la ausencia de alisadores y hachas, así como de piezas metálicas o restos de ellas y, sin embargo, la "reaparición" de los punzones de hueso.
ESTRATO II: Nivel 4
Localización:
Los restos arqueológicos correspondientes a la última etapa de la segunda fase de ocupación del cerro yeclano se han localizado en sus laderas oriental y occidental y en parte de la septentrional, en unos casos sobre la roca natural y en otros sobre los restos de viviendas anteriores derrumbadas, aplanados y contenidos por muros de mampostería, es decir, sobre bancales construidos para alcanzar, como ya era habitual, el nivel de algún escalón rocoso y conseguir así plataformas o terrazas artificiales de dimensiones suficientes.
Arquitectura:
Pese a que sólo se han conservado pequeños tramos de ellos, se ha podido observar que los muros de las viviendas de este momento presentan una serie de características comunes, tales como la de contar con zócalos de mampostería que parecen corresponder a plantas de tendencia curvilínea y en cuya construcción se utilizaron con frecuencia fragmentos de molederas, y con alzados de tapial anaranjado con abundantes piedras. Así mismo, y pese al mal estado de conservación de los restos de estas habitaciones, dada su proximidad a la superficie actual del cerro, se ha constatado que en algún caso esos alzados de tapial contaron con un armazón de postes verticales apoyados en agujeros hechos en la roca natural o excavados en el relleno del bancal y calzados con algunas piedras pequeñas, que a veces se dotó al interior de esas habitaciones de suelos de tierra batida, y que en ocasiones se efectuaron reconstrucciones de una misma vivienda.
Materiales arqueológicos:
El rasgo más destacable en relación con las características y composición del conjunto ergológico de este Nivel 4 es el aumento de la frecuencia de aparición de las molederas, piezas que parecen estar presentes en mayor proporción que en ningún otro momento.
ESTRATO III
En todos los cortes excavados, y en las cuatro laderas, aparece un estrato cuyo nivel superior constituye la superficie actual del cerro, constituido por tierras pardas, superpuestas a otras mas grisáceas y en ocasiones mezcladas con ellas; entre esas tierras aparecen muchas piedras de diferentes tamaños y abundantes materiales arqueológicos, y este estrato se superpone, en unas zonas a restos de viviendas del Estrato I, en otras a los de viviendas del Estrato II, y en otros casos se apoya directamente sobre la propia roca natural.
Es evidente que, al menos la parte más alta de este estrato es el humus superficial formado paulatinamente con el paso del tiempo sobre el relleno arqueológico, pero también que se trata de un estrato en general revuelto, al menos aparentemente y al menos en buena parte -lo cual es fácilmente comprensible dados los "avatares" sufridos por el yacimiento-, pero pese a todo se detectan en él indicios claros de que entre sus componentes no se encuentran solamente los restos de los Estratos I y II, sino "algo" más cuya presencia es necesario interpretar.
En efecto, muchos de los materiales contenidos en este Estrato III corresponden realmente a estratos anteriores, lo que explica que aparezcan todos los tipos de objetos identificados en el yacimiento, y se explica a su vez por las características de los procesos postdeposicionales tantas veces aludidos (derrumbes, arrastres, repoblación forestal) y que siempre se vieron favorecidos por la fuerte pendiente que presenta la topografía natural.
Ahora bien, junto a esos materiales, aparecen algunos tipos de objetos, especialmente algunas formas cerámicas que no aparecen o son muy poco frecuentes en las fases anteriores y esto, unido a la presencia de algunos restos constructivos -pequeño zócalos de mampostería apoyados en los escasos espacios rocosos que aún quedaban al descubierto sobre los que se levantaron tapiales fabricados al parecer simplemente con barro- asociados únicamente a estas tierras pardogrisáceas, nos lleva a pensar en la posibilidad de que en este estrato, cuyas características en cualquier caso no es posible identificar con toda la claridad que sería deseable, se hallen también restos de una última fase de ocupación del asentamiento.
5. ¿UN "FORTÍN" O UN "SILO/ALMACÉN FORTIFICADO"?
Muy próximo al Cerro de La Campana, al SO del mismo, se localizó y excavó una estructura cuya relación con alguna o algunas de las fases de ocupación del yacimiento resulta ciertamente difícil de identificar.
Las características arquitectónicas de lo poco que se ha conservado de ella, un potente basamento o cimiento de grandes bloques de piedra calzados con otros más pequeños y asentados sobre la roca natural, previamente aplanada, describiendo una planta sensiblemente circular, no permiten relacionarlo claramente con ninguna de las construcciones localizadas en el cerro, pero esto no implica que dicha relación no exista, ya que, además de que los materiales recuperados en el interior de este "fortín" (algunos fragmentos de cerámica hecha a mano y varias molederas) presentan rasgos comunes a los más frecuentes en el yacimiento, es evidente que se trata de los restos de una construcción de finalidad muy distinta a la de las localizadas en el propio cerro.
Las laderas y parte alta del Cerro de la Campana fueron utilizadas para instalar en ellas habitaciones cuyas dimensiones y características indican su carácter de viviendas unifamiliares, en general y sin descartar la posibilidad de que alguna o algunas de ellas no hubiesen sido realmente utilizadas como tales, sino como dependencias de almacenaje quizá en el caso de la que protegía los dos silos excavados en la roca (Estrato I, Nivel 1) -o como talleres- como pudo serlo de metalurgia la que contaba con un horno de fundición. Ahora bien, la ubicación y la envergadura de esta estructura situada no en el cerro sino junto a él, cuyo potente cimiento indica que pudo soportar un alzado especialmente pesado por el grosor de sus muros y/o por su altura, parecen indicar más bien una función defensiva, quizá no en el sentido militar del término, pese a la denominación que se le asignó en su momento, sino en relación con una estrategia socioeconómica, y consecuentemente política, que hiciese aconsejable controlar visualmente desde su parte superior la seguridad del asentamiento y/o de cualquier tipo de materia prima o producto manufacturado que pudiera haberse custodiado en su interior.
En cualquier caso, y evidentemente a modo de hipótesis, pensamos que la construcción de ese edificio pudo haber tenido lugar en un momento "medio" de la fase a la que corresponde el Estrato I del yacimiento, concretamente en relación con la etapa a la que corresponden su Nivel 2, en la que se amortizan los silos excavados en la roca construyéndose sobre ellos, y/o su Nivel 3, cuando la arquitectura de las viviendas demuestra el uso habitual de grandes piedras en las cimentaciones. Pero los restos que se han conservado no nos permiten "ir más allá". El uso del edificio pudo perdurar mientras fuese necesario y abandonarse como consecuencia de una crisis económica, o haber continuado hasta el abandono del asentamiento, pero también es cierto que pudo dejar de utilizarse muy pronto porque no fuese rentable su mantenimiento, porque algún seísmo provocase su destrucción...
6. UNA TUMBA, PERO NO UNA NECRÓPOLIS
Uno de los aspectos del Cerro de la Campana que resultan más intrigantes, por lo que a su clasificación cronocultural se refiere, es el relativo a las prácticas funerarias de sus ocupantes, de las que no solo no hay más que un único tes- timonio en el yacimiento, sino que además no tenemos "pista" alguna que seguir para identificar sus rasgos.
En una oquedad rocosa de la parte alta de ladera norte del cerro, bajo las tierras pardas y grisáceas del Estrato III, apareció un enterramiento que contenía los restos de un niño junto a los que se depositó un cuenco de cerámica lisa, efectuado en una grieta de la roca que, tras la deposición, se tapó con una moledera.
La ubicación de la tumba, las características de la sepultura, del enterramiento y de su ajuar funerario y la posición estratigráfica del conjunto ponen claramente de manifiesto por una parte su evidente anterioridad con respecto al Estrato III que lo cubre, y por otra su necesaria relación con los usos funerarios de otros grupos culturales de la península Ibérica contemporáneos y geográficamente próximos a las gentes del altiplano murciano, pero si "una golondrina no hace verano", una relación no tan estrecha como para identificar ni siquiera la tumba como culturalmente perteneciente a la Cultura de El Argar ni a la del Bronce de La Mancha o al Bronce Valenciano, complejos culturales caracterizados por destinar a fines funerarios determinadas áreas de sus asentamientos que pasaron así a convertirse en verdaderas necrópolis.
Esa evidente anterioridad de la sepultura del Cerro de la Campana al Estrato III del yacimiento plantea el problema de determinar su correspondencia con los Estratos I ó II del mismo, y es a la vista de las características de ambos cuando podemos plantear la posibilidad de que este enterramiento se efectuase en algún momento de la segunda fase del asentamiento, en una zona en la que no se han localizado restos de viviendas de ninguna de sus etapas y, por tanto, no propiamente en área de habitación pero sí en área del propio poblado; bien puede corresponder, por tanto, al Estrato II, estrato cuyos restos denotan las ya mencionadas "novedades" arquitectónicas (construcción de bancales, uso de mampostería) que, a su vez, pueden estar poniendo de manifiesto la intensificación de las relaciones de las gentes del Cerro de la Campana con algunos de sus contemporáneos y, por qué no, tal vez la instalación de alguno o algunos de éstos entre ellas.
En cualquier caso, una sola tumba no permite generalizar su presencia considerándola como "modelo" de las prácticas funerarias de un grupo humano, y concretamente ésta tampoco presenta rasgos tan específicos como para identificar claramente su "identidad" cultural, y al mismo tiempo su presencia es un aliciente más para preguntarnos: ¿Dónde y cómo enterraron a sus difuntos los habitantes del Cerro de la Campana, si es que lo hicieron?
7. LA ESTRATIGRAFÍA DEL CERRO DE LA CAMPANA: SÍNTESIS E INTERPRETACIÓN.
Los restos conservados en los estratos y niveles arqueológicos del Cerro de La Campana, evidentemente no recuperados en su totalidad, constituyen a nuestro entender una base documental válida y suficientemente sólida sobre la que reconstruir su historia, una historia que lógicamente se detalla y completa con los estudios de aspectos parciales del yacimiento a que nos referimos en páginas anteriores, y que pensamos pudo desarrollarse como exponemos en las siguientes.
LA FASE I: Fundación, consolidación, desarrollo y primera crisis del asentamiento
El ESTRATO I del yacimiento yeclano es el más antiguo, al menos a juzgar por lo que conocemos hasta el momento, y contiene restos de la construcción y uso de alrededor de una docena de viviendas correspondientes a la primera fase de ocupación del asentamiento que se instaló en él.
Esos restos indican que en un primer momento (Nivel 1) solamente se ocupó una terraza natural de unos 2,50 m de fondo situada a media ladera de la cara norte del cerro, pero que en una segunda etapa (Nivel 2) se extiende a la ladera oriental, y en la última de esta primera fase (Nivel 4) también las zonas altas de esa misma ladera norte y de la ladera occidental, lo que tal vez fue consecuencia de un ligero aumento demográfico que hizo necesaria la ocupación de las partes más incómodas del cabezo porque las habitaciones de sus laderas estaban en uso.
Las viviendas, cuya planta, totalmente condicionada por la topografía natural, debió ser sensiblemente rectangular en la mayoría de los casos, se construyeron directamente apoyadas sobre la roca, recortándola y acondicionándola en ocasiones, pero con el paso del tiempo también se construyeron otras sobre los restos aplanados de las anteriores ya demasiado deterioradas o derrumbadas, lo que podría indicar, o bien un especial interés por ubicar las viviendas en la ladera septentrional del cerro -quizá en función de una mejor visibilidad del paisaje, o al menos de ciertos componentes de éste-, o, tal vez, incapacidad para construir en otras laderas, más abruptas y que no ofrecían plataformas naturales tan amplias, ya que sin duda esto habría sido más cómodo que nivelar y compactar escombros hasta conseguir una base sólida sobre la que construir.
En los restos de esas viviendas contenidos en los cuatro niveles diferenciados, se aprecia un progresivo perfeccionamiento de la técnica constructiva, puesto de manifiesto por la presencia primero de aplanamientos (Nivel 2), y luego de nivelaciones con argamasas (Niveles 3 y 4), así como por el hecho de que, si las primeras habitaciones construidas contaron con sencillos muros de tapial amarillo apoyados simplemente sobre la roca (Nivel 1), poco después los muros se construyen ya con armazón de postes (Nivel 2); algo más adelante la armazón de postes se apoyó en la roca natural mientras los tapiales se levantaron sobre zócalos de grandes piedras (Nivel 3) y, finalmente (Nivel 4), se empezaron a construir zócalos de mampostería sobre los que se apoyaron alzados de tapial, ahora anaranjado o rojo, pero de nuevo sin armazón.
Todo indica pues que esos cambios en las técnicas constructivas, a los que hay que añadir un progresivo aumento de la cantidad de piedras utilizadas en la fabricación de los tapiales y una progresiva mejora del acabado y acondicionamiento del interior de las habitaciones -deducible de la aparición de suelos de tierra batida con cal desde la segunda etapa (Nivel 2), de posibles bases para recipientes (Nivel 3), y en ocasiones de bancos corridos (Nivel 4)-, indudablemente dieron a estas casas, aunque tal vez no a todas, un aspecto cada vez más sólido y confortable, solidez que parece relacionada también con el uso de distintos tipos de arcillas (amarillas, anaranjadas, rojas) en la fabricación de esos tapiales; pero la constatación de esos cambios lleva implícita la ineludible necesidad de intentar explicar su origen.
Parece lógico pensar que la simplicidad constructiva de las primeras habitaciones fue fruto de la necesidad de quienes fundaron el asentamiento de contar lo antes posible con habitaciones en las que cobijarse, desarrollar sus actividades cotidianas y guardar sus pertenencias, ya que los materiales arqueológicos correspondientes a ese primer momento no denotan un grado de desarrollo cultural "atrasado" que haga pensar en una tecnología constructiva tan simple si se compara con la de otros asentamientos cronoculturalmente próximos.
Y, así mismo, también parece lógico pensar que la evolución de la arquitectura doméstica del Cerro de la Campana a lo largo de la primera fase de su ocupación fue fruto de que sus ocupantes fueron perfeccionando el modo de esa ocupación y la calidad de sus viviendas a medida que su economía, una vez asentada y "en vías de desarrollo", les proporcionó una creciente prosperidad que condujo a su vez a la construcción de viviendas progresivamente más sólidas, cómodas y confortables.
Pero ese proceso de desarrollo tecnológico quizá no fue resultado únicamente de que "las cosas les fueran cada vez mejor" a quienes en principio fueron, según parece, sencillos campesinos que, habiéndose visto obligados a emigrar de su territorio de origen, se instalaron en el cerro yeclano y explotaron con éxito los recursos de su entorno, porque, a medida que avanzó el tiempo, también dotaron a sus viviendas de otros elementos cuya aparición en la estratigrafía arqueológica conlleva interesantes implicaciones.
Al margen ahora de la discusión sobre la finalidad de las estructuras excavadas que tradicionalmente se identifican como silos, y adelantando que pensamos que en el caso de los localizados en el Cerro de la Campana muy bien pudieron serlo stricto sensu, y al margen también del tipo concreto de productos que en ellos se almacenase, cabe señalar que en lo excavado en el yacimiento sólo se han hallado dos de ellos, lo que bien podría interpretarse como índice de su uso comunal por un grupo humano de reducido tamaño, como debió serlo el primero que se asentó allí, grupo que quizá, al ir creciendo y mejorando sus condiciones de vida con el paso del tiempo, necesitó el espacio para levantar más y mejores viviendas, pero evidentemente esta interpretación implica buscar una explicación para el modo de almacenaje utilizado a partir de ese momento.
Al referirnos a la estructura localizada junto al cerro, a la que en principio se le asignó la denominación de "fortín", ya planteamos la posibilidad de que se tratase de la cimentación de un gran "silo fortificado" de uso quizá comunal, que podría representar la solución a la necesidad de espacio edificable en el cabezo y quizá también a las necesidades planteadas por una economía de rendimiento creciente.
Como ya señalamos, este planteamiento no deja de ser una hipótesis, dado el mal estado de conservación de aquella estructura y la imposibilidad de relacionarlo claramente con la secuencia estratigráfica del yacimiento. Sin embargo, no es hipótesis, sino realidad, el hecho de que la temprana amortización de los silos del Nivel 1, ya visible en el nivel 2, no aparece claramente asociada a ningún otro tipo de estructura relacionable con seguridad con el almacenaje, pero sí a la de recipientes cerámicos cuya gran capacidad parece indicar que su presencia en el área del asentamiento responde a esa finalidad, si bien con carácter doméstico (¿familiar?), y con la que tal vez haya que relacionar las pequeñas estructuras de piedras que pudieron servir para asegurar su apoyo en el interior de las viviendas (Nivel 3).
Y la pregunta queda en el aire: ¿fueron las gentes del Cerro de la Campana quienes idearon esa/s solución/es, o éstas fueron consecuencia del contacto con otros contemporáneos que las utilizaban hacía tiempo?
Posiblemente la respuesta a esta incógnita tenga mucho que ver con la aparición en el Nivel 4 del Estrato I, tanto de elementos arquitectónicos que demuestran la progresiva "modernización" y mejor acondicionamiento de las habitaciones (zócalos de verdadera mampostería, bancos corridos) como de un elemento, el horno de fundición, que no sólo indica una nueva actividad industrial, al menos en el área de poblado, sino que, al no haber testimonio de su práctica en los niveles arqueológicos correspondientes a momentos anteriores, de alguna forma es testimonio del o de los cambios que tuvo que suponer para el grupo del Cerro de la Campana la incorporación de la metalurgia al elenco de sus actividades socioeconómicas.
No es nuestra intención analizar aquí ni a fondo las características de la metalurgia del yacimiento yeclano, pero sí debemos comentar algunos datos publicados por especialistas en el tema en tanto que aportan interesante información muy relacionada con la interpretación de la presencia de ese horno de fundición.
Por una parte, Rovira Llorens y Gómez Ramos (op. cit.; 381) señalaron que las presencias de cantidades muy significativas de Sn y As en algunos punzones de cobre del área argárica, entre los que incluyen uno procedente del Cerro de La Campana, "... sugieren el empleo de cobres típicos de la zona (habitualmente arsenicados) a los que se une una peque- ña cantidad de Sn. La intencionalidad de estas aleaciones es más que dudosa (...) No obstante están indicando que en algún momento (probablemente avanzado) llegaron al Sureste objetos de bronce y su correspondiente tecnología" seguramente en torno a 1.500-1.400 a. C. (ídem, nota 10), una cronología que, calibrada, situaría los objetos metálicos del yacimiento murciano muy cerca de la más reciente de las dataciones disponibles (c. 1.612-1.581 cal ANE m) pero que, como ya señalamos, corresponden a momentos posteriores al Nivel 3 del Estrato I, lo que implica que el horno de fundición contenido en él bien puede ser testimonio de prácticas metalúrgicas anteriores a la producción de esos cobres arsenicados y con pequeñas cantidades de Sn.
Por otra parte, ese planteamiento sería válido si se parte de la base de que en el Cerro de la Campana hubo un asentamiento correspondiente a la cultura de El Argar -aspecto al que nos referiremos más adelante y en cuya discusión no vamos a entrar aquí-, pero en cualquier caso aceptando que las gentes del altiplano obtenían el mineral bastante lejos de su entorno inmediato, carente totalmente de ese recurso. Tal vez las gentes del Cerro de la Campana consiguieron por mecanismos comerciales las materias primas necesarias para su actividad metalúrgica en las sierras de Lorca como se ha propuesto (Montero Ruiz, 1999), o quizá les era suministrado por quienes controlaban el sistema productivo -y no habían de ser necesariamente las gentes de El Argar-, pero obviamente, cualquiera de esas "situaciones" habría supuesto cambios fundamentales en la socioeconomía de quienes antes eran simplemente campesinos.
Ahora bien, "las cosas" podrían haber sucedido de manera más "normal" y la presencia de ese horno de fundición en un nivel en el que no aparecen objetos metálicos manufacturados, objetos que sí se han conservado en niveles de formación posterior, podría ser sencillamente una consecuencia lógica del proceso de desarrollo socioeconómico del grupo asentado en el Cerro de La Campana en el que, insistimos, debieron jugar un importante papel sus relaciones con gentes de complejos culturales contemporáneos.
Cuando un individuo no tiene suficiente capacidad adquisitiva, fabrica su propio instrumental con las materias primas de las que le es más fácil disponer, pero cuando puede hacerlo generalmente se provee de un instrumental ya fabricado por otros, cuya calidad y efectividad suelen ser mayores cuanto mayor sea su capacidad para adquirirlo. Pues bien, el "mecanismo" es semejante cuando en lugar de individuos aislados se trata de grupos humanos, salvo que en este caso es más frecuente la existencia de una etapa intermedia que responde al momento en que el grupo puede adquirir -obviamente porque su nivel económico se lo permite- materias primas más "caras" y que él mismo no puede explotar, y poner en práctica nuevas tecnologías para fabricar utillaje con más ventajas que el que venía usando, tradicionalmente y en ocasiones por necesidad, ya sea desarrollando sus propias técnicas, ya sea adoptando las de otros con quienes tenía relaciones.
Algo muy parecido a esto pudo haber sucedido en el Cerro de la Campana, pero nos inclinamos a pensar que, de haber sido así, habría que añadir un matiz importante: resulta difícil creer que aquellos campesinos "inmigrantes" que se instalaron en él hubieran conservado sus conocimientos metalúrgicos durante varias generaciones hasta que pudieron volver a fabricar objetos de los que no ha llegado hasta nosotros resto alguno, quizá porque en aquel momento era costoso para ellos conseguir las materias primas con que fabricarlos, lo que muy bien pudo conllevar su continuo reciclaje.
No obstante, esta matización no implica la inclusión del Cerro de la Campana entre el conjunto de asentamientos de la cultura de El Argar. Las tipologías del propio horno de fundición y de los objetos manufacturados que se han conservado no indican más que contemporaneidad con parte de las argáricas, pero también con las del Bronce de La Mancha, Valenciano, del Suroeste o el Bronce del Guadalquivir, y por supuesto no son per se índices suficientes para asignar esa clasificación cronocultural al yacimiento, y menos cuando otros elementos, como las características de su vajilla por ejemplo, apuntan en otra dirección.
Y por esa misma razón, pensamos que tampoco deben aplicarse al yacimiento yeclano los planteamientos que, como señaló I. Montero Ruiz, intentan explicar la presencia en el ámbito argárico de asentamientos en los que, al parecer, sólo se desarrollaron actividades de transformación metalúrgica junto a otros en los que sin embargo sólo hubo producción, como consecuencia de la jerarquización de los mismos; el propio autor indica los problemas que plantea esa interpretación de la presencia, en distintos asentamientos del complejo cultural argárico, de lo que podríamos denominar "eslabones sueltos" de la cadena de la producción metalúrgica, e incluso de "categorías" diferentes derivadas de que su aprovisionamiento fuese a base de minerales en bruto o de metal ya transformado (Montero Ruiz, 1999; 345), y nosotros hemos de añadir que incluir en ese conjunto el Cerro de La Campana complicaría aún más el problema, pues supondría plantear que en el momento al que corresponde el horno de fundición habría sido un asentamiento de "baja posición" en el sistema, y que habría "ascendido de categoría" en la fase siguiente, de la que no hay, o no se han conservado, estructuras de producción pero sí objetos manufacturados, y pensamos que no solo no hay evidencias arqueológicas de ese proceso, sino que, por el contrario, las que hay ponen de manifiesto algo bien distinto.
Nos reafirmamos pues en la idea de que el asentamiento de ese cerro yeclano contiene los restos de la historia de un grupo distinto al verdaderamente argárico , una historia en cuyo desarrollo hubo diferentes e importantes cambios que resultan especialmente llamativos en la etapa final de su primera fase, etapa a la que corresponde también, junto a todo lo señalado hasta aquí, una posible evidencia de la práctica de nuevas costumbres, como parece serlo la existencia de una pequeña cavidad excavada en la roca bajo el pavimento de una vivienda localizada en la ladera occidental del cerro y cuya situación y contenido (materia orgánica y un denticulado de sílex) parecen indicar un carácter ritual, pudiendo tratarse de un "depósito fundacional" como ya señalamos.
Y si los restos de las propias viviendas nos ilustran sobre cómo pudieron desarrollarse los acontecimientos, la ergología del yacimiento pone de manifiesto también la existencia de sucesivos cambios en la socioeconomía de aquellas gentes de comienzos del II milenio a. C., aunque no siempre resulta fácil identificar su verdadero significado.
En el Estrato I del yacimiento aparecen casi todos los tipos de objetos detectados en el yacimiento salvo los adornos personales de piedra pulida y las piezas metálicas, si bien unos son más abundantes que otros, y su presencia y frecuencia de aparición no es igual en todos los niveles.
Por lo que respecta al utillaje de piedra tallada, cabe señalar que:
- está representado fundamentalmente por lascas y núcleos, cuya presencia es progresivamente más frecuente en los 3 primeros niveles pero disminuye en el Nivel 4, en el que incluso "desaparecen" las lascas;
- los denticulados solo aparecen a partir del Nivel 3;
- la mayor abundancia en el Nivel 3 de lascas y núcleos de piedra tallada y la aparición de denticulados de sílex podrían ser índices de una producción industrial mayor y más especializada como respuesta a mayores y nuevas necesidades, derivadas tal vez del posible aumento demográfico ya mencionado y del desarrollo de otras actividades industriales (producción de objetos sobre hueso y madera, curtiduría, etc.). En este sentido cabría plantear que la disminución de la presencia de núcleos y la ausencia de lascas en el Nivel 4 pueden representar una crisis económica que habría hecho decaer la economía del asentamiento.
En cuanto a la piedra pulimentada, y obviando ahora la presencia de machacadores, por caber la posibilidad de que al menos parte de ellos fuesen realmente la pieza activa de molinos claramente representados por las molederas, y en ese caso contemplar su presencia supondría duplicar la representatividad de un mismo instrumento, atendiendo a la de los tipos de objetos más representativos se observa:
- Una importante presencia de molederas en el Nivel 1 que, si disminuye en la etapa siguiente, se mantiene sensiblemente durante toda la primera fase de ocupación del asentamiento; esto lleva a pensar en la posibilidad de que su fabricación estuviese destinada no sólo a cubrir las necesidades domésticas, sino también a su comercialización, actividad que pudo llevarse a cabo durante toda la vida del asentamiento, con mayor o menor intensidad según las épocas, a tenor del número de piezas recogidas, claramente desproporcionado en relación con las dimensiones de éste.
- Una progresiva disminución de los genéricamente denominados "alisadores", útiles de funcionalidad no bien determinada y que ya no están presentes en la última etapa (Nivel 4), lo que implicaría que la actividad o actividades con que estuvieron relacionados habían dejado de practicarse, algo que resulta difícilmente comprensible si se acepta su relación con industrias tan tradicionales y necesarias para un grupo campesino de la época como la esterería y la cordelería, la curtiduría, etc., pero también si pensamos en su posible relación con el acabado de cerámicas, suelos y revocos.
- Una escasa o nula presencia de las hachas de piedra pulida, ausentes en la estratigrafía del yacimiento hasta el Nivel 3 de este Estrato I, donde están muy poco representadas, y ausentes de nuevo en el Nivel 4. La carencia de análisis traceológicos nos impide asociar los escasos representantes de este tipo de piezas con actividades concretas, y en principio su escasez podría ser consecuencia directa de la inexistencia de rocas duras en el entorno inmediato del cerro, pero de cualquier forma, ya fuesen realmente hachas, relacionables por tanto con la explotación y trabajo de la madera, como azuelas para la roturación de los campos, su ausencia en las primeras etapas del asentamiento y en la última de su primera fase y su baja frecuencia de aparición en el Nivel 3 no sólo son cuanto menos extrañas, sino que incitan a buscar una explicación, al menos a modo de hipótesis, puesto que:
* La propia ubicación del yacimiento, en el límite de una zona de monte bajo con otra de llanura, y la constatación de la utilización de la madera como material de construcción y su uso seguro como materia prima de fabricación de artefactos que no se han conservado y como combustible imprescindible para fines domésticos (preparación de alimentos, calefacción), e industriales (talla, trabajo del hueso, metalurgia), hacen pensar en un consumo de madera que además de necesario quizá fue elevado, ya que las viviendas no contaban al parecer con hogares interiores, lo que supone combustiones más rápidas. Ese consumo presumiblemente debió aumentar cuando la metalurgia se incorporó a las actividades del poblado. Pensamos que las piezas yeclanas eran hachas, pero su escasa y "puntual" presencia únicamente en ese Nivel 3 nos lleva a preguntarnos qué artefactos utilizaron, pues, los habitantes del Cerro de la Campana para talar, cortar, tallar, etc. la madera en los momentos en que no parece que las usaran.
* Si las piezas recuperadas no hubiesen sido verdaderas hachas, sino azuelas, su esporádica presencia en un asentamiento de base económica fundamentalmente agrícola, como según todos los indicios lo fue el que nos ocupa, lleva a pensar en el uso de otro tipo de instrumento de labranza. Todo indica que su producción agrícola alcanzó niveles demasiado elevados para pensar en la utilización de "palos cavadores" que no se hubieran conservado, por lo que pensamos que muy posiblemente quienes se instalaron en el Cerro de la Campana ya conocían y utilizaban el arado.
En cuanto a la industria ósea, todo indica que su presencia ofrece las características que cabría esperar para un asentamiento cuyos ocupantes practicaron la ganadería de ovicápridos y que quizá en un primer momento apenas necesitaron utilizar puntas y punzones porque casi no realizaron las actividades artesanas relacionadas con ellos -tal vez por estar demasiado ocupados con su propia supervivencia-, o que utilizaron sencillas astillas y esquirlas aguzadas; que sólo usaron algunas espátulas posiblemente en tareas domésticas y quizá también en la alfarería, y que aprovecharon la materia prima disponible a partir de los animales muertos y/o consumidos para fabricar puntas de flecha con las que practicar una caza mayor que, al parecer fue selectiva (ciervo, jabalí) y seguramente con fines diferentes a la simple subsistencia. Por otra parte, la "oferta" del medio que rodeaba al sentamiento y la escasez de industria ósea en su primera etapa parecen indicar que en ese primer momento los habitantes del cerro tuvieron poca disponibilidad de materia prima como consecuencia seguramente de una cabaña que debían consumir lo menos posible para permitir su desarrollo, situación que debieron solventar practicando la pesca y la caza menor para complementar su ingesta de proteínas. En cualquier caso, en el conjunto de la industria ósea del Estrato I se observa también:
* el progresivo aumento de su frecuencia de representación en los Niveles 2 y 3 y el retroceso de ésta en el Nivel 4, lo que por una parte denota de nuevo el desarrollo socioeconómico del asentamiento; por otra parece confirmar una relación entre el desarrollo de la producción de utillaje lítico tallado y la de utillaje óseo, y en último término supone un dato más entre los que señalan la correspondencia del último nivel del Estrato I con una etapa de crisis socioeconómica;
* la aparición de adornos personales de hueso y concha, no en gran cantidad pero sí con una frecuencia semejante durante los tres primeros niveles del Estrato 1, y su no aparición en el Nivel 4, hecho éste que viene a sumarse a los indicativos de la crisis mencionada.
- Y por lo que respecta a otros tipos de objetos, y dejando ahora al margen el conjunto cerámico, minuciosamente estudiado por A. M.a Garcés Tarragona (1993), haría aumentar en exceso la extensión de este trabajo. Sí merecen comentario aparte, por las repercusiones que en su momento debieron tener, las apariciones de:
* los grandes recipientes de almacenaje en el Nivel 3, cuya presencia denota no sólo la de almacenaje doméstico, sino también una economía ya desarrollada que lo permitía y una alfarería capaz de fabricarlos, y
* las comúnmente denominadas "pesas de telar", piezas que no están presentes en el Nivel 1, aparecen con una frecuencia muy baja de representación en los Niveles 2 y 3 y "desaparecen" en el Nivel 4; sus propias características contribuyen a su generalmente pésima conservación, pero, con todo, es posible que su ausencia entre los restos de la primera etapa del asentamiento y su presencia en las siguientes respondan a razones semejantes a las planteadas en relación con la industria ósea, tanto estén relacionadas con el aprovechamiento de la lana como con la cordelería; ahora bien, su desaparición a partir del Nivel 3, coincidiendo con la que, por varios motivos, parece la etapa de máximo apogeo del asentamiento, por una parte avala la hipotética crisis planteada para la última etapa del mismo, pero por otra implica preguntarse cómo solucionaron sus ocupantes sus necesidades de cordelería y/o tejidos: ¿no volvieron a fabricar ninguno, o adquirieron lo necesario ya fabricado?
LA FASE II: Superación de la crisis con una orientación diferente de la economía
El Estrato II del Cerro de la Campana contiene un conjunto de restos arqueológicos que, si por una parte ponen de manifiesto la continuidad de su ocupación por los descendientes de quienes fundaron y consolidaron el asentamiento, por otra permiten detectar cambios importantes en su tecnología constructiva y en su sistema socioeconómico que sin duda supusieron a su vez cambios en su cultura, sin que esto implique necesariamente su "inmersión" en otro complejo cultural diferente de aquel al que pertenecieron o su "absorción" por parte de alguno de sus contemporáneos.
No obstante, antes de comentar las diferencias respecto al Estrato I que permiten detectar esos cambios, y en relación con la interpretación de los hechos que proponemos, hemos de aclarar que los restos de esta segunda fase de ocu- pación del cerro yeclano tienen una clara relación de posterioridad respecto a los de la fase anterior atendiendo a las superposiciones observadas en la estratigrafía del yacimiento, pero siempre que se consideren en conjunto.
Como se desprende de lo expuesto acerca de la primera fase de ocupación del asentamiento, en el Cerro de la Campana hay una estratigrafía vertical en algunos puntos -donde hay restos superpuestos-, pero también la hay horizontal si se considera la secuencia resultante de la aparición de restos de diferentes etapas en distintas zonas del propio cerro; pues bien, esa misma situación se observa para el Estrato II y tanto entre sus diferentes niveles como con relación a los del Estrato I, pero "curiosamente" no se ha detectado en ninguna de las zonas excavadas superposición directa del Nivel 1 del Estrato II sobre restos correspondientes al último nivel del estrato anterior, es decir, al Nivel 4 del Estrato 1, lo que permite plantear la posible contemporaneidad de ambos, al menos durante algún tiempo. Pero esta hipótesis, de responder a la realidad, requiere la búsqueda de una explicación para la convivencia, en el más estricto sentido del término, de gentes que construyeron sus viviendas de diferentes formas, fabricaron y utilizaron objetos semejantes, pero lo hicieron de maneras distintas, y tuvieron modos de vida también diferentes a juzgar por lo que podemos deducir en relación con sus economías.
Quizá algún día las dataciones absolutas que puedan obtenerse permitan aclarar este extremo que de momento plantea serios problemas por lo que respecta a la interpretación de la estratigrafía del yacimiento.
Las diferencias que se aprecian en los restos de las aproximadamente catorce viviendas localizadas y contenidas en este Estrato II, respecto a las correspondientes a la primera fase de ocupación del cerro son, básicamente, las siguientes:
- En cuanto a su ubicación, el hecho de que se hallen preferentemente en la ladera meridional del cerro, apareciendo en ella desde el primer momento y durante los dos siguientes; en la primera etapa de esta segunda fase también se ocupó la zona más alta de ladera norte, pero esa ladera, claramente preferida en la fase anterior, no volvió a ser ocupada (Niveles 2 y 3) hasta la última etapa de ésta (Nivel 4), etapa en la que como también se detectó en el último nivel del Estrato I, se ocupó la ladera occidental -quizá por no haber espacio suficiente en la ladera oriental, ya ocupada (Nivel 2)-, y tal vez de nuevo porque el crecimiento demográfico lo hizo necesario.
- En cuanto a su cimentación y apoyo, estas viviendas del Estrato II presentan siempre zócalos de mampostería, en los que es frecuente la utilización de fragmentos de molederas como material de construcción. Al principio y al final de esta segunda fase esos zócalos se apoyaron directamente sobre la roca natural o sobre los escombros de habitaciones anteriores previamente aplanados (Niveles 1 y 4), pero desde su segunda etapa (Nivel 2) se generalizó la construcción de terrazas artificiales o bancales para conseguir más cantidad de "suelo edificable", y esta es una solución arquitectónica que bien pudieron descubrir por sí mismos los habitantes del Cerro de La Campana, que ya dominaban el mampuesto, pero que también pudo comenzar a utilizarse como consecuencia del contacto con gentes contemporáneas que la conocían hacía tiempo o, por qué no, como resultado de la instalación entre ellas de alguien procedente de alguno de los complejos culturales vecinos, como los ya tantas veces mencionados de El Argar, el Bronce Valenciano o el Bronce de La Mancha, en los que era más o menos frecuente el aterrazamiento de las laderas mediante la construcción de bancales.
- Por lo que respecta a los alzados, a diferencia de los tapiales del último momento de la fase anterior, fabricados con tierras anaranjadas y rojas, los muros que se levantaron sobre esos zócalos de mampostería y que se localizaron en los tres primeros niveles del Estrato II se fabricaron a base de tapiales de nuevo de tierras amarillentas (niveles 1, 2 y 3), mientras que, igual que sucedió al final de la primera fase de ocupación, en el nivel 4 de esta segunda "reaparecen" los tapiales de tierras anaranjadas pero no de las tierras de color rojo intenso presentes en el último nivel del estrato anterior.
- Pese a que según parece en la última etapa de la primera fase de ocupación del cerro habían dejado de utilizarse armazones de postes en la construcción de muros de tapial, esa técnica constructiva vuelve a utilizarse en la primera etapa de esta segunda, pero bien porque fuese demasiado costoso disponer de la madera necesaria y/o trasladarla hasta el cerro, bien porque las cimentaciones de mampostería las hubiesen hecho innecesarias, lo cierto es que no hay evidencia arqueológica de la utilización de esas armazones a partir del Nivel 2 de este segundo estrato del yacimiento.
- A diferencia de lo que se observa en el Estrato I, en el que los restos conservados parecen indicar que las dimensiones de las viviendas, muy condicionadas por la topografía natural, no debieron sobrepasar en ningún caso los 8 m2 de superficie útil -recordemos que las plataformas rocosas más amplias tienen 2,5 m de fondo por término medio-, en el caso de una de las correspondientes al Nivel 2 del Estrato II se plantea la posibilidad de que se tratase de una vivienda de mayor tamaño y cuyo espacio pudo estar compartimentado por un posible tabique divisorio también de tapial; ahora bien, dado el aparente interés de los habitantes del cerro por ocupar en ese momento únicamente la ladera meridional, cabe plantear la posibilidad de que hubiera podido tratarse en realidad no de una vivienda más grande y con dos habitaciones, sino de dos viviendas adosadas, lo que, en cualquier caso, también representaría una novedad no constatada claramente en ningún caso entre viviendas ubicadas al mismo nivel topográfico.
- Por lo que respecta a las plantas de las habitaciones, los zócalos de mampostería de esta segunda fase presentan, como en la anterior, predominantemente una forma sensiblemente rectangular, consecuencia lógica de la forma de las terrazas que ofrecía la roca del cabezo, como sucedió desde un principio, pero consecuencia ahora también de la que hubieron de adoptar los bancales, "obligados" a adaptar su morfología a la topografía natural. Sin embargo en el Nivel 4 del Estrato 2 aparecen restos de muros ligeramente curvos, que indican la existencia de algunas viviendas de planta más o menos circular, o al menos no angulosa, hecho éste que pudo deberse a la necesidad de adaptar la arquitectura a puntos de la superficie del cerro cuya irregularidad, por su topografía o por la existencia de restos arquitectónicos anteriores, impedía la construcción de viviendas de planta rectangular bien definida. Sólo una imperiosa necesidad de seguir viviendo en el propio cerro explicaría la inversión de tiempo y trabajo que supone la construcción de superficie sobre la que edificar, puesto que a todas luces hubiera sido más cómodo instalar nuevas viviendas en zonas más bajas, incluso en el llano, en el caso de que, como parece, el crecimiento de la población hiciese necesario ampliar el número de "soluciones habitacionales".
- Por último cabe mencionar que si al final de la primera fase de ocupación fue bastante frecuente dotar a las viviendas de cómodos suelos de tierra batida con cal, dejó de hacerse al comenzar la segunda y durante bastante tiempo (Niveles 1, 2 y 3); podría suponerse que esto fue consecuencia de la crisis que pensamos supuso el final de aquella primera fase, pero podría pensarse también en un nuevo cambio en tecnologías y costumbres, dado que fue un hecho prolongado y asociado a otras "novedades", si bien años más tarde, cuando de nuevo la población del Cerro de La Campana volvió a alcanzar un alto grado de desarrollo económico, las viviendas, o al menos algunas, volvieron a contar con cómodos, estéticos e higiénicos suelos de tierra batida con cal.
Y, como en el caso del Estrato I, no son los restos constructivos los únicos exponentes del Estrato II de la existencia de una segunda fase de la historia del Cerro de la Campana bien distinta de la anterior.
Por lo que se refiere al conjunto ergológico contenido en los cuatro niveles de este estrato, sus rasgos generales son semejantes, aunque no iguales, a los del Estrato I en cuanto a los tipos de objetos que aparecen, lo que denota una continuidad cultural, pero no lo hacen todos y sin embargo aparecen algunos no detectados entre restos de aquella primera fase de ocupación; pero esa semejanza deja de observarse si se atiende a las respectivas frecuencias de aparición, ahora sensiblemente diferentes, de tal forma que ni "las presencias" ni "las ausencias" resultan fácilmente explicables, y ello ni aisladamente ni en relación con otros aspectos.
En el primer nivel arqueológico del Estrato II, el aumento de la presencia de núcleos y sobre todo de lascas de talla, así como de molederas, podría deberse a una recuperación económica tras la crisis anterior como consecuencia de un mayor rendimiento de la agricultura -aunque el aumento de molederas realmente sólo es directamente relacionable con el consumo de productos molturables-, pero cabría esperar que ese aumento de la producción agrícola estuviese a su vez directamente relacionado con una mayor frecuencia de aparición de los objetos de piedra tallada más directamente relacionables con la explotación agrícola, los denticulados de sílex, piezas que sin embargo no aparecen en este Nivel 1 del Estrato 2 y cuya ausencia plantea una doble incógnita: ¿con la fabricación de qué tipo de piezas están relacionados esos núcleos y tantas lascas?, y, por otra parte, si no se segaba y/o trillaba con hoces y/o trillos armados con denticulados, ¿con qué herramientas se hicieron esas faenas?
La representatividad de los restos arqueológicos no siempre es tan directa y clara como sería deseable, y en muchas ocasiones un mismo objeto puede representar varias actividades diferentes no por su tipología, sino por su "modo de aparición" en los contextos arqueológicos.
Por eso pensamos que ese panorama detectado en el utillaje lítico de ese Nivel 1 no debe interpretarse sin tener en cuenta otros indicios de que las cosas pudieron suceder de otra manera, pues frente a ese aumento de núcleos, lascas, y molederas se observa, sin embargo, una disminución de la presencia de punzones y espátulas de hueso que bien podría indicar un retroceso tanto de la producción ganadera como de las actividades industriales, de mantenimiento y/o de producción relacionadas con ellos, lo que en último término habría que interpretar como resultado de una época en la que se recuperó la agricultura, actividad de la que no han llegado hasta nosotros objetos relacionables con las labores de roturación ni recolección, pero no la ganadería, y que se recuperaron también las industrias de piedra tallada, cuyos productos acabados no quedaron en el yacimiento, y de piedra pulimentada -éstas hasta el punto de volver a detectarse una elevada presencia de alisadores-, pero no las artesanías relacionadas con la fabricación de útiles de hueso y con la fabricación de productos que requerían del uso de éstos, todo lo cual indicaría a su vez su situación sensiblemente compleja.
No queremos decir que no hubiese sido posible esa "recuperación del campo", máxime si tenemos en cuenta que podría haber sido consecuencia de la aplicación del regadío artificial, técnica ya habitual en el II milenio a. C en otros complejos culturales peninsulares, y que los ocupantes del Cerro de la Campana ya sabían desviar el agua cuando era necesario, como se desprende de la presencia de canalillos retallados en la roca de la zona alta del cabezo para reconducir laderas abajo el agua de lluvia; pero sí planteamos que en este Nivel 1 del Estrato 3 hay otros indicios de recuperación económica que no están relacionados sola y exclusivamente con la producción agrícola.
Hay que tener en cuenta que en este complicado panorama se observa también una "reaparición" de los objetos de adorno de hueso y concha, lo que podría indicar que la economía de las gentes del cerro yeclano permitía que la artesanía del hueso no se dedicase únicamente a la producción de objetos necesarios para el mantenimiento de otras industrias y actividades, sino también a la de objetos "no útiles" pero demandados por esas mismas gentes para su propio consumo, tal vez como algo habitual salvo en épocas de crisis, y en este sentido no se puede obviar la aparición en esta primera etapa de la segunda fase de ocupación del asentamiento de:
- por primera vez y muy escasamente representado, un tipo de objeto de adorno personal que pudo fabricarse allí o adquirirse ya manufacturado, pero fabricado sobre una materia prima no local y por tanto más costosa que el hueso, ya que se trata de un colgante de piedra pulida, y, sobre todo
- de una punta de flecha de aleación de cobre cuando muy posiblemente, salvo si este Nivel 1 del Estrato II fue de formación contemporánea a la del último nivel del estrato anterior,, todo parece indicar que en esta segunda fase del Cerro de la Campana no volvió a haber actividad de producción metalúrgica.
Por razones obvias no vamos a entrar aquí en el análisis de su tipología -extrañamente no concretada en algún trabajo específico y reciente sobre este tipo de armas del Bronce peninsular (Kaiser, 2003)-, ni de si la aleación de sus componentes fue intencionada o no, ni tampoco de las implicaciones de este aspecto, pero sí apuntaremos que su presencia puede ser testimonio de:
- la continuidad de una metalurgia local para el autoabastecimiento del poblado, pero que requeriría la necesaria importación del mineral/metal, dada la carencia de minerales de Cu en el entorno del asentamiento, o bien de
- la adquisición de piezas metálicas manufacturadas, quizá un modo de aprovisionamiento más rentable para aquellas gentes que la fabricación in situ.
En cualquiera de los dos casos, esa punta de flecha es índice de su relación con otras gentes, pero además también lo es de una economía que permitía la posesión de unas piezas que se abandonaron cuando yano eran útiles, loque parece indicar a su vez que conseguir otras o reciclar el metal no era necesario...
A la vista de todo esto, parece evidente que el Nivel 1 de esa segunda fase de ocupación del cerro corresponde a una etapa de recuperación económica, pero ¿debida solamente a la de la agricultura?
Nos inclinamos a pensar que la abundancia de molederas y de alisadores, cuyo número parece sobrepasar las necesidades del propio poblado, y la abundancia de restos de talla, pero no de objetos acabados de piedra tallada, pueden muy bien ser índices del comienzo, o la reactivación, de dos actividades industriales enfocadas a la comercialización de sus productos: la fabricación de denticulados y otras piezas talladas y la de molederas, alisadores y otras piezas pulidas. Pensamos que esto pudo deberse a que la explotación agropecuaria del entorno no era suficiente para la obtención de elementos que ya eran "necesarios" (adornos personales de materiales alóctonos) para gentes que, a lo largo de la primera mitad del II milenio a. C., habían protagonizado un desarrollo socioeconómico que les había permitido alcanzar un nivel semejante al de algunos de sus contemporáneos, sin olvidar que quizá la dedicación a esas producciones industriales les pudo resultar tan rentable que pudieron rebajar la producción agropecuaria al nivel necesario para su autoabastecimiento y dejar de practicar otras actividades, como las textiles -recordemos que al parecer hacía tiempo que no se usaban las "pesas de telar"- e incluso las metalúrgicas, porque podrían obtener lo necesario intercambiándolo por sus producciones talladas y pulimentadas.
El conjunto ergológico del Nivel 2 del Estrato I parece confirmar en cualquier caso que el giro que los habitantes del Cerro de la Campana dieron a su economía resultó efectivo, pues sus diferencias respecto al nivel anterior, aunque no son demasiadas sí resultan muy representativas. Así parecen indicarlo:
- la semejanza de las frecuencias de aparición de lascas, molederas y alisadores -la no presencia de núcleos puede deberse a un máximo aprovechamiento de una materia prima que tampoco se halla entre los recursos próximos al asentamiento-;
- la "reaparición" de los denticulados, cuya presencia en el área de poblado indica más su fabricación en ella que su uso;
- la continuidad del uso de adornos personales de hueso/concha, y
- la aparición de fragmentos de objetos de aleación de cobre de tipología indeterminada pero que bien pudieron pertenecer a punzones metálicos cuya utilización explicaría la ausencia de los de hueso en ese nivel.
Pero todo parece indicar también que, pasando el tiempo, ese nuevo sistema económico requirió algunos ajustes en función de cambios en la demanda externa, puesto que en el Nivel 3 del Estrato II, correspondiente a una etapa media de la segunda fase de ocupación del cerro, se observa una intensificación de la producción de útiles tallados, deducible de la "reaparición" de núcleos de sílex y del aumento del número de lascas y denticulados presentes en el área de habitación, pero se observa también una disminución del número de molederas y la desaparición de los alisadores, y todo ello unido a la nula presencia de objetos metálicos y la "reaparición" de los útiles de hueso.
Todo esto bien podría interpretarse como un ligero "empobrecimiento de la cultura material", que no necesariamente de su economía, de las gentes del Cerro de la Campana porque no pudieron "colocar" en el mercado toda su producción industrial; incluso podría pensarse que esto ya se había detectado en la época anterior y por eso se potenció la industria de piedra tallada y se fabricaron menos molederas y machacadores...
Ahora bien, los cambios que se detectan en el Nivel 4, correspondiente a la siguiente y última etapa de esa segunda fase del asentamiento, parecen poner de manifiesto que quizá sus ocupantes no llegaron a encontrar la fórmula necesaria para equilibrar su propio sistema, lo que lleva a pensar que quizá en esa etapa comenzó la decadencia del mismo. Este planteamiento podría resultar contradictorio con el hecho de que en las viviendas de ese Nivel 4 vuelve a detectarse la presencia de suelos de tierra batida con cal y el uso de tierras rojas en los tapiales, hechos que, junto a otros, interpretamos como evidencias de una mejora del modo de vida en la última etapa de la primera fase de ocupación, pero también es cierto que esas viviendas del Nivel 4 del Estrato II pudieron construirse a comienzos de esta última etapa de la segunda fase, cuando el cambio efectuado en la producción en la etapa anterior había proporcionado nuevamente estabilidad económica a las gentes del Cerro de La Campana, y que, otra vez con el paso del tiempo, la evolución de la Historia obligó a un nuevo cambio que al parecer no dio los resultados proyectados.
En ese Nivel 4 del Estrato II se detecta una disminución de la presencia de lascas, índice quizá del máximo aprovechamiento de la materia prima necesaria para la producción de piezas que, al menos en el caso de los denticulados, presentan una frecuencia de aparición semejante a la de la etapa anterior, pero se observan también un desproporcionado aumento del número de molederas y una disminución de los útiles de hueso que, en este caso, no va asociada a la aparición de sus posibles "sustitutos" de metal, todo lo cual podría ser la evidencia del último esfuerzo de los ocupantes del asentamiento por "reflotar" una economía en decadencia.
¿LA FASE IIII?: El problemático Estrato III y el abandono del Cerro de La Campana
Ya en la descripción de su estratigrafía nos referimos al Estrato III del Cerro de la Campana, razón por la cual no vamos a repetir aquí lo relativo a sus características, pero sí queremos apuntar que, si las interpretaciones propuestas para los estratos anteriores del yacimiento responden a la realidad, la identificación de los restos constructivos directamente relacionados con este último estrato bien podrían ser la confirmación de que la segunda fase de ocupación del cerro fue sucedida de una tercera correspondiente a la imparable decadencia del núcleo cultural que lo ocupó y al abandono definitivo del asentamiento.
Ya indicamos en su momento que en este estrato aparecen formas cerámicas ausentes o muy poco presentes en los Estratos I y II, pero, y sobre todo, señalamos la existencia de restos arquitectónicos de características diferentes a las de los correspondientes a aquellos.
Se trata concretamente de los restos del zócalo de mampostería de una vivienda construido con piedras trabadas con barro sobre la roca natural de la zona alta de la ladera norte, zócalo sobre el que no debieron levantarse muros de tapial fabricados con tierras amarillentas, anaranjadas ni rojizas, cuyos restos presumiblemente se hubieran conservado, al menos parcialmente, asociados a esos cimientos, sino probablemente tapiales fabricados con simple barro, muchas piedras y quizá también desechos de épocas anteriores.
Esa vivienda pudo ser la única o una de las pocas que se levantaran en el cerro como "obra nueva" en su última etapa, y quizá la amplia extensión del Estrato III por todas sus laderas no indique sino la evidencia de que sí hubo que reparar o reconstruir viviendas anteriores, no se utilizaron en esa última fase las arcillas que hacían más consistentes los muros, pero que había que transportar hasta el cerro desde ciertas distancias, sino que se utilizaron materiales de más fácil obtención, aunque ello conllevase menor solidez de las correspondientes construcciones, y, de ser cierto, cabría preguntarse hasta qué punto las gentes del Cerro de la Campana eran ya conscientes de que quizá la vida del asentamiento se apagaba de forma irreversible.
Y si fue así, no iban desencaminados, porque todo indica que finalmente el Cerro de la Campana fue abandonado por las gentes de la Edad del Bronce en un momento que desconocemos y de una forma que tampoco podemos precisar. No hay evidencias de un abandono repentino por alguna causa que afectase a todas las viviendas del poblado (niveles de incendio o de derrumbe generalizados, objetos abandonados in situ), pero tampoco hay constancia del abandono progresivo de las viviendas, ni siquiera de cuáles se utilizaron hasta el último momento, de forma que quizá sólo las dataciones absolutas que puedan obtenerse permitan determinar cuándo y cómo se sucedieron los acontecimientos ...
8. OTROS DATOS..., MÁS PROBLEMAS
En páginas anteriores hemos señalado que no trataríamos aquí la presencia de todos los tipos de materiales arqueológicos presentes en el Cerro de la Campana, sino solamente de aquellos cuya presencia en su estratigrafía resultaba más representativa en función de la diferenciación de estratos y niveles, pero posiblemente llamen la atención del lector nuestras escasas referencias a las dataciones absolutas obtenidas hasta el momento para el yacimiento y el hecho de que no nos hayamos referido a ciertos materiales arqueológicos procedentes del Cerro de la Campana, mencionados en varios de los trabajos citados y en algún caso tan representativos per se como pueden serlo las piezas presuntamente de marfil, los punzones y el puñal de remaches de aleación de cobre, o el botón de perforación en "V", cuya existencia ya se mencionó en las actas del XVI Congreso Arqueológico Nacional, se recogió en un trabajo de conjunto (Uscatescu, 1992) pero se ha ignorado después (López Padilla, 2006), y la razón fundamental de ello es que desconocemos la verdadera posición estratigráfíca tanto de unos como de otras.
Por lo que respecta a los materiales recuperados por D. Fausto Soriano Torregrosa, de las notas de su diario se deduce que llevó a cabo excavaciones tanto en la ladera norte del cerro, en la que predomina la presencia de restos del Estrato I, pero a los que se superponen en algunos puntos los de los Niveles 1 y 4 del Estrato II, como en la ladera sur, ocupada sin embargo preferentemente por restos del Estrato II, que también se superponen en determinadas zonas pero lógicamente a los del último nivel del estrato anterior; Soriano Torregrosa describió detalladamente dónde realizó esas excavaciones y lo que fue observando en el transcurso de las mismas, pero la relación de los materiales arqueológicos recuperados aparece como un inventario conjunto en la publicación de esos diarios (Soriano Torregrosa, 1999), por lo que, en definitiva, nos hallamos ante ellos en la misma situación que respecto a los materiales del Estrato III del yacimiento, de manera que, en función de su estratigrafía, podríamos "recolocar" en ella algunos de esos objetos, pero obviamente ni todos ni con total seguridad.
De cualquier forma, lo más llamativo de ese inventario es la mención de una posible punta de flecha de piedra tallada, de una "bolita" y de "una especie de amuleto" de hueso, asta o marfil "en espiral" (¿colgante?), objetos cuya tipología podría indicar su correspondencia al Nivel I del Estrato I y podría confirmar la fundación del asentamiento del Cerro de la Campana a finales del III milenio a. C. o muy a comienzos del II y, de confirmarse la presencia de piezas de marfil, por gentes de un cierto nivel económico y cultural.
En cuanto a las dataciones absolutas obtenidas tras la campaña de 1976, ya comentamos que sólo sitúan en el tiempo un "momento" muy concreto de la historia del yacimiento yeclano, el correspondiente al incendio de una vivienda construida sobre la roca natural y cuyo interior quedó sepultado bajo una masa de escombros.
El objetivo de dicha campaña de excavaciones, la primera planteada y llevada a cabo con método propiamente arqueológico, fue comprobar mediante dos cortes abiertos entonces en la ladera septentrional del cerro, a modo de catas como se especifica en la publicación de lo observado en ellos (Nieto Gallo y Martín de la Cruz, op. cit.), si se conservaba intacta al menos parte de su estratigrafía, dadas las visibles alteraciones sufridas por el yacimiento.
Los trabajos arqueológicos demostraron que así era, pero si la tipología del recipiente que contenía las semillas que proporcionaron tres de las dataciones absolutas -CSIC-450: 1.612 cal ANE m; CSIC-445: 1.603 cal ANE m y CSIC-448: 1581 cal ANE m (Castro Lull y Micó, op. cit. Apéndice VI), resulta concordante sin problemas con ellas y permite plantear la posibilidad de que dicha vivienda correspondiese a los Niveles 1 ó 4 del Estrato II, dada su ubicación en la ladera septentrional del cerro, sin embargo la datación del poste CSIC-446: 1.603 cal ANE m (ídem)-, del que no se pudo determinar si correspondió a la cubierta o al armazón de los muros de la vivienda, incluso podría plantear problemas de interpretación acerca de la relación entre ambos tipos de restos, pues sería complicado explicar cómo un elemento de la propia vivienda puede tener una cronología posterior a la de algunas de las semillas guardadas en su interior.
Por otra parte, la secuencia estratigrafía que se identificó entonces era, por razones obvias, provisional, y en cuanto a los materiales arqueológicos que se mencionan en dicha publicación, los propios autores señalaron que respondían a una esquemática representación del conjunto arqueológico del yacimiento (Nieto Gallo y Martín de la Cruz, op. cit.; 295), por lo que, a los efectos que aquí nos ocupan, hemos de considerarlos en la misma "situación" que los que se hallaron posteriormente en el Estrato III, desplazados y revueltos, si bien la tipología del botón de perforación en V, piramidal de base rectangular -un tipo frecuente en la fachada mediterránea y en submeseta sur peninsulares, cuya presencia en el Sureste parece ser continua desde finales del III milenio hasta mediados del II (Uscatescu, op. cit)- podría considerarse como un argumento más a favor de la hipotética fundación del asentamiento en un momento anterior al que algunos autores han propuesto (Castro, Lull y Micó, op. cit.).
Finalmente, y en cuanto a los punzones y la hoja de puñal de aleaciones de cobre, todas ellas piezas estudiadas por especialistas en el tema (Rovira y Gómez, op.cit.; Rovira, Montero y Consuegra, op.cit.; Montero, op. cit.), su tipología y la estratigrafía del yacimiento permiten plantear su correspondencia al Estrato II del mismo, pero ni asegurar este extremo ni determinar a qué nivel o niveles concretos de él, por lo que quizá no debamos sobrevalorar su representatividad, sino darle la misma importancia que a la punta de flecha de pedúnculo y aletas hallada en estratigrafía, ya que, en cualquier caso esas piezas no son sino testimonio, por su escasa presencia numérica, de que:
- o el uso de utillaje metálico fue muy reducido para las gentes de la segunda fase del Cerro de la Campana, o de que, si fue más frecuente, en general o en alguna de las correspondientes etapas, el metal se recicló y no ha llegado hasta nosotros;
- las materias primas con que se fabricaron no proce- den del entorno inmediato al yacimiento, lo que plantea los mismos problemas que en el caso de la citada punta, y que
- su no asociación estratigráfica al horno de fundición del Estrato I ni a ninguna otra evidencia de metalurgia local hacen pensar en su adquisición por aquellas gentes en forma de objetos ya manufacturados.
9. EN CONCLUSIÓN, PERO A CONFIRMAR...
Los datos y planteamientos expuestos en estas páginas son obviamente una exposición resumida de las características generales del Cerro de La Campana, más concretamente de sus restos arquitectónicos y de su estratigrafía, que hay que entender como un avance de un estudio completo del yacimiento que, como en otros muchos casos, no ha podido ver la luz hasta el momento básicamente por los condicionamientos que, a nivel operativo y económico, hacen que sean muchos los resultados obtenidos por la Arqueología en nuestro país en las últimas décadas y, sin embargo, muy pocos los conocidos.
Ese estudio se hallaba bastante completo y avanzado en 1987, pero las actas de aquellas II Jornadas de Historia de Yecla nunca se publicaron, por lo que sólo algún aspecto concreto de este yacimiento, como sus cerámicas y su territorio de captación directa o sus restos metálicos han sido objeto hasta ahora de estudios específicos que, de una u otra forma, finalmente fueron dados a conocer a la comunidad científica, lo que implica que son muchos los aspectos de los que aún queda mucho por estudiar y/o publicar, según el caso, y evidentemente hubiera sido imposible referirnos a todos ellos aquí.
Sirvan pues estas páginas para que quienes se han interesado por el yacimiento murciano en particular y/o por el altiplano murciano, el sureste peninsular y/o nuestra Edad del Bronce, en general, conozcan algo más de la información que el Cerro de la Campana aporta a nuestra prehistoria reciente, teniendo siempre en cuenta que la interpretación que aquí hacemos de esa información no es definitiva en tanto que las hipótesis que planteamos han de verse confirmadas o rebatidas a la luz de esos estudios que aún quedan por terminar, pero teniendo también presente que cuando aquí se plantean cuestiones como las relativas a la cronología del yacimiento, que a nuestro entender abarca al menos gran parte del II milenio a. C. y no sólo su segunda mitad, o a su clasificación como integrante de un complejo cultural que bien podría denominarse Bronce del Altiplano, independizado de los que ocuparon el sureste peninsular, las tierras valencianas o gran parte de la Submeseta Sur -bien diferenciados entre ellos pese a opiniones muy reciente pero a nuestro entender poco fundamentadas (López Padilla, op. cit.)-, aunque cronoculturalmente relacionado con ellos, es como consecuencia del conocimiento directo de sus restos estructurales, de sus materiales y contextos arqueológicos y de su estratigrafía, un conocimiento que desearíamos poder compartir en su totalidad con todos los interesados en nuestro patrimonio cultural.
Por razones obvias esto es algo que no depende solamente de nosotros, por lo que esperemos que el tiempo que ocultó toda esa información favorezca en el futuro su incorporación a nuestra Historia, en general, y a la de la Región de Murcia, en particular... *
(1) www.escuelaspias-td.es/escolapiosinsignesxxx/carloslasalde.htm
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José L. Sánchez Meseguer, M.a del Carmen Poyato Holgado,
Catalina Galán Saulnier y Ana M.a Fernández Vega*
Recibido el 22 de octubre de 2007. Aceptado el 30 de noviembre de 2007
(*) JOSÉ L. SÁNCHEZ MESEGUER: Coordinador científico de la Asociación para el Desarrollo del Campo de Calatrava.
M.a CARMEN POYATO HOLGADO: Decana de la Facultad de Humanidades de la UCLM (Campus de Cuenca).
CATALINA GALÁN SAULNIER: Profesora Titular de Prehistoria. Dpto. de Prehistoria y Arqueología de la UAM.
ANA M.a FERNÁNDEZ VEGA: Profesora Titular de Prehistoria. Dpto. de Prehistoria y Arqueología de la UNED.
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