Recibido: 05/05/2017 Aceptado: 21/03/2018
DOI : http://dx.doi.org/10.5944/etfv.30.2018.18965
Resumen
Es de sobra conocido que la dictadura portuguesa resistió tenazmente a la descolonización hasta el fin de sus días, allá por abril de 1974. Desde 1961 lo hizo además empuñando el fusil; y entonces la simbiosis entre el Régimen y su guerra colonial adquirió tal envergadura que una cosa difícilmente lograría sobrevivir sin la otra. Sin mejor solución que continuar, el futuro de ambos estaba sentenciado, a plazo. Ya se sabe, más difícil que iniciar un conflicto es siempre salir de él. Por supuesto, eso no quiere decir que la decisión de embarcarse en uno y mantenerlo sea cosa sencilla. Sobre las razones del Gobierno portugués han corrido ríos de tinta. Son múltiples. Pero ¿qué hay de los razonamientos que, cuan dogmas de fe, entendían comprometida la mismísima patria y su destino si las colonias se perdían?. A ese tipo de justificaciones dedicaremos este texto, pues, la posibilidad del ?No Imperio? para muchos amenazaba de modo fatal la independencia nacional por varias vías. ¿Cuánto pesó esa cosmovisión en la decisión de resistir y cuánto contribuyó para dificultar la corrección política que sacase al país de la contienda? No sabremos cuantificar lo imponderable, aunque bien merece una reflexión.
Palabras clave
Imperio Portugués; Estado Novo; Guerra Colonial, Descolonización; Comunismo; Independencia Nacional; Iberismo; Integración Europea.
Abstract
It is well known that the Portuguese dictatorship resisted decolonization until the end of its days, in April 1974. Since 1961 it did so with arms. The symbiosis between the perpetuation of the regime and the colonial war was such that one could hardly have survived without the other. Still, without a better solution, the future of both was sentenced. More difficult than starting a conflict is always to get out of it, which does not mean that the decision to embark on one and to keep it is simple. The reasons supporting the Portuguese government's decision have been overly studied and are multiple. But what about the arguments that, as dogmas of faith, compromised the historical continuity of the homeland and its unity of destiny without the colonies? This text will focus on those arguments, since for many people the possibility of the ?No Empire? hypothesis seriously threatened national identity and the country's independence. To what extent did this vision of reality influenced the decision to resist and to hamper the political correction that would end the war? We don't know how to quantify the imponderable, but it deserves a reflection.
Keyword
Portuguese Empire; Estado Novo; Colonial War; Decolonization; Communism; National independence; Iberism; European Integration.
TODO AQUEL que es responsable de una decisión o se cree afectado por ella debe, necesariamente, prever sus consecuencias. Está obligado a intentar discernir entre las que se podrán evitar, las que serán irrelevantes, las que simplemente habrá que asumir e intentar paliar y aquellas otras que serían fatales o podrían llegar a serlo de concretarse. Y las consecuencias imaginadas del ?No Imperio? fueron algunas más que aquellas que podríamos calificar como razones tangibles, es decir, más que las materiales, humanitarias o las relativas al puro juego político.
A nadie le puede coger por sorpresa, de cualquier manera, que a las puertas de una guerra en África y enfrascados después en ella, a algunos portugueses -con responsabilidades políticas o sin ellas- les asaltasen las dudas. Se interrogaban sobre si convenía aguantar o era mejor descolonizar como los demás; si existirían otros caminos, viables, diferentes de la resistencia incuestionable impuesta por el núcleo duro del Gobierno y de la cesión pura y simple reclamada a tiros por los movimientos de liberación. Y a medida que los años fueron pasando, las vacilaciones no iban a menos. Más personas se cuestionaban si, visto lo visto, la ?resistencia estratégica? llevaría a alguna parte; o peor, si la causa propia era, a fin de cuentas, la justa. Algunas pueden parecer vacilaciones tácticas, pero, en el fondo, el alcance de todas era estratégico. Y es precisamente a ese nivel donde se sitúan las ?consecuencias? que a nosotros nos interesan, aquellas que decían respecto a la situación en que quedaría la autonomía económica y política del ?rectángulo ibérico? sin sus ?provincias ultramarinas?2. Un asunto capital, porque decía respecto al ?ser? del sujeto colectivo -la Nación portuguesa. Y, claro, este tipo de asuntos, que siempre se prestan a lecturas maniqueas, no se abordarían en Portugal de manera distinta: la alternativa al ?seguir siendo? lo que se decía que siempre se había sido, era, simple y llanamente, ?no ser?.
Vaya por delante, eso sí, que este choque provocado por la incertidumbre existencialista que pasó a rodear el futuro de las colonias y de la metrópoli, no era algo enteramente original. Apenas aquella circunstancia provocó la emergencia una vez más de la dicotomía patria/antipatria, enredada, por cierto, en las mayas de lo ideológico, como siempre.
Pero antes de entrar en harina, o, en esa harina que a nosotros nos interesa más, tenemos que dedicar algunas líneas a aquellas otras ?razones? en las que no queremos abundar, pero que son importantes para situar el asunto y colocar también al lector en condiciones de conocer los términos de la ?parte mayor? sobre la que había que discernir y optar. Pues, tal vez, la parte ?menor? de la ecuación colonial fuese precisamente la conformada por los argumentos profilácticos contra los riesgos del No Imperio que queremos abordar en seguida. Avisados quedan.
LAS RAZONES ?TANGIBLES?
Cualquier hijo de vecino que arriesgue una lista de causas para explicar la resistencia a la descolonización portuguesa tendrá, seguramente, el tino de acertar varias, por lo menos las que son comunes a otros imperios. A grandes trazos, son las mismas que animaron de fondo la colonización, mejor o peor conseguidas, según los casos. Claro que los demonios se esconden en la letra menuda, y por eso los comportamientos de los países a la hora de ?descolonizar? fueron bien distintos.
Nosotros empezaremos en 1945 porque es cuando la convención sitúa el arranque del fenómeno descolonizador. Obviemos los antecedentes. El ánimo anticolonialista empieza ahí a ganar adeptos entre la comunidad internacional, animado por el reflujo del poder de la Europa devastada y el ascenso de las superpotencias, abiertamente hostiles a la colonización. La Carta de las Naciones Unidas avisaba de lo que se avecinaba al condenar implícitamente el colonialismo. El Reino Unido optó rápido por ceder a las reclamaciones del nacionalismo emergente en sus colonias asiáticas; y no hizo falta mucho tiempo para demostrar que el recurso a la fuerza de otros -de Holanda y Francia, por ejemplo- como respuesta era poco realista. Sin embargo, la mayor amenaza a la soberanía portuguesa en las colonias se restringía en aquel tiempo a lo que se escenificaba en la arena exterior, donde Lisboa era poco más era que una espectadora preocupada. A pesar del surgimiento temprano de núcleos nacionalistas, entre las comunidades expatriadas de Goa en Bombay, por ejemplo, el peligro real lo encarnaban las ambiciones anexionistas de los estados vecinos sobre aquellos retales en Oriente, y eso era gestionable con arreglo a las normas de convivencia internacional. Para encontrar los embriones políticos de los futuros movimientos de liberación de las posesiones africanas hay que esperar a la segunda mitad de la década de los cincuenta. No significa esto que en esta primera fase no hubiese preocupación por los ?vientos de la historia?, pero a aquellas alturas todavía era más sencillo políticamente ?permanecer? que dejarse arrastrar por ellos.
El momento álgido para Portugal llegó en 1960/61, cuando la presión de la comunidad internacional alcanzó la condenación y los movimientos de liberación recurrieron a la lucha armada al concluir que era la única vía posible para la descolonización, vista la terquedad inmovilista del Gobierno de Lisboa.
Ahora bien, las razones de la actitud portuguesa fueron cambiando con el paso del tiempo y se podría decir que en vez de reducirse, las justificaciones de la resistencia se robustecieron; por lo menos fruto de dos circunstancias específicas: el compromiso político e ideológico del Régimen con la permanencia y el relativo retraso con el que las reivindicaciones nacionalista adquirieron expresión peligrosa. Nos atrevemos a decir que por este orden. En 1945 o en 1960, en las colonias portuguesas no se veían reunidas las condiciones que permitiesen substituir la dominación directa por una relación de tipo neocolonial; aunque lo cierto es que tampoco se buscó tal cosa.
Empezando por el principio, hay que decir que una de las verdades simbólicas del Régimen era la vocación colonizadora de la nación portuguesa y consecuentemente el Portugal imperio. No era algo que se hubiese inventado el salazarismo, obviamente, pero sí que lo proyectó a niveles desconocidos. Es lo que la historiografía llama la ?mística imperial?. Quienes se personaron reclamando el poder para sí contra la República lo hicieron, de hecho, esgrimiendo desde el primer momento el compromiso de poner en el debido valor las colonias, que se presentaban como siendo mucho más que un mero objeto a administrar bien; eran parte esencial de la vida patria. Para que tal ?verdad? calase en el imaginario popular no se escatimaron medios3. Y, naturalmente, el éxito discursivo en ese campo no podría dejar de crear, a quien lo encarnara, obligaciones políticas difíciles de esquivar en caso de necesidad -convicciones personales aparte.
Así se comprende que cuando las costuras del imperio y de ese discurso que lo servía fueron sometidas a tensión en la posguerra, el Gobierno portugués se mantuviese ?quieto?. Continuaba operando el miedo al expolio de su ?patrimonio? colonial -tan viejo como el imperio mismo- ahora proveniente de las supuestas apetencias de las dos superpotencias. El tiempo desmentiría que se tratase propiamente de eso. Los ejercicios de resistencia colonialistas aún se sucedían y eran ejemplo; y dentro de las posesiones propias no había razones todavía para la alarma. La única salvedad estaba -ya lo dijimos- en los enclaves asiáticos. Sobre esa base Lisboa movió sus fichas a principios de los años cincuenta. A falta de mejor y mayor fuerza, se empeñó en la vigilancia y la represión de las manifestaciones políticas en las colonias, igual que lo hacía en la metrópoli; y recurrió al ardid jurídico de convertir las colonias en ?provincias? para prevenir la autodeterminación exigida internacionalmente. Oficialmente, el Portugal imperio dio paso, de repente, a la nación ?multirracial? y ?pluricontinental?. El resto pasaba por encomendarse al principio de no injerencia. De poco serviría cuando el desafío a su autoridad emergiese del interior de cada colonia. Pero, efectivamente, eso fue algo más tarde.
El Gobierno no dio cabida a ninguna expresión política distinta a la propia y menos a las que pusiesen en solfa el orden colonial. Era consciente de que incluso la población de origen europeo acariciaba aspiraciones incompatibles con ?los intereses de la metrópoli? -entiéndase, los que el poder consideraba como tales-, y darles a ellos o a otros cauce institucional no haría más que atizar el choque inevitable. Coherentemente no articuló cualquier medida preparatoria para una futura emancipación.
Era mucho lo que estaba en juego. Clarence Smith nos dice que desde la instauración del nuevo sistema cambiario y el refuerzo de las políticas proteccionistas del Régimen en los años treinta, las colonias aumentaron su peso en la economía metropolitana. Eran fuente de divisas; el comercio con ellas generaba el excedente necesario para cubrir el desfase de la balanza de pagos de la metrópoli con el exterior; y, por supuesto, eran un mercado reservado para productores y prestadores de servicios metropolitanos poco competitivos y refugio providencial en tiempos de crisis. De hecho, el florecimiento de las economías coloniales, especialmente las de Angola y Mozambique durante los años cincuenta atrajo más colonos y elevó los valores de las exportaciones metropolitanas hacia el imperio hasta representar el 26% del total, de media durante la década4. No eran, por supuesto, las cifras que manejaba el Reino Unido con la Commonwealth, pero el tejido productivo luso tampoco era comparable5. Por eso mismo, dadas las condiciones alambicadas por la normativa protectora, cabía temer que en caso de ruptura, esa relación sufriese un golpe rudo. Sin olvidar, claro, que algunos de los sectores que serían afectados tenían una ascendencia política no necesariamente proporcional a su peso relativo en la economía nacional.
Efectivamente, la población colona creció también a lo largo de esos lustros, aumentando las expectativas de venta, prestación de servicios y producción en un mercado interno en expansión. En Mozambique, por ejemplo, la población de origen europeo que el 1940 era de unos veintisiete mil individuos, una década después rondaba los cincuenta mil y a las puertas de 1960 eran ya noventa y siete mil; mientras que en Angola las cifras en las mismas fechas eran cuarenta y cinco mil, setenta y nueve mil y cerca de ciento setenta y tres mil6.
En estos años es también cuando la penetración del capital portugués en el imperio sube. El ambiente nacionalista y su traducción normativa ya habían favorecido el trasvase de propiedades en manos de extranjeros a las portuguesas7; y a finales de los cincuenta todos los grandes conglomerados lusos estaban presentes en las colonias. Las expectativas de negocio eran buenas. Y eso coincidió a finales de los cincuenta con el inicio de un proceso de corrección económica que pretendía transformar el tejido productivo metropolitano y para prepararlo para una competencia más directa en los mercados mundiales y en Europa; con lo cual a las economías coloniales les pasaba a caber un papel importante en el marco de un mercado imperial nidos -hasta 1961/638 siempre pospuesto-, receptor de la deslocalización productiva de algunos sectores y destino secundario de la ?nueva? producción nacional9.
El imperio era, por tanto, una realidad y un negocio floreciente para algunos residentes y para los metropolitanos que tenían allí intereses. Pero por supuesto, también un universo de abusos con muchos problemas estructurales. De modo que una mala gestión del problema podría dar al traste con todo. Para quienes decidían estaba fuera de lugar colocarse ante horizontes catastróficos, al menos por el momento. Claro que, ese comportamiento de ?omisión? se pagaría caro tan pronto como la rebelión previsible prendió en Angola (marzo de 1961) y los medios militares para sofocarla faltaban. La estrategia de evitar la preparación político-institucional de las sociedades coloniales para una emancipación futurible se revelaría una opción equivocada bastante después, con toda crudeza10.
Sobrevenido el problema, la respuesta atribulada del Gobierno también se pautó por una razón de supervivencia política personal, en el caso de Salazar y los que lo secundaron; y parta evitar que un debate público descontrolado de aquel asunto capital se llevase por delante el Régimen. A partir de ahí, como en una partida de póker, a las autoridades lusas les restaba pocas alternativas a seguir subiendo la apuesta en gasto, inversiones y emigrantes, a la espera de que los contrincantes sucumbiesen al órdago. Dar la vuelta a las cartas era lo mismo que tirarlas y cargar con las consecuencias: con las pérdidas de las ventajas comerciales, de los beneficios financieros; arriesgando inversiones públicas y privadas; poniendo ante un futuro muy incierto a la población blanca y europeizada, que podría huir en masa hacia Portugal; y, por supuesto, con los efectos políticos de todo eso. Fue una huida hacia adelante y cada día que pasaba el desenlace fatal fue haciendo más inevitable. Pero también había otras razones.
LAS OTRAS SOMBRAS DEL NO IMPERIO
En Portugal el impacto del anticolonialismo puso en discusión el ?concepto estratégico nacional?11. Es decir, una idea de país, o, mejor aún, un conjunto de ideas consubstanciadas, que incluía, entre otras cosas: una expresión territorial -la que fuese-, que en el momento histórico en que nos queremos situar implicaba a las colonias; una comunidad imaginada, problemática, si se consideraban como parte de ella a los agregados étnicos del ultramar; y un lugar en el mundo o el papel querido para Portugal en él.
En eso último radicaba otro aspecto espinoso de ese dilema de resistir o descolonizar, porque ese lugar en el mundo nunca sería el mismo si Portugal mantenía su extensión colonial que si la perdía. Claro que eso tampoco sería indiferente para cualquier poder que alguna vez haya sido ?imperial? -baste recordar, sin ir más lejos, la catarsis española de 1898-, pero tal vez para el caso luso aún lo fuese menos. No podría ser indiferente por la intrusión en la idiosincrasia nacional de la doctrina colonial, para lo que tanto contribuyó el salazarismo; pero también porque la singularidad de la metrópoli en la Península -un desvelo viejo, poliédrico y constante en el país vecino- se había querido asegurar, indirectamente, a través de esa extensión ultramarina, que ayudaba -o mejor, que en algún tiempo ayudó- a granjear la amistad por el interés de Gran Bretaña y también su protección frente el centripetismo español. En una formulación tan extrema como llana, era aquello de: Portugal ?ou império ou provincia?, que dijo -entre otros tantos- Agostinho de Campos en 1936, discursando precisamente sobre las raíces de la Expansăo12.
Y, salvando las distancias, es una idea parecida a aquella que desde el rigor científico esgrimió Valentim Alexandre para explicar el mismo fenómeno, junto a aquellos dos mitos suyos: el de ?El Dorado?, que era la formulación portuguesa de las ambiciones materiales de toda colonización; y el de la ?herencia sagrada?, que quería ser su revestimiento moral. El peligro español -como lo llamó Hipólito de la Torre13- había sido, a su manera, también un acicate para la colonización portuguesa. Y tal vez por eso, y no sólo por acompañar los grandes fenómenos de aquel tiempo, la construcción del imperio africanos fue contigua a la pugna habida entre las ideas iberitas -que alguna aceptación tuvieron a ambos lados de la frontera durante la segunda mitad del siglo XIX- y la reacción nacionalista que se alzó contra ellas en Portugal, de la que es buena muestra la fundación en 1861/69 de la Associagăo Nacional i° de Dezembro de 1640 (Sociedade Histórica da Independencia de Portugal desde 1927), cuyo nombre rememoraba, justamente, la rebelión que dio lugar a la separación portuguesa de la Monarquía hispánica.
Esa preocupación, que no era nueva -insistimos-, estaba por eso mismo profundamente entrañada en la cultura política lusa. Y tenían además sus razones históricas de ser, porque los ánimos iberizantes del mayor de los hermanos peninsulares no había que ir a buscarlos muy atrás. Otra vez Hipólito de la Torre da buena cuenta de ello, por ejemplo, en su trabajo El imperio del Rey, donde aborda las ensoñaciones lusitanas de Alfonso XIII14. Tampoco se puede pasar por alto que en el extremo opuesto del espectro político español, una parte de la izquierda comulgaba con el proyecto de una república federal ibérica, socialista, por ejemplo15. Y más reciente aún, en determinada literatura política de la posguerra civil, también se acariciaron ideas ?absorcionistas?16; de las que hasta se podría tomar como un corolario el plan franquista de 1940 (sólo conocido recientemente) para la ocupación militar del país vecino en caso de que España entrase en la Segunda Guerra Mundial al lado del Eje. Eso sí, esto último tenemos que encararlo con las precauciones debidas, por las circunstancias que lo rodearon y porque desconocemos el verdadero alcance de sus intenciones en el plano político17. En cualquier caso, todo esto debería bastarnos para entender que a los ojos de algunos observadores, en Portugal, las ambiciones españolas pareciesen trascendentes al régimen político que imperase al otro lado de la ?raya?18.
Pero las amenazas a la ?independencia? portuguesa no terminaban en los Pirineos. Piénsese, por ejemplo, en las lecciones de las invasiones francesas de principios del siglo XIX (y la huida ?salvífica? de la Corte portuguesa a Brasil) o en la silueta de la Wehrmacht estacionada durante la Segunda Guerra Mundial al otro lado de esa cadena montañosa. Más aún, el peligro de una hipotética agresión física sobrevivió a 1945, encarnada un poco más tarde por la URSS. Y... ahí estaban para prevenirla el acuerdo de defensa pirenaica con España -irónica e inevitablemente, con España- y desde 1949 la cobertura del nuevo superpoder atlántico, los EEUU, a través de la estructura de la OTAN19.
Si los desafíos no se circunscribían a un solo vecino ni parecían entender de tiempos, tampoco se presentaron sólo revestidos de la fuerza. Para el Gobierno de Salazar adoptaban formas dispares y representaban riesgos también distintos. La dependencia financiera de prestamistas extranjeros era una de esas ?formas?, por ejemplo. Si bien que había acreedores más peligrosos que otros. La amenaza soviética tenía también una expresión interior, el Partido Comunista Portugués (PCP), que era visto como una ?quinta columna? al servicio de Moscú -hablamos siempre de la cosmovisión de quienes ostentaban el poder. Y el salazarismo, orgullosamente nacionalista, no pudo menos que sentir desconfianza también de las ideas de unión política del Movimiento europeo, primero, y recelo, después, de su secuela: la integración que alumbró la Comunidad Económica Europea (CEE) en 195720.
Como resultado, la opción geoestratégica predominante en Portugal había sido atlántica y continuaría siéndolo. Obviamente, con esto no estamos negando que hubiese impulsos ?continentalistas?, que existir, existieron. Pero fueron excepcionales. Tanto, que era aceptada como una lección de la experiencia histórica que la implicación del país en los problemas del Viejo Continente sólo traía peligros para los intereses nacionales. Y el comportamiento internacional del Estado Novo no se desviaría de esa interpretación, independientemente de los arreglos a los que fue capaz de llegar con los poderes europeos -excluido el Reino Unido, que era uno de los pilares tradicionales de esa ecuación atlantista- y sin que eso se tuviese que traducir después de 1945/49 en una suerte de fidelidad incondicional al poder norteamericano -como de hecho no se tradujo21. Pero también porque, en ese concepto estratégico nacional, atlántico, que languideció hasta 1974, a las colonias siempre les cupo un lugar central, cuando no fueron directamente el alma. Muestra de ellos es que, desde 1961, para preservar esa parte de la ecuación -el ?imperio?-, el Gobierno no dudó en buscar apoyos continentales cuando sus aliados tradicionales -la otra parte de la misma ecuación- le dieron la espalda, como que queriendo significar que para la ?independencia? nacional era más importante la dimensión ultramarina que los medios externos puestos al servicio de lo primero y lo segundo22. Pero este no es lugar para que divaguemos con consideraciones sobre la política de alianzas.
Lo que sí vamos a hacer es dedicar algunas líneas a relacionar aquellas amenazas y el papel de las colonias en ellas y contra ellas, aunque ese ya está implícito: ?aumentar? la autonomía del país en todos los planos. Vaya por delante, eso sí, que cuando se requiere de la ayuda de terceros para cualquier cosa, también se incurre en dependencias.
Sobre los desequilibrios financieros y la vulnerabilidad exterior que podían acarrear, había ejemplos abundantes, propios y ajenos, de que representaban un verdadero riesgo. Recuérdese sino el acuerdo anglo-alemán de 1898 por el que Londres y Berlín habían determinado que, en el caso de que Portugal se viese obligado a solicitarles un préstamo externo, la garantía que le exigirían sería el control de las aduanas de sus colonias africanas, lo que a la postre significaría la amputación de su soberanía. Pero, tal se concebía el vínculo umbilical entre la metrópoli y las colonias, que el riesgo también podía venir en sentido inverso, es decir, que los desequilibrios de las cuentas públicas coloniales afectasen a las metropolitanas y a la deuda externa, al punto de perjudicar gravemente la autonomía nacional y el control de los territorios, como pareció que podría haber sucedido en los primeros años veinte23. El orden en las cuentas públicas fue una de las máximas de Salazar, y hay pocas dudas que en ello veía la base de la manutención de la soberanía nacional, también sobre las colonias. De hecho, en el Acto Colonial de 1930 los gobiernos coloniales quedaron impedidos de contraer préstamos extranjeros. Claro que la parquedad en el gasto a punto estuvo de costar, paradójicamente, la indefensión militar de Angola en 1961. En fin, con la guerra prendida, el esfuerzo para amortiguar el golpe sobre el presupuesto fue grande, pero exitoso, y permitió a Salazar señalarlo como el ?nervio? de la resistencia. No dudamos que la pérdida irremisible de las colonias afectaría a las finanzas del Estado, pero con esto queremos antes recalcar el grado de sacrificio que se justificaba y se aceptaba en pro de la conservación colonial y en definitiva de la fórmula que sustentaba la independencia lusitana.
En cuanto al peligro de la desnacionalización comunista, después de terminada la Segunda Guerra Mundial, Salazar revalidó a las colonias el atestado de sustentáculos geoestratégico de la metrópoli24, también -aunque indirectamente- frente a una nueva guerra continental desencadenada esta vez por la URSS25. Más tarde, ya cuando la paridad atómica hizo florecer la subversión y los conflictos asimétricos, al Gobierno portugués le faltó tiempo para explicar la guerra que libraba en los territorios africanos resultaba de la intromisión soviética -y de otros agentes externos-, que según su lectura, respondía a un plan más vasto, que perseguía la destrucción de la ?unidad nacional? lusa, desestabilizar la Península Ibérica y debilitar Europa occidental, en ese orden secuencial. Tan claro como eso llegó a exponerlo el embajador portugués en París, Marcelo Mathias, en una conversación con De Gaulle en mayo de 196126. Claro que es difícil saber hasta qué punto esa ilación de causa-efectos respondía a un temor sincero por parte de quienes la hacían. Es decir, que la pérdida de las colonias significaría además la revolución en Portugal. Con todos los cuidados posibles, nosotros nos inclinamos por darle alguna credibilidad. De lo que no debemos dudar es de que la diplomacia portuguesa se sirvió de ello, del discurso anticomunista, para intentar captar la atención y el favor de según qué interlocutores, en los que sabía que anidaba alguna intranquilidad sobre el futuro político del país ibérico en el caso de que perdiese las colonias, aunque no compartiesen el raciocino del Gobierno portugués ni su política colonial27. No obstante, visto que esa versión de la realidad dice respecto, primero que nada, a la supervivencia del Régimen, y que forma parte central de la nueva vuelta de tuerca que se dio al discurso colonial para deslegitimizar la lucha de los movimientos de liberación, vamos a dejarla estar.
Respecto a las ideas paneuropeas, sirva de ejemplo la visión que Salazar formuló en varias ocasiones durante la posguerra mundial, en la que negaba que pudiese prosperar un proyecto político continental común, a la vez que desdeñaba la trascendencia del plan de cooperación económica norteamericano (Plan Marshall)28. Para el padre del régimen portugués, la recuperación del estatuto que las naciones europeas merecían en el mundo debía asentarse sobre la cooperación interestatal al modo clásico y en la perpetuación de su control sobre el continente africano. Según sus propias palabras: ?Por feliz coincidencia ou providencial disposigăo, os destinos de toda a África săo solidarios com os de Europa do ocidente. (...) A África é base [material] suficiente para a política que se deseje fazer?29. Esa era para él la forma de conjurar la amenaza soviética y de evitar también la tutela estadounidense. Era una visión que bebía del pasado conocido, pero también de la experiencia nacional, pues, bien se podría decir que lo que proponía era extender la receta de la autonomía lusa a nivel continental: colonias y alianza externa.
Las cosas correrían en los años sucesivos por otros derroteros, para pesar del Presidente del Consejo. Pero aun así, las reservas a la Europa de los ?Seis? (CEE) por el trasfondo político de su proyecto perduraron. Primero porque Lisboa no vio razones suficientes para renunciar a su visión geoestratégica; y cuando objetivamente las hubo, porque optó por defenderla aun desvirtuada -nos referimos a su atlantismo. De hecho, el salazarismo sí que se fue mostrando más abierto a la cooperación económica y a la apertura ordenada de las economías nacionales30. Por eso el 4 de febrero de 1960 Portugal firmó la Convención de Estocolmo para formar parte de la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA en sus siglas en inglés), que carecía de aquellas otras ?componendas?31. Pero también porque esa opción le salvaba de tener que elegir económicamente entre Europa o las ?provincias? africanas (la pertenencia a la CEE obligaría a adoptar una barrera arancelaria externa común y eso dejaría fuera el comercio con las colonias). Y así, el Gobierno pudo avanzar paralelamente con su proyecto de mercado imperial unido en el otoño de 1961. Otra vez, por inercia histórica, por convicción o por ambas cosas, pero seguro que no por razones estrictamente económicas, el imperio volvía a dejar sentir su ascendente en las decisiones estratégicas, también y tan tarde, debido a la sempiterna idea de que era el garante de una mayor independencia, económica, y consecuentemente política. Daniel Barbosa lo pondría de manifiesto con estas palabra en 1966:
?Nós próprios fomos buscar em boa hora, na criaçao do espaço portugués, a nossa verdadeira e lógica dimensao económica, nao só para melhor podermos progredir, mas para melhor podermos enfrentar o mundo de hoje; e fizemo-lo igualmente por sentir que, daí, só poderia resultar para o futuro o fortalecimento duma unidade política que está na esséncia de Portugal como Naçao.?32
No obstante, lo mismo el proyecto de la Europa llamada de los Siete que el Espaço Económico Portugués (EEP) no tardaron en hacer aguas, devolviendo a principios de los años setenta la discusión al punto de partida33. Eso sí, como nos dice Fernanda Rollo, las negociaciones con la CEE tanto cuando fueron solicitadas en 1962 como cuando se tuvieron entre 1969 y 1972, fueron encaradas como compatibles con las colonias, porque no se concebía la adhesión, sino la asociación -que finalmente se logró34.
Para terminar un poco donde empezamos, tenemos que hacer algunas consideraciones sobre la relación con España, una fuente de temor tan antiguo como en cierto modo atávico, y que por eso tampoco desapareció. Pervivió a pesar de que, como también sostiene Hipólito de la Torre, y creemos que con bastante fundamento, el franquismo y el salazarismo fueron galvanizando la dualidad peninsular desde el Tratado de Amistad y No Agresión o Pacto Ibérico de 1939/1942, y a pesar de las contingencias derivadas de la Segunda Guerra Mundial ya referidas. Para que así fuese, Lisboa había hecho mucho. Al salazarismo le convenía, comprensiblemente, tener al otro lado de la frontera un régimen afín y que se mantuviese, y por eso ayudó a los sublevados durante la Guerra Civil; no retiró su delegación de la capital española en los años del aislamiento internacional; y hasta se batió para que la España franquista pudiese formar parte de la OTAN -sin éxito, es cierto. Y, como nos dice María José Tíscar, el general Franco hizo después por honrar aquellos ?favores?, precisamente cuando el problema colonial arrinconó al gobierno de Salazar; aún y cuando las políticas de ambos países en esa materia divergían desde 1960 y a pesar del desagrado con el que los medios diplomáticos españoles veían los malabarismos que tenían que hacer para compatibilizar los objetivos patrios con las susceptibilidades lusitanas35. Claro que, esos miramientos de El Pardo seguramente algo tendrían que ver con la posibilidad de que el derrape del problema africano portugués se llevara por delante a la dictadura vecina, y que eso afectase a la propia, porque, como dice Juan Carlos Jiménez Redondo, la complicidad de ambas a esas alturas ya acusaba un enfriamiento visible desde que España fue logrando salir del ostracismo internacional y trazaba su propia ruta exterior36.
Naturalmente, al contrario que la ?desnacionalización? comunista, que se ventilaba diariamente, e incluso del debate en torno a la inserción económico -e indirectamente, política- de Portugal sacada a la palestra al más alto nivel en varios momentos; la demostración de la desconfianza hacia España no podía ser demasiado visible, por mucho que el asunto surgiese casi de forma intuitiva nada más mentarse la hipótesis del No Imperio. A veces incluso propiciadas esas reacciones por propuestas del lado español para la articulación de un mercado peninsular37.
Argumentar en defensa de las ?provincias ultramarinas? entregándose a los miedos del solar ibérico, además de fragilizar los bríos nacionales, no sería una forma compatible con el fondo moralista y desinteresado que se quería transmitir. Desde luego, porque desairar a un país que colaboraba tampoco merecía la pena, a pesar de que sin duda no lo hiciese en la medida que les hubiese gustado a algunos responsables lusos. Sobre todo cuando los amigos dispuestos a salir en la foto en la ONU junto a los responsables portugueses no abundaban por causa de su resistencia colonialista. De ahí que, protocolariamente, la ?amistad peninsular? continuase figurando en el discurso oficial como una de las líneas maestras de la política exterior portuguesa.
En definitiva, llegada la década de los sesenta e incluso en los setenta, el problema del futuro de las colonias se revestía de mayor gravedad si cabe. También porque, a todos esos temores sobre el futuro del ?rectángulo ibérico? solo -que tenían una carga ideológica importante-, había que sumar que los países del entorno natural de Portugal era democracias (con la salvedad de España); caminaban hacia la integración -a pesar de las dudas y los contratiempos, que con justicia algunos observadores creyeron irresolubles, pero que el tiempo desmentiría-, en la que el régimen portugués no podría participar en plenitud, porque no era democrático38; y habían descolonizado o estaba en vías de hacerlo39, lo que, hasta cierto punto, empujaba el asunto al terreno del cálculo político, en el sentido de que representaba una presión adicional sobre el Régimen y su utilidad para la sociedad que decía servir, sobre todo en el caso extremo de que hubiese que buscar una alternativa geopolítica integral. Dicho de otra manera, la (re)acomodación portuguesa, sin colonias o con ellas -porque, efectivamente, el Gobierno se vio obligado a recalibrar su mapa de alianzas externas a la luz de la política colonial trazada, y buscó ese apoyo en la República Federal de Alemania, Francia, Sudáfrica y España-, entrañaba grandes desafíos, indudablemente perceptibles para los responsables políticos y para los opositores también40.
No es difícil encontrar opiniones de los voceros del Régimen alertando de todos aquellos riesgos para Portugal si perdía las ?provincias ultramarinas?. Menos usual es que las formulasen altos responsables políticos, lo que no quiere decir que no las hubiese. Sin ir más lejos, el propio Oliveira Salazar dijo en 1961 que no veía posible que cualquier ?parcela nacional? pudiese tener una vida internacional verdaderamente independiente por separado, y en esa afirmación incluyó salomónicamente a la metrópoli. Refiriéndose refiriéndose expresamente al peligro en el plano económico, Daniel Barbosa dijo:
* (...) julgo que todos devemos ter plena consciencia desta gritante verdade: a sobrevivencia de Portugal como Naçao pode estar na dependencia de conseguirmos manter, ou nao, a nossa soberanía sobre a África portuguesa. E esta verdade nao toca unicamente å Metrópole dado que a fragmentaçao do todo geopolítico portugués implica, para cada uma das suas partes e em futuro mais ou menos próximo, sujeiçöes a outras forças políticas, a outros pesos demográficos, a outros vínculos económicos que as poderiam comprometer como Naęóes. Acerca disto, repito, nao distingo a Metrópole do Ultramar.?41
Claro que donde unos querían ver peligros, tampoco faltaron quienes quisieron ver oportunidades. Como lo que se discutía al calor de la guerra en Angola eran proyectos de país, los opositores que lograron exponer con alguna extensión sus alternativas a la política colonial oficial, no huyeron tampoco de la cuestión europea ni tampoco de la reflexión sobre el tipo de relación que debería construirse con España. Sobre la naturaleza del sistema político futuro, está implícito que lo hacían consonante a sus pertenencias partidarias.
Francisco da Cunha Leal, por ejemplo, reconocía la utilidad de que Portugal accediese al Mercado Común Europeo y a la comunidad de las democracias occidentales, pero sin renunciar del todo a la relación especial con los territorios que habían formado parte del imperio (fuera cual fuese su destino político final); porque, tan nacionalista o más que Salazar, descreía como el presidente do Conselho de la unión política continental42. Bastante más osado fue Manuel Homem de Mello -un joven oriundo del Régimen-, quien en Portugal, o Ultramar e o Futuro proclamó sin ambages el destino europeo del Portugal democrático que defendía, descolonizador, y en cuyo seno -en el de la Europa unida- se garantizaría además la dualidad ibérica junto a una España también futuriblemente democrática43. Eso sí, tanto uno como el otro -y en esto coincidían con los sectores más devotamente nacionalistas del Régimen- rechazaban, de forma más o menos incisiva, que hubiese posibilidad real de conformar un mercado ibérico y más que fuese oportuno.
Naturalmente, por encima de las opiniones singulares, las varias familias políticas de la oposición metropolitana tenían, mejor o peor, sus propias concepciones geopolíticas para Portugal, y qué duda puede caber, que las de algunas organizaciones estaban bastante más ?hechas? que las de otras, debido a los vínculos diferentes de todas con sus correligionarios extranjeros. De todas maneras, como dice Luis Reis Torgal, si, con la excepción de los comunistas y sus escisiones por la izquierda, la oposición no afirmó de forma clara hasta bastante tarde su compromiso con el derecho a la independencia de las colonias fue porque de alguna manera participaban del mismo imaginario nacional que el Régimen44. En cualquier caso, cuando todos llegaron a ese punto de aceptación, ningún sector de ese amplio espectro político encaró la emancipación de las colonias como el fin simple y llano de la relación, sino como el comienzo de una de otro tipo, que, bien alumbrada, podría seguir sumando a favor de Portugal. Por supuesto, ni todas esas familias políticas llegaron a esa conclusión al mismo tiempo ni coincidían en el camino ni en el destino.
En cualquier caso, con la llegada de Marcello Caetano al poder, en septiembre de 1968, las advertencias sobre el peligro del No Imperio recibieron nuevo aliento de algunas personalidades del núcleo duro del Estado Novo. Y tal vez quien mejor condensó esas opiniones fue Alberto Franco Nogueira, un nacionalista confeso y alguien que miraba al problema colonial desde un prisma marcadamente ?profesional?. El diplomático ya había trasparentado su previsión dramática al respecto siendo ministro y tuvo oportunidad de repetirla una vez más en sesión parlamentaria de 7 de abril de 1970, ya en calidad de diputado de la Assembleia Nacional. Esta vez, a raíz del desbloqueo de las negociaciones entre la CEE y aquellos miembros del EFTA que las habían solicitado ya a principios de la década pasada, entre los que también figuraba Portugal. El orador había formado parte, por tanto, del gobierno que en mayo de 1962 hiciera la petición a los Seis. Sin embargo, precisaba ahora hasta dónde se debía ir y por qué -permítasenos que nos extendamos un poco en esta cita:
?Em primeiro lugar, temos apenas um só vizinho, e esse é e será sempre mais forte, mais rico, mais vasto que a parte europeia de Portugal. (...) Isto quer dizer que nos está vedada a faculdade de nos defendermos da eventual pressáo ou hostilidade de um vizinho procurando apoio noutro ou noutros. Se fôssemos fracos, estaríamos a merce de uma só força.
Em segundo lugar, nós nao somos um daqueles países europeus cuja independencia está automáticamente assegurada pelo jogo de interesses e pelas exigencias estratégicas dos grandes europeus. (...) para a Europa é irrelevante que a Península Ibérica seja politicamente unitária ou dividida.
Por fim, temos de estar conscientes de que, no nosso território europeu, nao temos os recursos, a área, a populaçao que nos permitam ser vítimas de uma guerra europeia e sobreviver-lhe, no caso de pertencermos a coligaçao vencida.
(...) teremos de concluir que a nossa força de resistencia apenas podemos ir buscá-la fora e além da Europa, e esta consideraçao conduz-nos hoje e no futuro, como sempre nos conduziu no passado, ao ultramar.
Neste, em conjunto com este, (...), pode o território portugues europeu ver garantida a sua segurança e assente o seu futuro, como é na unidade com a metrópole que o ultramar pode encontrar as maiores garantias do seu desenvolvimento e de se eximir ao domínio de imperialismos.
Perante esta realidade, erguem hoje alguns o pendao da Europa. Para esses a Europa vai unirse no plano económico e no plano político; (...) e nós, portugueses, se quisermos progredir, teremos de aderir a essa integraçao para beneficiarmos do desenvolvimento e da riqueza geral.
E alguns há, felizmente muito poucos, que vao mesmo mais longe: embora nao tenham a coragem de o afirmar expressamente, no íntimo do seu pensamento dao prioridade a opçao europeia sobre a opçao ultramarina; (...).
Apenas os Ingenuos, Sr. Presidente, ou aqueles que tenham objectivos políticos determinados podem pensar assim. Estamos singelamente em face de mitos: a integraçao económica da Europa é um mito, como é um mito a sua unidade política. Basta atentarmos nas circunstancias actuais para assim se concluir.
Mas, (...) parece que alguns tecnocratas portugueses sucumbem ao sortilégio e sao impressionáveis pelo fascínio do mito europeu.
Há que dizer tratar-se de uma atitude de simples snobismo político e intelectual. E há mesmo qualquer coisa de mais grave: dir-se-ia que esses nao sentem a Naçao Portuguesa na sua totalidade; (...) e que pensam ser lícito aplicar aos problemas nacionais uma mentalidade e um espírito de gestao empresarial, (...).
Nunca a Europa teve em conta os interesses puramente portugueses.
E esta, Sr. Presidente, continua a ser a situaçao actual. Porque continuamos a nao ter na Europa nenhum interesse vital a proteger, salvo quanto a Espanha; mas quanto a esse nao é a Europa que nos ajudaria a defende-lo, se por simples hipótese fosse ofendido; e por isso, enredarmo-nos nas complicaçöes e rivalidades e lutas europeias equivale a prestarmo-nos a servir de moeda de troca (...).
Näo digo que sejamos hostis å Europa, e que nao colaboremos com esta, ou que nao tentemos obter o que nos for útil: digo que o devemos fazer no quadro dos interesses portugueses antes de mais.
E esse quadro portugués qual é? A realidade básica da Naçao Portuguesa é constituida pelo indissolúvel conjunto de metrópole e ultramar. E este conjunto que a todos nos dá a força económica, o potencial estratégico, a dimensäo politica. Acaso alguém pensará que reduzidos å metrópole seriamos no Mundo o que actualmente somos? E acaso alguém pensará que, amputados e cingidos ao território europeu, seriamos ao menos mais prósperos? Só podem julgar assim os que, há pouco chegados e impressionáveis perante noçöes abstratas, e insensiveis a outros valores que näo sejam os da sua tecnocracia, e nada vendo para além de horizontes limitados, sao, por tudo isso, incapazes de distinguir o que é artificial e efémero do que é real e permanente, (...).?45
Con pocas dudas, sus descalificaciones, aparte de contra la tecnocracia local, iban dirigidas al propio presidente do Consejo, porque igual que otros ?integracionistas?, Nogueira entendía que su propuesta de autonomía participada para las colonias formaba parte, junto a este acercamiento a la CEE, de un programa político oculto y atentatorio contra la unidad nacional ?pluricontinental?.
No tiraremos de ese hilo porque nos llevaría demasiado lejos y debemos ir concluyendo. Decir tan solo que el rumor de esos riesgos no debió de ser pequeño, porque, en discurso de 27 de septiembre de 1970 -por tanto, algo posterior a la polémica intervención de Nogueira-, Marcello Caetano salió al paso, para intentar desmentir las razones, quijotescas algunas y poco presentables otras, que se achacaban a la resistencia de Portugal en África, y entre ellas, también que se debiese al propósito de preservar la independiente patria46. Aunque, como Nogueira, el sustituto de Salazar ya había tenido oportunidad de hablar sobre lo mismo antes, más concretamente el 6 de octubre de 1969, precisamente en el discurso de exoneración del cargo de ministro de Exteriores.47
Lo que sucedió y como se resolvió el futuro de las colonias y de la metrópoli lo sabemos de sobra. El 25 de abril de 1974 preparó la liquidación del Portugal imperio. La propuesta federalista encabezada por el general Spínola, que de forma más directa quiso efímeramente sucederlo, demostró su irrealidad en pocos meses. Pero la sempiterna cuestión de la viabilidad futura del país sin el ?Ultramar? sobrevivió. En septiembre de 1974, en plena transferencia de poderes a Guinea Bissau (10/09/1974), se publicó un pequeño dossier en el que se recogían las respuestas dadas por diez economistas a la siguiente cuestión: ?Ha quem diga que se perdermos as colónias estamos destinados a ser uma provincia espanhola. Acha que Portugal pode manter a sua independencia política, viver e desenvolver-se sem as colonias??. Entonces todas las respuestas coincidieron en el futuro separado del ?rectángulo ibérico?.48
A MODO DE CONCLUSIONES
Llegado a la posguerra mundial, el discurso colonialista del salazarismo chocó con una realidad nueva e incompatible. Sin embargo, el imperio luso no se vio afectado por el fenómeno descolonizador en su parte fundamental -la africana- hasta bien entrada la década de los cincuenta. Lo que ya era el imperio y el papel que cumplía en el imaginario nacional sirvió de base a la doctrina unitarista aprobada y puesta a prueba entonces en la periferia oriental. El ciclo económico reforzó el interés metropolitanos en las colonias y el Gobierno respondió a los indicios de contagio político con la represión; optó por evitar dar cauce a un fenómeno que era general.
En la década de los sesenta el problema se manifestó con toda crudeza. Las mismas razones agrandadas y la voluntad de salvar el orden que representaba el Régimen, impusieron la resistencia a ultranza a las dudas. Lo que se ponía en cuestión con el órdago de los movimientos de liberación era la idea de país y su concepto estratégico. El imperio, la Península, Europa... se vislumbraba una recomposición mayúscula, y de aceptarse la cesión, no habría marcha atrás. No podemos decir cuánto pesó el temor dramático a la pérdida de las colonias en la decisión final y entre todas las razones que se podía aducir y aducidas. Lo que sí sabemos es que como instrumento fue efectivo. La población respondió a la llama, una parte decisiva de las Fuerzas Armadas también y hasta la oposición política no comunista tuvo dificultades en asumir los riesgos políticos de reconocer el derecho a la independencia. Por lo menos en la práctica aparente, para los detentores del poder estaba justificada cualquier arbitrariedad para la preservación de las colonias como fundamento esencial de la independencia portuguesa. Claro que, esa bandera cubría muchas otras, ideológicas también.
El paso de los años no hizo desaparecer el devaneo, y es bien cierto que esa duda existencialista, irresoluble al cien por cien con la simple lógica, computó también entre las dificultades que Marcello Caetano enfrentó cuando intentó revigorizar el Estado Novo reformándolo, en sus postrimerías. La guerra era un nudo gordiano, también por eso.
El 25 de abril de 1974 marcó el punto de no retorno. Para la definitiva substitución del ?concepto estratégico? que se enterró con el Régimen, revolucionarios y contra-revolucionarios aún discutirían durante algún tiempo. El No Imperio era elegir ?libremente? entre sistemas políticos, un orden económico, un orden social, sobre la inserción de Portugal en el mundo, sobre las relaciones a construir con Europa, con España... y por supuesto también con los países que saldrían y salieron de la descolonización.
2.Sobre esto merece la pena leer la reflexión que Adriano Moreira hace en: ?Fronteiras: Do Imperio a Uniao Europeia?. En: Brito, José Maria Brandao de (Coord.): Revoluçao e Democracia (Vol. i). Do Marcelismo ao Fim do imperio. Lisboa, Noticias, 2004, págs. 269-289.
3.Sobre este respecto, pueden consultarse: Oliveira, Pedro Aires: Armindo Monteiro: uma biografia política (1896-1955). Venda Nova, Bertrand, 2000, págs. 111 y siguientes; y Cunha, Luís: A Naçao nas Malhas da sua Identidade. O Estado Novo e a construçao da Identidade Nacional. Porto, Afrontamento, 2001.
4. Clarence-Smith, Gervase: O Terceiro imperio Portugués (1825-1975). Lisboa, Teorema, 1990, págs. 210-211.
5. Sirva de ejemplo que las exportaciones del Reino Unido hacia la Commonwealth durante la década de los cincuenta representó, de media anual, el 39'2% del total de las mercancías vendidas al exterior. Allen, Grahame: UK - Commonwealth trade statistics. Library House of Commons - Economic Policy and Statistics Section - SNEP 6497 (6 Dezember 2012).
6. Instituto Nacional de Estatística - Anuarios do Império Colonial Portugués de 1945 y 1952, págs. 18-19 У 26-27 respectivamente.
Las cifras relativas a 1960 proceden de: Castelo, Claudia Orvalho: Passagens para a Africa Portuguesa: O povoamento de Angola e Moçambique com naturais da Metropole (1920-1974). Porto, Ediçoes Afrontamento, 2007, pág. 216.
7. Clarence-Smith, Gervase: Ob. cit., págs.177.
8. La base del programa en lo referente a las colonias las constituiría la creación del llamado Espaço Económico Portugués (Decreto-Lei n° 44.016 de 8 de noviembre de 1961) y las directrices para el fomento de la cohesión interterritorial (Decreto-Lei n° 44.652 de 27 de noviembre de 1962). En: Diário da Republica Eletrónico (DRE).
9. Véase: Ferreira, Eduardo de Sousa: Portugal e o Neocolonialismo. Lisboa, Sá da Costa Editora, 1975 y Torres, Adelino: ?Pacto colonial e industrializaçao de Angola (anos 60-70)?. AnáliseSocial, vol. XIX (77, 78, 79) (1983), págs. 1101-1119;
10. Véase a este respecto: Cueto-Rodríguez, Adolfo: ?La nación pluricontinental. La entelequia colonial del Estado Novo (1930-1974)?. Espacio, Tiempo y Forma, Serie V, Historia Contemporánea, t. 25 (2013), págs. 111-131.
11. Moreira, Adriano: Comentários. Lisboa, AICP, 1989, págs. 37-44
12. Campos, Augusto de: ?A tradiçao colonial e política do Imperio?. Alta Cultura Colonial. Discurso inaugural e Conferencias. Lisboa, Agencia Geral das Colonias - Divisao de Publicaçoes e Biblioteca, 1936, págs. 44.
13. Torre Gómez, Hipólito de la: Do ?Perigo Espanhol? aAmizade Peninsular: Portugal-Espanha, 1919-1930. Lisboa, Estampa, 1985.
14. Torre Gómez, Hipólito de la: El imperio del Rey: Alfonso XIII, Portugal y los ingleses (1907-1916). Mérida, Junta de Extremadura, 2002.
15. Fue una acusación esgrimida por determinados medios en Portugal en vida de la II República Española. No obstante, las auténticas razones de los desentendimientos ente regímenes derivó de la convicción de ambos de que no podrían sobrevivir con el otro al lado, y por eso dieron cobijo a las oposiciones respectiva. Oliveira, César: Cem anos nas relaçoes luso-espanholas: Política e Economia. Lisboa, Ediçoes Cosmos, 1995, págs. 29 y siguientes.
16. Véase: Rodríguez-Puértolas, Julio. Historia de la literatura fascista española. Madrid, Ediciones Akal, 2008.
17. Ros Agudo, Manuel: La gran tentación: Franco, el Imperio Colonial y el proyecto de intervención española en la Segunda Guerra Mundial. Barcelona, Styria, 2008.
18. Sobre este tema existe una abundante bibliografía, de la que ya hemos dado algunos ejemplos y tendríamos que dar sin duda muchos más. Apenas para referir otra obra de síntesis porque es reciente: Sardica, José Miguel: Ibéria. A Relaçao entre Portugal e Espanha no Século XX. Lisboa, Altheia, 2013.
19. Véase: Telo, António José: ?Portugal e a NATO. Dos Pirineus a Angola?. Análise Social, vol. XXX - 134 (2005), págs. 947-973.
20. Véase a modo de síntesis: Rollo, Maria Fernanda: ?Salazar e a construçâo europeia?. Penelope n° 18 (1998), págs. 51-76,
21. Para un análisis de largo recorrido del comportamiento internacional de Portugal, véase: Torre Gómez, Hipólito de la: Portugal en el exterior (1807-1974). Intereses y política internacionales. Madrid, UNED, 2006.
22. Para um abordaje sintético véase: Telo, António José: ?As guerras de África e a mudança nos apoios internacional de Portugal?. Revista de História das Ideias, vol. 16 (1994), págs. 347-369; y/o Pinto, António Costa: O fim do imperio portugués: a cena internacional, a guerra colonial, e a descolonizaçao, 1961-1975. Lisboa, Livros Horizonte, 2001.
23. Durante los primeros años veinte, como resultado del recurso al crédito exterior autorizado por la Primera República al gobierno de Angola se creó una situación particularmente grave de deuda en territorio. Fue esa situación parte del argumentario que traería el golpe de Estado de 28 de Mayo de 1926 y lo que justificó el ascenso de Oliveira Salazar al Ministerio de Finanzas (1928) y después a la Presidencia del Consejo de Ministros (1930), y la aprobación de medidas draconianas de contención del gasto en las colonias. Fue también lo que justificó la prohibición expresa en el Acto Colonial (Decreto-Lei n° 18.570 de 8 de julio de 1930), que los gobiernos ultramarinos pudiesen contraer prestamos en el extranjero. Véase: Oliveira, Pedro Aires: Ob. cit., págs. 80 y siguientes.
24. Sobre los fundamentos del nacionalismo autárquico y colonialista del Régimen, véase: Brito, José Maria Brandao de: ?Sobres as ideias económicas de Salazar?. En: ROSAS, Fernando y Brito, Jose Maria Brandao de: Salazar e o Salazarismo. Lisboa, Dom Quixote, 1989, págs. 33-57.
25. Sobre el ambiente de temor que se instaló a una agresión de la URSS en los años inmediatos de la posguerra véase: Cueto-Rodríguez, Adolfo: ?Doctrina y propaganda bélica en Portugal durante los primeros años de la Guerra Fría (1945-1950)?. En: Gómez Ochoa, Fidel A.; Goni Pérez, José Manuel y Macías Fernandez, Daniel (eds.): La Guerra: Retórica y Propaganda, 1860-1970. Madrid, Biblioteca Nueva de Madrid, 2015, págs. 235-254.
26. Antunes, José Freire: Kennedy e Salazar: o Ledo e a Raposa. Lisboa, Difusao Cultural, 1991, pág. 244.
27. Fonseca, Ana Mónica: A Força das Armas: o Apoio da República Federal da Alemanha ao Estado Novo (19581968). Lisboa, ID-MNE, 2007, págs. 147-148.
28. Rollo, Maria Fernanda: ?Salazar e a construçao..., págs. 51-76.
29. ?Miséria e medo, características do momento actual? (Discurso pronunciado en la biblioteca de la Assembleia Nacional el 25 de noviembre de 1947). SALAZAR, António de Oliveira: Discursos e Notas Políticas (Vol. IV). Coímbra, Coímbra Editora, 1946-59, págs. 293 y 294.
30. Véase: Rollo, Maria Fernanda: O Plano Marshall e a economia portuguesa dos anos 50. Lisboa, ID-MNE, 2007.
31. A este respecto, véase: Alípio, Elsa Santos: ?O Processo negocial da adesao de Portugal a EFTA (1956-1960)?. Ler História n° 42 (2002), págs. 29-59.
32. Barbosa, Daniel: Novos Rumos da Política Económica. Lisboa, [s.d.], 1966, págs. 14.
33. Véase: Telo, Antonio José: Economia e imperio no Portugal contemporáneo. Lisboa, Cosmos, 1994.
34. Rollo, Maria Fernanda: ?Salazar e a construçoo..., págs. 51-76.
35. Véase: Tíscar Santiago, María José: Diplomacia Peninsular e Operaçoes Secretas na Guerra Colonial. Lisboa, Ediçoes Colibri, 2013.
36. Véase: Jimenez Redondo, Juan Carlos: El ocaso de ¡a amistad entre las dictaduras ibéricas 1955-1968. Mérida, UNED, 1996.
37. Véase: González, Ángeles: ?El imposible mercado común ibérico: la tecnocracia peninsular ante el desafío europeo (1968-1974)?. Ayer 94/2014 (2), págs. 229-253.
38. El ?Informe Birkelbach?, que vio la luz en enero de 1962, estableció como uno de los requisitos necesario para formas parte de la Comunidad, siendo admitido por la Comunidad. Las dictaduras ibéricas entregaron sus pedidos de apertura de negociaciones poco después, el 9 febrero España y el 18 de mayo Portugal.
39. Para un análisis del extroversión del comportamiento geopolítico del Estado Novo véase: Telo, António José: ?As Relaçoes Internacionais da Transiçao?. En: Brito, José Maria Brandao de (Coord.): Revoluçao e Democracia..., págs. 225-267.
40. A pesar del éxito que significó para un Portugal condenado, conseguir el apoyo discreto o secreto de un puñado de países, Franco Nogueira, que fue responsable de la cartera de exteriores entre 1961 y 1969, se lamentaba en 1966 de que el País no había logrado una alianza segura y estable en la que poder confiar. Nogueira, Alberto Franco: Um político confessa-se (Diário: 1960-1968). Porto, Editora Civilizaçao, 1986, pág. 195.
41. Barbosa, Daniel: Ob. cit. 1966, pág. 27.
42. Véase por ejemplo: Leal, Francisco Pinto da Cunha: As minhas raides e as dos outros. Ecos de uma campanha eleitoral. Lisboa, [Ediçao do Autor], 1957, pags. 22 y siguientes.
43. Mello, Manuel José Homen de: Portugal, o Ultramar e o Futuro. Oportunidade de um debate. Lisboa, [Ediçao do Autor] 1962.
44. Torgal, Luis Reis: ?Muitas raças, uma Naçao ou o mito de Portugal multirracial na ?Europa? do Estado Novo?. Estudos do Século XX, n° 2 (2002), pág.165.
45. Intervención de Franco Nogueira en la Assembleia Nacional en sesión de 7 de abril de 1970. Debates Parlamentares da Assembleia Nacional - Diários das Sessoes, X Legislatura, Primeira Sessäo Legislativa, n° 30, de 8 de abril de 1970, págs. 569 y siguientes.
46. Caetano, Marcello: ?Portugal é de todos nós. Nós todos somos Portugal?. [Lisboa], Secretaria de Estado de Informaçao e Turismo, 1970, págs. 10-12.
47. Caetano, Marcello: Mandato ¡ndeclinável. Lisboa, Verbo, 1970, págs. 24-33.
48. ?Portugal pode viver sem as Colonias??. Cadernos Pontos de Vista n° 3 (Setembro de 1974).
FUENTES
Diario da República Eletrônico.
Debates Parlamentares da Assembleia da República.
Instituto Nacional de Estatística - Anuarios do Imperio Colonial Portugués.
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Nogueira, Alberto Franco: Um político confessa-se (Diario: 1960-1968). Porto, Editora Civilizaçâo, 1986.
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Salazar, Antonio de Oliveira: Discursos e Notas Políticas (Vol. IV). Coimbra, Coimbra Editora, 1946-1959.
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© 2018. This work is published under https://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/4.0/ (the “License”). Notwithstanding the ProQuest Terms and Conditions, you may use this content in accordance with the terms of the License.
Abstract
Abstract It is well known that the Portuguese dictatorship resisted decolonization until the end of its days, in April 1974. Since 1961 it did so with arms. The reasons supporting the Portuguese government's decision have been overly studied and are multiple. To what extent did this vision of reality influenced the decision to resist and to hamper the political correction that would end the war? Keyword Portuguese Empire; Estado Novo; Colonial War; Decolonization; Communism; National independence; Iberism; European Integration.
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