El cambio de siglo es siempre paradigmático. El sector educativo parece no poder escapar a esta tentación y son, cada vez más, los actos que se organizan con motivo de este hecho. Bien sea porque estamos ensimismados con esta fecha, bien porque la prospectiva nos indica un cambio de siglo muy significativo, lo cierto es que estamos ante unos nuevos retos que, como mínimo, nunca se habían plasmado con tanta claridad.
Es por este motivo -y porque en el fondo considero que se acercan cambios muy relevantes en el mundo de la educación- que creo interesante abordar esta cuestión de cómo se prevé que sea la educación del siglo XXI.
Soy consciente de que cuando se hace este intento es fácil oscilar entre aquello que parece inexorable, y lo que podríamos considerar utopías de quien las formula. Procuraré evitar en la medida de lo posible este hecho. No obstante, no hemos de perder de vista que lo que más interesa no es observar la evolución del fenómeno educativo en los próximos años o décadas, manteniéndonos impávidos ante ello. Lo que es más importante, lo que da sentido a este enfoque prospectivo de un fenómeno individual y social tan relevante como la educación, es pensar en cómo preparamos a nuestros niños y jóvenes de hoy para los retos que tendrán que afrontar en el futuro. Posiblemente nunca como ahora la sociedad, la economía, la demografía, la política, han sido tan inestables y cambiantes. Es por ello, que deberemos ser cuidadosos al diseñar una oferta educativa que prepare adecuadamente a los jóvenes de hoy para el futuro que se avecina.
La tarea que tenemos ante nosotros, tal y como podemos suponer, no es fácil, y por ello quiero clarificar algunas cuestiones que permitan una contextualización adecuada de lo que expondré en las páginas siguientes. En primer lugar, debo señalar que centraré mi análisis, especialmente, en los países desarrollados, y más en concreto en aquellos con quienes compartan un futuro político más inmediato como son los países de la Unión Europea.
Igualmente, no se debe olvidar que la prospectiva no está fundamentada en obviedades sino más bien en posibilidades', es decir, no en un futuro ya previsto y seguro sino en futuros abiertos y posibles. Por este motivo las afirmaciones que se harán en párrafos posteriores adquieren sentido en la medida en que, aun estando fundamentadas en lo que señalan los científicos actuales, sean asumidas con una cierta precaución y provisionalidad.
Otro punto que me interesaría dar a conocer, es que dicha cuestión es extensa y profunda, y debido al poco espacio que dispongo me obliga a explicarlo con una cierta puntualización. En consecuencia se ha hecho una buena selección de estas temáticas utilizando como criterio aquellas que están de una manera más claramente profundizadas en el sector educativo y las cuales merecen un especial énfasis e importancia.
I. PUNTOS DE PARTIDA
La discusión sobre hacia dónde debería orientarse la educación no incluye en muchas ocasiones los principios irrenunciables que tenemos cada uno de nosotros; es decir, los vectores de interpretación que nos ayudan a señalar la capacidad de ciertas visiones del fenómeno educativo y de las propuestas que de ellos derivan.
Sin ánimo de querer hacer una discusión extensa sobre esta cuestión, entiendo que hay dos puntos de partida irrenunciables:
a) Que el objetivo de nuestras sociedades debe ser conseguir un mundo más igualitario. Esto quiere decir que la educación ha de contribuir, con el fin de conseguir dicha igualdad.
b) Que el instrumento más universal, y más eficaz para lograrlo, son los Derechos Humanos2·, éstos son una herramienta tremendamente útil para valorar la bondad de las propuestas educativas.
II. CARACTERÍSTICAS DE LA SOCIEDAD FUTURA
Con el objetivo de centrar el debate daré a conocer diez características que, a mi entender, dibujan la sociedad de los próximos años.
II.l. Una sociedad multicultural
Hoy en día, no hay ningún estudio prospectivo que no nos indique que el futuro de nuestras sociedades pasa por un incremento de la diversidad cultural en su seno. Este hecho se fundamenta, básicamente, en dos factores:
a) El primero es que las poblaciones son aún más móviles, como consecuencia de la situación económica de los países de origen, del conocimiento de los países que son receptores, y debido a la mejora de los medios de comunicación terrestre existentes en la actualidad.
b) El segundo factor es que nuestras sociedades han adquirido un desarrollo económico y tecnológico muy notable.
Debido a esos dos factores, y como muy bien apunta Arango (1994: 88-92), la previsión es que esta movilidad poblacional se incremente, y que la cuestión «migratoria», esté presente entre nosotros durante muchos años.
El problema, difícil de resolver, será cómo compaginar costumbres, rituales, lenguas, concepciones diferentes de la vida, la familia o la relación entre géneros -que pueden ser claramente opuestos a los nuestros- en un clima de convivencia, de libertad y de igualdad, característico de nuestras sociedades.
II.2. Una sociedad envejecida
Los demógrafos apuntan, desde hace años, que estamos pasando de una sociedad basada en los niños y los jóvenes, a una sociedad donde abunda la gente de la tercera edad. La pirámide de edades de casi todos los países de la Unión Europea empieza a dejar de ser una pirámide para convertirse en un tronco de cono invertido, debido al descenso de la natalidad y al incremento de la población mayor de 65 años.
Hay diversos factores, comunes a nuestra vida diaria, que nos muestran este fenómeno: por ejemplo, la imagen que hoy se tiene hacia el ahorro. Así anteriormente el ahorro era muy importante con el fin de asegurar una buena herencia a las generaciones futuras. Hoy se promociona el ahorro entre la población, con el fin de garantizar una próspera vejez.
Es obvio que este hecho, además de las consecuencias económicas que conlleva, tiene y tendrá repercusiones sociales muy significativas que irán apareciendo a medida que se vaya incrementando la incorporación de adultos a la jubilación.
II3. Una sociedad informada
Estamos, casi de lleno, en lo que se ha denominado la sociedad de la información. Soy consciente de que no es lo mismo que «sociedad informada»-, pero lo que quiero resaltar, por encima de todo, es la capacidad que tiene una parte muy significativa de la población de conseguir grandes cantidades de información. Esta información, llega a todos ellos gracias a los medios de comunicación: radio, televisión, diarios, revistas, teléfonos, redes telemáticas de todo tipo,...
No podemos confundir, información con conocimiento, ya que éste último es imposible sin la primera, y además la información por sí sola no genera conocimiento. Para que se produzca esta conversión -de información a conocimiento- es necesario que quien recibe la información tenga el suficiente nivel de formación como para poder hacerlo.
En todo caso quiero destacar dos retos: el primer reto es que con esta ingente cantidad de información, obtenida rápidamente casi en «tiempo real» que nos proporcionan los medios de comunicación, tenemos a nuestro alcance la posibilidad técnica de luchar contra nuestra propia ignorancia de lo que ocurre en otros países y sociedades diferentes a la nuestra3. Tal vez porque es un hecho muy evidente hoy en día que aún no somos lo suficientemente conscientes de las ventajas sociales que comporta este hecho y de los cambios que provoca en las mentes de muchas personas.
El segundo reto que no debemos olvidar, es el referente a los «marginados de la sociedad de la información». Ha sido necesario que diversos intelectuales y científicos de renombre4 -así como organismos internacionales de prestigio5- diesen el grito de alerta sobre esto para que fuésemos conscientes del falso paraíso de la sociedad de la información que nos han querido vender los expertos de marketing de las empresas de comunicación, como bien señala el Informe de la UNESCO de la Comisión Mundial de Cultura y DesaiTollo (1997: 110): «¿Qué pueden significar las «autopistas de la información» para los 600.000 asentamientos humanos que no disponen de electricidad?».
Y aunque estos asentamientos humanos tuvieran la infraestructura mínima necesaria, ¿de qué servirían las oportunidades que les proporciona la sociedad de la información si no tienen la formación suficiente como para saberlas explotar?
II.4. Una sociedad del ocio
«En los Estados Unidos, el interés mostrado, respecto a la reducción de la semana laboral, se ha extendido desde los líderes sindicales y analistas políticos hasta la mayoría de la población. Presionados por el estrés producido por unos largos horarios de trabajo y un gasto doméstico importante, cada vez hay más americanos que afirman que estarían dispuestos a negociar una reducción de sus ingresos a cambio de un aumento de su tiempo libre, con el fin de poder atender sus responsabilidades familiares y necesidades de tipo personal» (RIFKIN, 1996: 274).
Si analizamos las sociedades de hace cincuenta años y las comparamos con las actuales, fácilmente nos daremos cuenta que el tiempo destinado por las familias, a lo que podríamos denominar «tiempo libre», se ha incrementado notablemente. Más aún, las peticiones de disponer de más tiempo libre, que no sea el utilizado específicamente para trabajar, se va incrementando día a día. Acuerdos entre sindicatos y patronales de empresarios destinados a intercambiar «mantenimiento de la paga» por «menos horas de trabajo» o «más días de vacaciones», como por ejemplo firmaron en su momento Wolkswagen, Hewlett Packard, Digital Equipment; entre otras importantes empresas, hubiera sido impensable en la década de los 70.
No obstante, dicho fenómeno aparece al mismo tiempo que diferentes sociedades desarrolladas deben afrontar una larga y profunda crisis en el mercado laboral. Esta crisis ha provocado un incremento del paro, mayor flexibilidad en la contratación, la reocupación y la reprofesionalización de un número significativo de trabajadores; en definitiva, estamos, también, ante un entorno laboral más precario e incierto.
En todo caso, ambas tendencias -la percepción social del ocio como un valor en alza y la crisis laboral- confluyen en un hecho innegable: el incremento de horas libres, y por lo tanto, la pérdida progresiva del trabajo como único fenómeno vertebrador de la organización de nuestras vidas6.
Como bien muestra Yoneji Hasuda, uno de los artífices de la revolución japonesa en el ámbito de los ordenadores:
«(...) mientras la revolución industrial estaba básicamente preocupada por el aumento de la producción, la contribución básica de la revolución de la información será la ampliación del tiempo libre, dando a los seres humanos la «libertad para determinar voluntariamente» el uso de su propio futuro» (RIFKIN, 1996: 261).
II.5. Una sociedad doméstica
Otra característica importante que identifica nuestra sociedad es un cierto regreso al hogar como espacio propio, fundamental en nuestras vidas, que parece que incrementará su importancia de forma notable en los próximos años7. Son varios los indicadores que nos muestran esta tendencia. A modo de ilustración, apuntaré su incidencia sobre tres grandes ámbitos: el socio-sanitario, el lúdico y el laboral.
En el ámbito socio-sanitario, por ejemplo, la propensión a atender a los enfermos y a la gente mayor en casa -siempre que es posible-. Así la asistencia sanitaria a domicilio, la cirugía ambulatoria (donde el enfermo sigue una parte del postoperatorio en casa), y las ayudas económicas directas a las familias que se hacen cargo del enfermo inválido, constituyen medidas alternativas a los sistemas sanitarios clásicos institucionalizados.
En el ámbito lúdico, la oferta creciente de servicios relacionados con este sector que llegan directamente de casa: así, hoy en día, es posible -sin moverse del hogar- visitar el museo del Louvre, adentrarse en los misterios de las Pirámides en el antiguo Egipto, ver una película con una calidad de sonido e imagen excelente, o bien hacer el seguimiento de un hecho deportivo como si de una oferta «a la carta» se tratara.
En el ámbito laboral, «el teletrabajo» se va incrementando día a día. Vicente Verdú nos indica que hay 40 millones de norteamericanos que trabajan en casa, con un incremento anual del 12% (1996: 154-155)8. La mayoría de éstos, forman parte de pequeñas y medianas empresas, pero las grandes empresas ya han empezado a experimentar esta nueva modalidad de trabajo con una parte de sus trabajadores, obteniendo más éxitos que fracasos. Por ejemplo, el año 1993, IBM ya había suprimido los despachos de más de 5.000 trabajadores, haciéndoles trabajar en casa, en el coche o en las oficinas de sus clientes (RIFKIN: 1996,185).
En definitiva, parece ser que el hogar volverá a hacer aquellas funciones traspasadas en el pasado a los hospitales, centros de asistencia sanitaria, centros de ocio, empresas,... ¿y tal vez a la escuela? Más adelante responderemos a esta cuestión.
II.6. Una sociedad autónoma
Me he atrevido a adjetivar de esta forma a la nueva sociedad que se nos avecina porque entiendo que la mayor capacidad de intervención que está consiguiendo la sociedad civil -y que todavía se incrementará en el futuro-, es un signo de autonomía frente al llamado «Estado protector».
A mi entender existe una doble tendencia: por un lado la construcción de entidades supranacionales (que sobrepasan los famosos Estados-nación) y que fácilmente se convertirán en «Megaestados». Es predecible que éstos adquieran un papel básico en las relaciones internacionales, en el mantenimiento de los equilibrios territoriales, en el establecimiento de las grandes redes comerciales y políticas monetarias, etc...; es decir, en los asuntos macroestatales.
Por otro lado, las sociedades adquirirán un mayor protagonismo en los asuntos que podríamos denominar de política nacional: en el sector sanitario, en determinados aspectos del sector económico, en el sector judicial, en el sector educativo,...
Un ejemplo palpable de lo apuntado con anterioridad es el notable incremento del «voluntariado». Como muy bien indica el Informe a la UNESCO de la Comisión Internacional sobre la Educación para el Siglo XXI nunca había habido como hasta ahora tanta solidaridad entre los países (UNESCO, 1996)9. El crecimiento del número de ONGs y la rápida respuesta que dan a problemas de todo tipo -sobrepasando en la mayoría de los casos la actuación del Estado y de los partidos políticos- constituye un toque de atención sobre el importante papel que jugarán en el futuro. Y no sólo en el ámbito nacional sino también en el contexto internacional.
Estamos, entonces, frente a un modelo de sociedad que activa todas sus potencialidades no contra el Estado pero sí, al margen o como complemento a éste, alejándose cada vez más de su control directo.
Π.7. Una sociedad interdependiente
Como hemos podido observar, el concepto de autonomía aplicado a la sociedad lo he delimitado a su capacidad de iniciativa a la hora de tomar decisiones. No obstante, su grado de relación con otras sociedades no se reduce sino que se incrementa, pudiéndose deducir ya un futuro claramente interdependiente.
A. Giddens apuntaba, hace años, que la actuación individual de cada uno de nosotros tiene, con frecuencia, importantes consecuencias en otros lugares del planeta. Fruto de una economía cada vez más globalizada, la compra de una pieza determinada de ropa tiene repercusiones sobre las condiciones de vida de otros habitantes del planeta (1993: 63-64). Y lo que yo hago, añadido a lo que hacen los demás conciudadanos, incrementa más el grado de influencia.
Así es como lo han interpretado algunas ONGs que denuncian el uso de mano de obra infantil en los países del Tercer Mundo -con salarios tremendamente bajos- por parte de importantes empresas multinacionales. El objetivo es que una parte significativa del llamado «primer mundo» boicotee estas marcas comerciales y colabore en la erradicación de esta práctica en los países en vías de desarrollo.
No obstante, de la misma forma que se incrementa el poder de influencia de nuestras sociedades sobre el resto, nuestras decisiones y actuaciones vienen también mediatizadas por lo que ocurre en otros lugares del mundo. Los fenómenos musicales, la moda en el vestir y en «el pensar», podrían proporcionarnos buenos ejemplos al respecto. J.M. Mardones señala que estamos inmersos en una globalización cultural que -además de tener ciertas ventajas- promueve una clara uniformización del consumo y del pensamiento, gracias al poder de influencia de los mass-media internacionales (1997:45-47).
11.8. Una sociedad con un desarrollo sostenible
Es evidente que caracterizar la sociedad de los próximos años de esta forma puede ser entendido más como un deseo de quien lo subscribe, que no como una realidad. Parece ser que la sociedad del futuro será así o no será, ya que si no estamos abocados a una muerte anunciada (por muy lenta que ésta sea).
En todo caso, hay que preguntarse qué quiere decir desarrollo sostenible, pues en ocasiones, la discusión al respecto da lugar a ciertas confusiones. Gro Harlem, presidente de la Comisión Mundial del Medio Ambiente y Desarrollo, dice que «es aquel desarrollo que satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer sus propias necesidades» (UNESCO, 1997: 139). Es decir, debemos tener una sociedad que sea solidaria no sólo con los que la componen, y con otras sociedades, sino también con las próximas generaciones.
Respetar el medio ambiente y poder compatibilizarlo con el desarrollo económico, tecnológico y social de nuestra sociedad, es un reto que debemos afrontar desde ahora y durante el siglo que viene.
11.9. Una sociedad compleja
Después de lo dicho hasta ahora nadie puede obviar la complejidad de los fenómenos que se nos aproximan en los años venideros. A pesar de ello, entiendo que la sociedad del mañana será compleja, también, debido a otras tres razones:
a) Será necesario encontrar el equilibrio entre un conjunto de tensiones -aparentemente dicotómicas-. Debemos tomar decisiones equilibradas al respecto. Como nos indica el Informe a la UNESCO de la Comisión Internacional sobre la Educación para el Siglo XXI, algunas de las tensiones básicas que deberemos superar serán: la tensión entre lo global y lo local, entre lo universal y lo singular, entre la tradición y la modernidad, entre el largo plazo y el corto plazo, entre el extraordinario desarrollo de conocimientos y la capacidad de asimilación que tiene la persona, entre lo espiritual y lo material (UNESCO, 1996: 12-14).
b) Cada vez habrá una mayor diversidad de pensamiento, válido tanto para las ideologías de izquierdas como para las de derechas, para los que tienen creencias religiosas y los agnósticos, para los occidentales y para los orientales. Cabe pensar que habrá una tendencia a menguar el valor del pensamiento único, y por contra a respetar y a potenciar «el pensamiento fruto del mestizaje» (ESTEFANÍA, 1997).
c) El futuro parece, cada vez, más incierto10 y más abierto a manipulaciones interpretativas. En todo caso, tal como muy bien explica Gil Calvo:
«(...) nos encontramos en un turning point, en un punto de inflexion ante situaciones tan desconocidas como nuevas, de las que lo ignoramos todo excepto que se parecerán muy poco a las que hemos tenido hasta ahora» (1993: 88).
Hay que añadir también que frente a esta sociedad compleja que se va formando a medida que pasan los años, las decisiones que iremos tomando sobre la misma tendrán importantes consecuencias para el día de mañana (GARCÍA BLANCO, 1993: 92).
II.10. La sociedad del riesgo
No he querido dejar de caracterizar la sociedad del siglo XXI sin hacer, por lo menos, una breve referencia a este concepto tan empleado en la filosofía y la sociología en los últimos años. Tal vez fruto de estar en una sociedad tan compleja y, al mismo tiempo, sujeta a cambios trepidantes en todos los ámbitos, es fácil suponer que estamos rodeados de riesgo por todas partes. Obviamente, y porque no podía ser de otra forma, hay defensores de esta teoría que nos abocan con sus argumentos, ejemplos y conclusiones a una visión apocalíptica del fenómeno.
No es el caso, por suerte, de todos los que creen adecuado referirse a nuestra sociedad y a la sociedad del futuro como «la sociedad del riesgo». Es con éstos últimos con los que me identifico y, a partir de los cuales, procuraré caracterizar brevemente en qué consiste11:
a) Los riesgos son connaturales a nuestra sociedad y, por lo tanto, hemos de saber convivir con ellos y reducir su impacto.
b) El riesgo de nuestra sociedad no lo podemos desplazar hacia otras sociedades, debido a las interdependencias que existen a nivel planetario.
c) Hemos pasado de tener riesgos que venían de la propia naturaleza (por ejemplo, catástrofes naturales) a riesgos que han sido producidos por nosotros mismos y que están presentes en nuestra sociedad (catástrofes ecológicas, tráfico de drogas y armas, incendios forestales producidos por colillas,...).
d) No tenemos nadie ajeno, a nosotros mismos, que nos proteja de esta vulnerabilidad12.
Algunos de los principales inspiradores de la «sociedad del riesgo» entienden que la nueva división social pasa por el grado de riesgo asumido, en función del lugar concreto donde se vive, en vez de utilizar los factores clásicos como el género o la clase social (BECK, 1993).
En definitiva, con un grado mayor o menor de vivencia personal sobre el riesgo, lo cierto es que esta sociedad y la futura nos aboca a una nueva cultura y forma de vivir, lejana de la «seguridad» (al menos aparente) de la década de los 50 y 60.
III. LA EDUCACIÓN EN LA SOCIEDAD DE MAÑANA
En un intento de sintetizar aquello que podríamos considerar consecuencias pedagógicas que se derivan de todo lo que se ha dicho hasta el momento, a continuación expondré lo que entiendo que debería ser la educación en los próximos años. Quiero hacer, no obstante, dos advertencias. La primera es que, en ocasiones, manifiesto mis opiniones sobre cómo debería adaptarse la educación al contexto social, económico, político,... expuesto hasta el momento. En segundo lugar, hay algunas tendencias que existen todavía en la actualidad en nuestra sociedad y que, gusten o no, no podemos obviar como tendencias de futuro.
III.l. Una educación que permita la convivencia entre diferentes culturas
Aunque pueda parecer que el colectivo del sector educativo y la sociedad en general tienen suficientemente asumido este modelo de educación mediante lo que se ha denominado educación intercultural, lo cierto es que nos queda un largo camino por recorrer.
De acuerdo a lo que señala el profesor A. Giddens, podemos destacar cuatro estrategias que permitan resolver el enfrentamiento de valores entre individuos o colectividades (tal y como se manifiesta y se manifestará a nuestras sociedades multiculturales):
Ia) La ruptura entre las culturas y el aislamiento entre ellas.
2a) La presión y la violencia más o menos explícita de la cultura dominante sóbrelas otras.
3a) El refuerzo de la tradición de la cultura dominante de acogida.
4a) El diálogo entre culturas.
Obviamente las políticas sobre el tratamiento del fenómeno multicultural pueden combinar varias de estas opciones, pero la educación intercultural, ¿qué potencia? A mi entender, la cuarta opción pues es aquella que enseña a los ciudadanos que el diálogo es el medio por el cual se consigue la resolución de los conflictos. No se trata, por lo tanto, sólo de que el sistema educativo contribuya a construir y a consolidar una sociedad pluricultural -y no monocultural- sino que también tiene que hacer que nuestros alumnos aprendan en el seno de la escuela que la mejor metodología para superar las dificultades es el intercambio de ideas, y que éstas no se imponen sino que se debaten y tienen que saber justificarse. Esto es, a mi entender, la primera gran aportación de la educación intercultural.
El segundo aspecto que debe estar implícito en cualquier propuesta de educación intercultural es que una realidad multicultural es más enriquecedora que una realidad monocultural, y que presenta unas potencialidades formativas y de aprendizaje superiores.13 Sólo si aceptamos este punto de partida podremos entender el diseño y la aplicación de programas de educación intercultural no como una medida preventiva para conseguir la asimilación de los diferentes, sino como una herramienta para potenciar la riqueza que hay en el seno de cualquier grupo multicultural.
III.2. Una educación enfocada como aprendizaje a lo largo de la vida
Hoy en día empieza a estar bastante asumido este principio, reforzado -últimamente- por las recomendaciones que propone al respecto el Informe a la UNESCO de la Comisión Internacional sobre la Educación para el Siglo XXI. Precisamente, me parece adecuado lo que señala este documento, como razones que justifican la aceptación de este modelo educativo:
a) Porque el mundo «cambiante» que se vislumbra así lo requiere, con el fin de poder ser miembros activos del mismo.
b) Porque el derecho de cualquier persona a recibir formación -independientemente de la edad, el género, la cultura, el nivel socioeconómico, que tenga- es una exigencia democrática.
En cualquier caso, dado que a menudo nos referimos a nuestros derechos sobre esta cuestión, me gustaría poner especial énfasis en nuestros deberes; es decir, en el compromiso que debemos asumir de hacer nuestro este principio como marco de actuación en nuestra vida personal y profesional. Como muy bien indica el Informe Learning for the 21st Century publicado este año en Inglaterra -y elaborado por un grupo de expertos independientes- es muy necesario que la población asuma como valor propio «la inversión en la formación», como algo connatural al hecho de vivir en sociedad.
Hay que superar la fase -muy típica en el sector educativo y desde mi punto de vista, necesaria para el pasado pero improcedente para el presente y para el futuro- de que el esfuerzo de inversión en formación es sólo un derecho que nos pertoca y que el Estado tiene la obligación de proporcionarla sin un coste añadido, por nuestra parte. Es preciso que los ciudadanos asuman un papel más activo -y menos receptivo- frente a este aprendizaje a lo largo de la vida.
III.3. Una educación que utilice todo el potencial que permiten las nuevas tecnologías
Sobre esta cuestión hay diferentes cuestiones a plantear.
En primer lugar, ante la inmersión en la sociedad de la información, el sector educativo -como otros sectores de la sociedad- puede optar por vivir al margen de la misma y desterrar cualquier relación con ella, o aprovecharse de sus potencialidades. Como se puede deducir, mi postura es la segunda, porque la primera entiendo que está abocada al fracaso y a distanciar -¿todavía más?- el sistema educativo de lo que son las tendencias y vivencias de nuestra sociedad.
Una segunda cuestión es cómo nos adentramos, desde el mundo de la educación, en las nuevas tecnologías. Es necesario huir de planteamientos utópicos sobre este tema. No se puede confundir, por ejemplo, tener al alcance de la mano mucha información con poseer conocimientos; no se puede caer en la trampa de pensar que el docente deja de tener sentido y que el ordenador es nuestro nuevo profesor.
Para poder sacar el máximo provecho a las nuevas tecnologías en el sector educativo es imprescindible que los alumnos y estudiantes tengan a su alcance las habilidades necesarias para poderlas dominar. No me refiero a las habilidades más o menos mecánicas que permiten hacer funcionar un programa de ordenador y poder explotar sus capacidades al máximo. Ello es necesario, pero aún más lo es adquirir unas habilidades mentales que permitan el aprendizaje de unos contenidos básicos, el desarrollo de la capacidad de análisis y síntesis de la información, la potenciación de los procesos de memorización, la capacidad de transferencia, la visión crítica, la jerarquización de los contenidos,... Y eso no se consigue con un programa específico, ni con algunos créditos en la ESO; esto requiere un proceso de aprendizaje continuo, adecuado a la madurez de la persona, lleno de esfuerzo e impregnado por el gusto a aprender. Además se necesitan profesionales capacitados para desarrollarlo a lo largo de toda la escolaridad. Una vez que tengamos ciudadanos con estas habilidades, nuestras sociedades podrán dominar, y poner a su servicio, las nuevas tecnologías, y no a la inversa.
Por último, no quiero pasar por alto un tema que muy a menudo se apunta cuando se trata la cuestión del uso de nuevas tecnologías en la educación. Y es... ¿qué pasará con los profesores? Creo que se puede aplicar aquel dicho de o reno- varse o morir. En la medida en que el profesor quiera mantener su antigua función de ser un baúl repleto de información, que va proporcionando a sus alumnos -en pequeñas dosis- a su objetivo profesional está condenado al fracaso. Si por el contrario, les proporciona las habilidades descritas en el párrafo anterior -y otras también importantes- y se convierte en un orientador, motivador, y facilitador de la construcción de conocimientos a partir de la información que el alumno tiene a su alcance, su futuro profesional es muy esperanzados Como cualquier profesión, el nuevo modelo de sociedad nos obliga a cambiar nuestros hábitos, y a reconstruir el discurso y la práctica pedagógica constantemente.
III.4. Una educación que sobrepasa el aula
Este principio tiene como mínimo dos claras lecturas, y las dos perfectamente compatibles. La primera es que la educación es algo más que lo que se da en el marco de lo que podríamos denominar la educación formal, o para concretarlo más, «la escuela». Hoy en día se puede considerar que este hecho está cada vez más asumido entre el colectivo de maestros y de profesores, así como por la sociedad en general. El incremento -en los últimos años- de servicios educativos al margen de la escuela son un claro síntoma de cómo la sociedad civil y la administración han asumido este principio como propio.
Una segunda visión del fenómeno es la que hace referencia a la necesidad de que la escuela se abra al mundo, y optimice precisamente su potencialidad educadora empleando todo el conjunto de servicios que la sociedad le pone a su alcance. Es cierto que, una visión retrospectiva del fenómeno nos muestra un incremento notable. Pero tal vez, las actividades pedagógicas realizadas fuera del territorio estrictamente escolar14 son, aún, un hecho demasiado excepcional.
En definitiva, parece evidente que en la sociedad de los próximos años irán desapareciendo las fronteras entre la educación formal y la educación no formal.
Queda una última cuestión importante que guarda relación con el tema que nos ocupa y que creo necesario plantearla dado su creciente impacto en determi14 nadas sociedades desarrolladas. Me refiero a la llamada «educación en casa» que consiste en que los niños pequeños y los jóvenes sigan en su hogar unos aprendizajes similares a los que se imparten durante el período de educación obligatoria, sin la obligación de asistir a la escuela.
Considero, al igual que señala el reconocido profesor de la Universidad de Cambridge David Hargreaves15, que en las próximas décadas se incrementará el número de alumnos sujetos a esta modalidad. De hecho, en estos momentos en Inglaterra se calcula que ya son 20.000, los niños y jóvenes que practican la educación en casa, y su número se incrementa año tras año, al igual que pasa en Estados Unidos de América y en Australia.
No abordaré ahora las razones que llevan a las familias a optar por esta modalidad educativa -pues son de signo diverso- ni tampoco los pros y contras de la misma, pues en todo caso éste no es el objetivo de mi exposición. Sólo, quiero apuntar que el futuro nos aboca a que la ciudadanía tenga una mayor libertad de elección frente a las diferentes opciones pedagógicas. La tendencia evidente a construir una auténtica sociedad educativa -perfectamente incardinada en la sociedad de la información- proporciona grandes posibilidades a aquellas personas y colectivos que quieren gestionar, más directamente, el proceso educativo de sus hijos mediante la educación en casa.
Las previsiones del profesor D. Hargreaves no tienen, a mi entender, el punto de utopía que tenían las realizadas -en un sentido aproximado- por Ivan Illich (1974), hace bastantes años. Tal vez porque entonces no podían ser planteadas de otra forma, lo cierto es que actualmente existen indicios para pensar que esta situación pueda ser más cercana que antes.
ΠΙ.5. Una educación con más implicación de las familias
Este hecho tiene su fundamento en la creciente implicación de la sociedad civil en los affaires que, como en el caso de la educación, tienen importantes consecuencias para su futuro. Es necesario prever que esta implicación de las familias en el ámbito educativo tendrá diferentes modalidades.
Por otra parte, parece plausible que se incremente su papel de intervención en los centros escolares mediante cuotas superiores de participación en los mismos, y aumentando así sus posibilidades de hacer los centros más a su medida. Debemos pensar que habrá una presencia más significativa de las familias en los órganos de gobierno de los centros.
Por otra parte, es evidente que las familias podrán influir decididamente en el sector educativo en la medida que tengan auténticas posibilidades de elegir un centro escolar. Esta capacidad de elección se ha incrementado de forma notable en las últimas décadas y años, tanto en nuestro país como en el resto de los países del entorno europeo; ello se ha producido básicamente a través de dos vías:
a) El aumento de la autonomía de centros en el sector público, lo que permite una mayor diversidad y por lo tanto, posibilidad real de elección entre ofertas diversas.
b) El soporte a la iniciativa privada, especialmente aquella que tiene una clara vocación de servicio público.
Es perfectamente previsible que esta tendencia, cada vez más marcada en los sistemas educativos, se vaya consolidando y profundizando en los próximos años.
Hay, por último, un tercer ámbito de intervención educativa de la familia en el propio hogar que obviamos muy a menudo, pero que adquirirá cada vez más transcendencia dado el previsible refuerzo social que tendrá el hogar como lugar de ocio, formación, relaciones, trabajo,... Este ámbito incluye desde las actividades propias de la escuela que el alumno hace fuera del horario escolar -los llamados con frecuencia «deberes escolares»16- hasta un conjunto de ofertas formativas que están a su disposición en el propio hogar. Los padres y madres tienen y tendrán, en este sentido, un papel nuclear en la tutorización, orientación y refuerzo de determinados aprendizajes y habilidades, así como en la transmisión y consolidación de valores útiles para la sociedad del futuro.
III.6. Una educación que forme en la autonomía y la responsabilidad personal
He manifestado anteriormente, que nuestra sociedad tendería a ser cada vez más autónoma y a tomar decisiones por iniciativa propia -sin esperar soluciones del Estado-. Pues bien, este tipo de comportamiento del grupo social requiere por encima de todo, y en primer lugar, personas que sean capaces de tomar, también, individualmente sus propias decisiones y asumir con responsabilidad las consecuencias de las mismas.
J.M. Mardones (1997: 50-57) nos explica muy bien que una de las características del momento actual es la capacidad de los individuos de poder elegir... y de poder equivocarse -dada la situación de incertidumbre-. Esto, que también afecta de forma muy directa a la juventud, requiere aceptar que cualquiera puede equivocarse y que nadie más que él tiene que asumir el error. Algunos sociólogos apuntan que hay una cierta tendencia a no querer tomar decisiones (precisamente por el miedo a equivocarse), o a que otros las tomen por nosotros -eso explicaría el incremento de las sectas, los fundamentalismos-,... En cualquier caso, la sociedad del futuro no necesita ni dioses, ni héroes, ni reyes, ni emperadores que nos rescaten de esta responsabilidad. La formación de nuestros niños y jóvenes también debe estar centrada en mostrar las posibilidades de elección que se les presentan, lo positivo de este hecho, y las «pequeñas servidumbres» que conlleva actuar con autonomía.
III.7. Una educación universalista
La consecuencia directa de tener una sociedad interdependiente es que los individuos que la componen deben ser capaces de comprender los fenómenos que les afectan más allá de sus fronteras territoriales y culturales. Es, en este sentido, por lo que me refiero a la necesidad de proporcionar a los ciudadanos una educación universalista. Ello será el pilar imprescindible para construir una sociedad más solidaria, no sólo con los más próximos (tal y como planteábamos antes en la educación intercultural), sino con aquellos otros que se encuentran muy alejados de nosotros.
J. Delors, en el discurso pronunciado durante la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, celebrado en Río de Janeiro (1992) señalaba acertadamente lo siguiente:
«El mundo es nuestra aldea: si una casa se incendia, nuestras cabezas, que están bajo un techo, tienen un peligro inminente. Si cualquiera de nosotros pretendiese reconstruir en solitario, sus esfuerzos serán puramente simbólicos» (UNESCO, 1997:23).
Pero, ¿corno educar en esta visión del mundo y en este compromiso universalista de los fenómenos? Creo que, en primer lugar, teniendo un conocimiento amplio y lo más profundo posible de lo que pasa en nuestro entorno más inmediato; pero, sin ser conformistas con lo que nos rodea; siendo capaces de descubrir las similitudes que tenemos con países y culturas diferentes, así como los elementos diversos que caracterizan cada una de ellas. En definitiva, descubriendo que nuestros pequeños problemas cotidianos son más universales de lo que con frecuencia creemos, y que aquello que los diferencian son más bien propios del contexto y del momento en que se producen. Para concretar: una geografía, una historia, una biología, una lengua y una literatura.... que permitiese comprender que el mundo y sus fenómenos desde esta perspectiva sería la mejor aportación de la educación para la sociedad actual y del futuro.
III.8. Una educación que rescate la importancia del largo plazo
He utilizado a conciencia el verbo «rescatar», pues entiendo que el momento actual está caracterizado por la obtención rápida de resultados, cuando por el contrario la sociedad del futuro requerirá no perder de vista que las decisiones que se tomen tendrán consecuencias a largo plazo. El modelo de desarrollo sostenible -explicado con anterioridad- es un buen ejemplo de lo que acabo de decir.
El sector educativo, que no está al margen de los valores que imperan en nuestra sociedad, parece estar abocado a dar respuestas rápidas y seguras a sus ciudadanos. La rapidez de resultados que se le demanda impregna todas sus actuaciones -bien por querer cambiarlo todo de golpe y hacer una reforma muy diferente a la que teníamos antes, o bien por querer los mejores resultados con la nueva reforma-.
A mi entender, como bien señala el Informe a la UNESCO de la Comisión Internacional sobre la Educación para el Siglo XXI, las políticas educativas han de tener como horizonte el largo plazo, ser fruto del consenso político (no sólo del ámbito profesional), tener tiempo para experimentar y rectificar. En definitiva, deben ser el resultado de procesos de madurez que permitan asegurar -en la medida de lo posible- su viabilidad y su eficacia.
Lo mismo podemos decir respecto de cómo hemos de educar a los niños y a los jóvenes, en los centros educativos. La educación no puede ser fruto de un día, de un año, ni de diez años; es el resultado de toda una vida. Educar en la importancia del largo plazo, de la reflexión y de la reorientación de los procesos, de tener tiempo para prever las consecuencias que tendrán nuestras decisiones en el futuro, debería constituir ejes de actuación y prioritarios en el sector educativo (incluidas, obviamente, las familias).
III.9. Una educación que potencie el pensamiento crítico, creativo y solidario
Obviamente lo primero que hay que tener en cuenta es que el modelo de sociedad más adecuado para este tipo de educación es una sociedad compleja, incierta, inconformista, sin verdades absolutas (o al menos sólo con las mínimas necesarias), cambiante, adaptable y tolerante.
Aceptado este primer punto de partida, podemos señalar cuáles son las implicaciones que tiene promover una educación de estas características. A mi entender son básicamente tres:
La primera es que no sólo es importante el know-how en el proceso educativo, sino que también es muy significativo el know-why, es decir, la capacidad de discernir el «porqué» se hacen determinadas cosas, y no sólo el «cómo se hacen». Este regreso a los inicios, aquello que orienta nuestra forma de actuar, se revela hoy en día, y en un futuro muy inmediato, como imprescindible en esta sociedad compleja y del riesgo que hemos identificado en párrafos anteriores. Un buen ejemplo de lo que acabo de decir lo encontramos en un hecho descrito en el Informe de la Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo presentado por la UNESCO:
«Decepcionados, muchos jóvenes han perdido la confianza en los gobiernos y en la política. Eso es lo que ha puesto de manifiesto la encuesta sobre la Aum Shinrikyo17 en Japón. Esta secta había conseguido constituir todo un «ministerio» de jóvenes brillantes y competentes, diplomados de las mejores universidades japonesas (químicos, especialistas en física aerospacial, cirugía cardíaca, etc...). ¿Qué les atrajo hacía este culto increíble? El deseo de dar sentido a su vida: "No quería que mi vida estuviera vacía de sentido", explicó uno de ellos» (UNESCO, 1997: 107).
La segunda es que en esta sociedad de pensamiento abierto e inseguro es necesario huir de falsos «salvadores» que pretendan asegurar el presente y el futuro a partir de todo tipo de fundamentalismos (religiosas, patrióticas, ideológicas, culturales,...). No hay, en este sentido, mejor antídoto que proporcionar un modelo educativo que desarrolle el espíritu crítico frente a lo que nos rodea. Como bien señala J.M. Mardones (1997: 54), emulando al ilustre poeta Antonio Machado, se deben incorporar a las habilidades de nuestros niños y jóvenes una «vigilancia crítica» a la hora de informarse y comprender los fenómenos que les rodean y las propuestas que se les hacen.
La tercera implicación, sin la cual las dos anteriores no tendrían sentido, es la de dotar a los futuros ciudadanos de un pensamiento creativo, capaz de dar respuestas nuevas a los problemas nuevos que sin duda se nos plantearán. Todo eso sin olvidar la perspectiva de una educación que forme la solidaridad entre los más marginados.
Preguntarse el porqué de las cosas, ver con ojos críticos los análisis y las propuestas que se nos hagan, y ser capaces de dar alternativas nuevas a los problemas desde una visión solidaria de los fenómenos, tendrían que ser objetivos pedagógicos inherentes a cualquier proceso educativo de nuestros días, bien sea en la escuela, bien sea fuera de la misma.
IV. A MODO DE CONCLUSIÓN
No quería finalizar mi exposición sin apuntar algunas ideas que entiendo, concluyentes, sobre la educación en el siglo XXI.
En primer lugar, y aunque pueda parecer una contradicción, no querría que todo lo que he planteado hasta el momento se entendiera como algo concluyente. Es cierto que está fundamentado en la reflexión, el conocimiento de la realidad, y el contraste de ideas de importantes pensadores del pasado y del presente; pero en todo caso hay que ser coherente con lo que uno explica, y en consecuencia recordaría aquí la incertidumbre del futuro. Algunos pedagogos señalan, con bastante acierto desde mi punto de vista, que estamos en las puertas de un cambio educativo equiparable al que se produjo -y de eso ya hace muchos años- con la introducción de la escolaridad obligatoria y generalizada para el conjunto de la población.
En segundo lugar, creo importante que los primeros que debemos tener esta apertura de miras, esta predisposición al cambio, a la innovación -aunque sea a costa de esfuerzo personal y profesional- seamos los que nos dedicamos al mundo de la educación. Difícilmente podremos contribuir a una mejora de la educación y de la sociedad futura si nosotros mismos no incorporamos a nuestras reflexiones, debates, y actuaciones, una mentalidad abierta y liberada frente a los tópicos y tabúes propios del ámbito pedagógico.
En último término es necesario recalcar, una vez más, que la tarea educativa implica de forma muy significativa, también, a los padres, y que la familia tiene que ejercer un papel que, en excesivas ocasiones, ha relegado a otras instituciones sociales. El futuro de la sociedad pasa, también en buena parte, por lo que. ocurre, dentro del hogar.
RESUMEN
El artículo presenta los rasgos más definitorios de la educación del próximo siglo. Con esta visión prospectiva parte, en primer lugar de las características más significativas de la sociedad presente y futura. Entre otros aspectos resalta su multiculturalidad, su envejecimiento poblacional, su interconectividad a través de las nuevas tecnologías, su globalización, su interdependencia; en suma, su complejidad. Este breve análisis sociológico, que plantea el autor, es el paso previo para poder señalar los elementos distintivos de un modelo educativo que debe adaptarse a una situación nueva pero que también debe proporcionar instrumentos para su transformación. La educación intercultural, solidaria, crítica, universalista, creativa, tanto en el marco formal, como no formal e informal constituirán, sin duda alguna, los fundamentos de una sociedad mejor en el futuro.
RÉSUMÉ
L'article est une description des traits les plus importants de l'éducation du siècle prochain. Avec cette vision prospective, on définit les caractéristiques les plus significatives de la société d'aujourd'hui et de demain. On met l'accent sur la multiculturalité, le vieillissement de la population, l'interconnexion de la société avec les nouvelles technologies, sa globalisation, son autonomie; en fait, sa complexité. Après cette brève analyse sociologique, l'auteur montre les éléments les plus significatifs afin de permettre l'adaptation du modèle éducatif à cette nouvelle situation et pour transformer cette dernière. L'éducation interculturelle, solidaire, critique, universaliste, créative -dans les secteurs formel, nonformel et informel- est le pilier d'une société future meilleure que l'actuelle.
1 Este artículo es una versión ampliada de la conferencia impartida por el autor en el Conseil Escolar Municipal - Conseil Municipal d'Educació de Girona, a principios de 1998.
2 Sé que hay colectivos y grupos de países que los cuestionan porque son fruto de la post-guerra y del dominio de los países más poderosos del planeta en aquel momento. Al respecto querría señalar solamente tres cosas: la primera es que, lógicamente, los Derechos Humanos son mejorables; la segunda es que para cambiarlos es necesario encontrar una propuesta que tenga, como mínimo, el mismo grado de consenso que tienen los actuales Derechos Humanos; la tercera es que sólo tienen autoridad moral para criticarlos aquellos países y colectivos que respeten en su seno ciertos principios como la libertad, la participación, la tolerancia frente a las ideas de los otros,...
3 Un buen ejemplo de esto lo proporciona Nelson Mandela en su autobiografía (Long walk to freedom) cuando referiéndose a un encuentro entre jóvenes del pueblo Inuit, al norte del círculo polar, dice lo siguiente:
«(...) hablando con estos jóvenes inteligentes supe que habían seguido mi liberación por televisión y que conocían lo que había pasado en Sudáfrica. «iViva el CNA!» gritó uno de ellos. Los inuit son un pueblo aborigen, históricamente maltratado por los colonos blancos; había un paralelismo entre la situación de los negros de Sudáfrica y el pueblo inuit. Me sorprendió ver cómo el planeta se había vuelto pequeño durante mis años de encarcelamiento; que un inuit, que vive en el techo del mundo, pueda ver la liberación de un prisionero político en el extremo sur de África, me dejó impresionado. La televisión se había convertido, al mismo tiempo, en una arma eficaz para erradicar la ignorancia y promover la democracia» (UNESCO, 1997; 70).
4 Como por ejemplo Joan Majó (1997).
5 La UNESCO en su último famoso informe sobre la educación (1996).
6 J.M. Mardones ( 1997: 19) apunta que el trabajo es, aún hoy en día, quien estructura nuestras vidas; aunque ello es cierto, hay muchos indicios de que es un fenómeno que va perdiendo fuerza.
7 Un excelente libro dedicado a esta cuestión es el de Javier Echevarría ganador del XXIII Premio Anagrama de Ensayo con la obra titulada: Cosmopolitas domésticos, 1995 (Barcelona, Anagrama).
8 Sin entrar en la precisión del dato aportado por V. Verdú, otros expertos confirman la misma tendencia. En un interesante artículo titulado «Home is where the office is» publicado en el Financial Times el 16 de agosto de 1993, ya se apuntaba que en el año 2.000 se calculaba que el 20% de la masa laboral de los EE.UU. de América trabajaría, ni que fuese parcialmente, en casa.
9 Aunque, también, se dice que nunca hasta el momento había habido tantas posibilidades de conflicto armado entre ellos.
10 De hecho las tendencias que he descrito hasta el momento no se sustraen a esta afirmación.
11 Me basaré sobre todo en Mardones ( 1997).
12 Precisamente de aquí se inician los intentos de dominar esta vulnerabilidad mediante prácticas esotéricas, místicas, ufológicas,...
13 Soy consciente de las dificultades que tienen ciertos maestros que trabajan con grupos multiculturales. Al respecto, sólo apuntar dos cosas. La primera es que muchos de nosotros hemos estado acostumbrados a trabajar en entornos monoculturales y, por lo tanto, se nos hace difícil cambiar nuestro hábitos al respecto. Eso es especialmente notorio cuando, por ejemplo, tenemos un 40-50% de chicos y chicas de otras culturas. La segunda es que muy a menudo los problemas que se dan con estos grupos dentro de nuestras escuelas, están más asociados al hecho de ser un colectivo marginado (caracterizado por sus pocos recursos económicos, poca formación, situación laboral del padre y de la madre al margen de la legalidad, clima de violencia familiar, falta de hábitos de convivencia,...) que a la circunstancia de formar parte de una cultura diferente.
Incluso, a veces los profesores constatan que determinados aprendizajes realizados mediante este tipo de actividades son mucho más innovadoras que los que se hacen dentro del aula. Es entonces cuando se es consciente del retraso que tiene la escuela frente a los avances que proporciona la sociedad.
15 En declaraciones al Times Educational Suplement, 30/5/1997, p. 11.
16 Un buen ejemplo de esto es la importancia creciente que está adquiriendo esta temática en países tan diferentes desde el punto de vista del modelo pedagógico, como son Inglaterra, Suecia, Francia o Japón.
17 Hoy en día se ha convertido, de facto, en la tercera fuerza política del país.
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Ferran Ferrer*
* Universidad Autónoma de Barcelona.
Ferran Ferrer
Nacido en Barcelona en 1957 es Profesor Titular de Educación Comparada en el Departamento de Pedagogía Sistemática y Social de la Universidad Autónoma de Barcelona desde el año 1987. Su campo de Investigación se ha centrado básicamente en los países desarrollados, con especial énfasis en los países de la Unión Europea. En concreto, los temas que han ocupado la mayoría de sus publicaciones han sido: los modelos de administración educativa, la gestión de centros, los modelos de enseñanza secundaria y superior y la evaluación de los sistemas educativos, entre otros. Ha colaborado con muchos organismos internacionales tales como la UNESCO, el BIE, el CEDEFOP y la OEI, en donde ha publicado algunos de sus estudios. Actualmente es miembro de la SEEC (de cuya Junta Directiva forma parte), de la CESE y de la CIES.
Datos de contacto: Ferran Ferrer Juliá. Departament de Pedagogía Sistemática i Social. Facultat de Ciències de l'Educació- Edifici G-6. 08193 - Bellaterra (Barcelona). Teléfono: 93 581 31 89. Fax: 93 581 14 19. E-mail: [email protected].
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