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"Siempre faltan las palabras donde sobran sentimientos" escribió Gracián, y a ello me refiero en ocasión propicia para agradecer, de manera especial a la Academia Nacional de la Historia, dignamente representada por su Director, la Junta General, Junta Directiva, funcionarios académicos y demás miembros de esta corporación, la benevolencia que han tenido permitiendo que este servidor de la historia, de ahora en adelante haga causa común con sus trabajos, en el empeño que ha dedicado buena parte de la vida. Vaya mi agradecimiento a tantos amigos que tengo dentro de su seno, cuya amistad se remonta a más de 50 años, que sabrán comprenderme y ayudarme en la nueva singladura que ahora emprendo.
I
El ilustrísimo y reverendísimo maestro fray Antonio González de Acuña, miembro del Consejo de Su Majestad y décimo cuarto obispo de la diócesis que entonces conformaba la provincia eclesiástica de Venezuela, nació en Lima, la ciudad más poblada del imperio español americano y capital del extenso virreinato del Perú, en la época en que su gobierno emprendía grandes obras de administración bajo el mando del virrey Francisco de Borja y Aragón, príncipe de Esquilache, amante de la cultura y poeta de alta inspiración. Para el momento natal corría el año de 1620, y entre aquella sociedad colonial de jaujas y potosíes que era dominada por el lujo, la ostentación y las disputas sociales, fresca aún permanecía la pérdida irreparable por sensible, de Isabel Flores de Oliva, o mejor, Santa Rosa de Lima, religiosa dominica peruana de una piedad y belleza interior extraordinarias, que pronto se elevaría a los altares para llegar a ser la patrona de América, Filipinas y las Indias Occidentales.
En esa ciudad populosa, cuna a la vez de la primera imprenta establecida en América, como de la primera universidad, centre por demás importante y cabeza hispana del desarrollo político y social de las tierras incaicas, que sumaba cientos de miles de leguas, se hallaba establecido el honorable hogar del capitán de milicias don Francisco González y de doña Catalina de Acuña, progenitores de nuestro biografiado, gente valiosa de la comunidad, de buena probanza económica y de un linaje puro y bien establecido. Así, teniendo como norte estos principios básicos de aquella sociedad colonial, el joven González de...