FASCISMO E FRANCHISMO: RELAZIONI, IMMAGINI, RAPPRESENTAZIONI Giuliana di FEBO y Renato MORO (eds.) Soveria Mannelli (Catanzaro), Rubettino. 508 págs.
En la primavera de 2003 se celebraron en Roma unas jornadas, organizadas por la Universitá degli Studi di Roma Tre, la UNED y la Escuela Española de Historia y Arqueología de Roma, dedicadas al estudio de las relaciones y las percepciones mutuas entre la Italia fascista y la España franquista. A esas jornadas tenía prevista su asistencia Javier Tusell, pero la enfermedad se lo impidió y a su memoria está dedicado el volumen en lengua italiana que recoge las ponencias presentadas en aquella ocasión.
Catorce historiadores italianos y ocho españoles han contribuido a este libro, en el que el tema de las relaciones hispano-italianas se aborda desde muy distintas perspectivas. Hay artículos sobre las relaciones políticas bilaterales desde los años veinte hasta el fin de la II Guerra Mundial, sobre las relaciones de ambos regímenes con el Vaticano, sobre sus respectivas colonias africanas, sobre la percepción mutua que se difundía en la prensa, los libros y los noticiarios cinematográficos y sobre la actitud católica. La conclusión de conjunto que se obtiene tras leerlas era que existía una evidente cercanía entre los regímenes de Mussolini y Franco, pero que ello no se tradujo en una efectiva cooperación en los críticos momentos de II Guerra Mundial.
No era eso, sin embargo, lo que se hubiera podido suponer en julio de 1939, cuando al poco de acabar la guerra civil el ministro de Asuntos Exteriores italiano, Galeazzo Ciano, fue recibido en España con una fastuosidad que parecía expresar, no sólo el agradecimiento del régimen de Franco por la contribución de las tropas italianas a su victoria, sino el firme propósito de estrechar lazos duraderos de solidaridad y amistad. La crónica de ese viaje la expone en detalle Giuliana di Febo en un artículo que profundiza en los elaborados ceremoniales propagandísticos con los que se trató de expresar la hermandad entre las dos naciones, cimentada en la sangre vertida en común (Riti e propaganda: il viaggio di Ciano in Spagna). No faltó la evocación de la Roma imperial para subrayar la común herencia latina de ambos pueblos, una evocación que tuvo su momento culminate con la reinaguración en Tarragona de una estatua de Augusto, donada por Mussolini en 1934 y que «los rojos» habían derribado. Una niña desveló la estatua, al son de trompetas y tambores, mientras los jerarcas civiles y militares hacían el saludo romano al «divino Augusto», como recordaba la crónica de un periódico italiano. Pero en medio de las ceremonias que se sucedieron en distintas ciudades, Ciano tuvo tiempo de captar realidades menos satisfactorias, pues anotó en su diario que los «numerosísimos » fusilamientos daban al país «una atmósfera sombría de tragedia»
Ese año de 1939 fue aquel en que los noticiarios y documentales cinematográficos italianos, que por supuesto sólo daban la imagen de los hechos que el régimen fascista deseaba, prestaron más atención a los asuntos de España. Y como destaca en su artículo Renato Moro (L'immagine del franchismo nei cinegiornali e nei documentari dell'Italia fascista) los hechos que interesaban eran sobre todo los bélicos y muy especialmente aquellos que mostraban la participación italiana en la guerra de España. Esto último irritó a las autoridades franquistas, que llegaron a prohibir la difusión en España de algunos documentales. Emblemático fue el caso del noticiario sobre la toma de Madrid, en el que aparecían sobre todo soldados italianos y que concluía con la imagen de unos aviones que trazaban en el cielo el símbolo del fascismo. Más tarde, tras el inicio de la guerra mundial, las imágenes de España comenzaron a escasear en los noticiarios italianos, que se centraron oobviamente en el nuevo conflicto. Por su parte, los noticiarios cinematográficos de la España franquista no prestaron durante la guerra civil especial atención a Italia, y mucho menos a la intervención de sus soldados, que en las escasas ocasiones en que aparecían eran presentados como simples «voluntarios», como si no pertenecieran a las fuerzas armadas de su país. Se destacaba sin embargo, como explica en su artículo Rafael Tranche (L'immagine del fascismo nei notiziari e documentari del primo franchismo), la afinidad entre los dos regímenes y la hermandad entre ambas naciones latinas, conceptos que encontraron su más plena expresión en el documental dedicado al citado viaje de Ciano.
En contraste con la rapidez de las imágenes cinematográficas, las publicaciones intelectuales estudiadas por Alfonso Botti y Carme Molinero permitían un análisis más detallado de la similitud y también de las diferencias entre ambos regímenes. En su artículo sobre las publicaciones italianas que analizaron el nuevo régimen español entre los años 1939 y 1943 (L'immagine del franchismo nella pubblicistica italiana) Botti comprueba que existía una voluntad de subrayar la identidad sustancial entre los regímenes de Mussolini y Franco. Un autor destacaba, ya a fines de 1939, que España era «un Estado totalitario, con un régimen de partido único nacional como la Italia fascista y la Alemania nacionalsocialista». No por ello dejaban de notarse algunas diferencias, por ejemplo entre el sindicalismo vertical español y su modelo italiano, pues el primero no aceptaba ni la separación de las organizaciones patronales y obreras ni el recurso a los convenios colectivos, presentes en el corporativismo fascista. Y sobre todo, varios observadores hacían notar que en la España de Franco se daba un énfasis en la identificación de tradición nacional y fe católica que no se daba en la Italia de Mussolini. Muy tempranamente, en el verano de 1939, un autor italiano indicaba que el elemento original introducido por España en el modelo totalitario, era el celo católico por dar a la conciencia individual un espacio reservado en el que el ciudadano se sintiera responsable sólo frente a Dios. Y más adelante otro autor definiría la identificación entre nación y fe católica como un elemento esencial del mito en el que se fundaba el nacionalismo español, en contraste con el carácter inmanente de los mitos nacionales italiano y alemán. Su análisis iba por tanto en la misma dirección de quienes más tarde se referirían al «nacionalcatolicismo» como fundamento ideológico del franquismo.
Por su parte, la derecha española se venía interesando por el fascismo italiano desde los años veinte, como lo muestra Molinero en su artículo (L'immagine del regime fascista italiano nella pubblicistica spagnola). Uno de los primeros españoles que se ocupó en analizar el fenómeno fascista fue el político catalán Francesc Cambó, quien inicialmente lo valoró de manera positiva, como artífice de una recuperación del orgullo nacional, como barrera frente al comunismo y como solución para aquellos países, como el nuestro, en que el parlamentarismo resultaba ineficaz. Luego, a comienzos de los años treinta, fue Ernesto Giménez Caballero quien se convirtió en el gran apologista del «mussolinismo», del que destacaba, en contraposición con el «hitlerismo», su raiz cristiana. Y la compatibilidad del fascismo con el catolicismo se convirtió en un lugar común en las abundantes publicaciones dedicadas al tema en los primeros años del franquismo. No había por entonces reparo en aludir al modelo italiano, pero el panorama varío radicalmente cuando la suerte de las armas comenzó a favorecer a los aliados, hasta que en noviembre de 1943 se prohibió toda alusión a doctrinas extranjeras al referirse a los orígenes del Movimiento Nacional.
La caída de Mussolini en 1943 tuvo un fuerte impacto en los medios políticos e intelectuales falangistas, que tendieron a adoptar una imagen negativa de los italianos. Pero, como destaca en su artículo Massimiliano Guderzo (La Spagna nelle relazioni internazionali durante la seconda guerra mundiale) tampoco en los años anteriores la proclamada fraternidad entre ambos regímenes se tradujo en una efectiva cooperación en el plano de las relaciones internacionales. El destino contrapuesto de Mussolini y Franco se selló cuando el primero entró en la guerra y el segundo no lo hizo. El dictador español, consciente de la exigüidad de sus recursos, sólo ofreció a Hitler su participación en junio de 1940, cuando Francia estaba derrotada, y por entoces el líder nazi, que no se esperaba la tenaz resistencia británica, apenas mostró interés en la oferta. Fue luego, tras la batalla de Inglaterra, cuando Hitler quiso la participación española, que le facilitaría la toma de Gibraltar y con ello el cierre del Mediterráneo, pero a su vez Franco, que para entonces había comprendido que la guerra iba a ser más larga de lo que suponía en junio, se mostró menos dispuesto. La negativa de Franco a autorizar la operación alemana contra Gibraltar se produjo el 7 de diciembre de 1940 y muy pocos días después, el 18, tomó Hitler la crucial decisión de invadir la Unión Soviética, trasladando así hacia el Este el escenario principal del conflicto, con consecuencias quizá decisivas para el resultado del mismo. Franco habría querido participar en la guerra, pero el precio que pedía, sobre todo en África, era excesivo en comparación con la fuerza que podía aportar y ello condujo a un retraso en la intervención que terminó por hacerla inviable. En ese sentido es pertinente la observación de Guderzo de que la propia debilidad estratégica del régimen español representó su gran suerte, al facilitar que se mantuviera al margen de una guerra que resulto letal para el régimen de Mussolini. Este, por su parte, nunca mostró interés en la intervención de Franco, a quien pareció ver sobre todo como un molesto rival de cara al futuro reparto del África del Norte.
Bastan estos ejemplos para mostrar el interés de este libro, que al poner en relación al primer franquismo con su modelo italiano permite una mejor comprensión del mismo. No quisiera sin embargo concluir esta recensión sin hacer mención al excelente artículo en que Hilari Raguer analiza las relaciones entre el régimen franquista y el Vaticano, tras la victoria del primero en la guerra civil (Spagna franchista e Vaticano). Cabría suponer que las relaciones entre el Papado y el más católico de los nuevos regímenes fascistas habrían sido óptimas, pero en realidad no faltaron las tensiones, aunque estas se mantuvieron ocultas. Al Vaticano le preocupaba la influencia de la Alemania nazi y en ese aspecto logró un éxito significativo cuando, a instancias de Su Santidad, Franco renunció a aplicar el acuerdo cultural hispano-alemán de enero de 1939. Pero el conflicto fundamental se produjo en torno al derecho de presentación de los obispos, antaño ostentado por los monarcas españoles y revalidado en el Concordato 1851, que Franco quería restablecer y al que el Vaticano se oponía. Ello se sumó a la exigencia franquista de que el cardenal Vidal y Barraquer, acusado de simpatías catalanistas y refugiado en Italia durante la guerra civil, renunciara a la sede arzobispal de Tarragona, algo que Pío XII. se opuso, dando lugar a una tensión que sólo se resolvería con la muerte del cardenal en 1943. Dos años antes se había llegado a un complejo acuerdo sobre el nombramiento de obispos, en el que el común antiliberalismo de la Iglesia y el Estado se tradujo en que se revalidara el principio del Concordato de 1851 por el que la religión católica sería la única de la nación española, con exclusión de todo otro culto. La influencia del catolicismo no iba pues siempre en la dirección de frenar las tendencias totalitarias del régimen.
Juan Avilés
UNED
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