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Mario Vargas Llosa. El lenguaje de la pasión. Lima: Peisa, 2001.
Una de las claves para comprender al Vargas Llosa pensador consiste en examinar su conducta como escritor e intelectual a la luz del influjo de Jean Paul Sartre. En efecto, si Le mur descubrió ante el joven narrador la literatura moderna, no menos cierto es que la filosofía de Sartre, y aun más, su persona y actitud, parecen seguir gravitando, en cierta medida, sobre él. Ciertamente, no me refiero a las razones de Sartre, muy alejadas del actual neoliberalismo del gran novelista peruano, sino a su racionalización. Podría argüirse, no obstante, que la idea sartreana de la privación ontológica como motor primero de la acción humana, expuesta en L'être et le néant, nutre la hipótesis vargasllosiana de la disconformidad esencial con la realidad como elemento desencadenante del proceso fabulador. En todo caso, lo que deseo subrayar es cuán precisamente encaja Mario Vargas Llosa en la institución del mandarín intelectual, «un hombre al que una vasta audiencia confiere el poder de legislar sobre asuntos que van desde las grandes cuestiones morales, culturales y políticas hasta las más triviales.» (cf. «El mandarín», en Contra viento y marea I).
En la actualidad, no son muchos los escritores capacitados -o interesados- en asumir esta tarea que, sin embargo, parece fascinar al escritor peruano, aun cuando éste se percata de su flagrante anacronismo (véase «La muerte del gran escritor», en el libro que comentamos). Pero hay que reconocerlo: Vargas Llosa cumple esa empresa con total desenvoltura, elocuencia y una disponibilidad que lo lleva a pronunciarse sobre los más disímiles temas: la revolución cubana, el nudismo, Arguedas, los procesos de Moscú, la huachafería, la cultura de la libertad, el fútbol, el conflicto palestino-israelí, los niños asesinos de Walton, el ayuno, Martin Heidegger, el parque Salazar, Bob Marley, la masacre de Uchuraccay, el gay power, Gustave Flaubert, Fujimori, la novela rosa, la cárcel de Lurigancho, el rey Juan Carlos de España y el carnaval de Río de Janeiro, por mencionar algunos.
El lenguaje de la pasión -recopilación de cuarenta y siete artículos escritos entre 1983 y el 2000- no escapa a este designio heteróclite (aun cuando yo lamento la ausencia del magnífico «Anónimo veneciano», modelo de ataque oblicuo e inolvidable recuerdo...