El 12 de febrero de 1804 moría Kant en Kónigsberg, la capital de la Prusia oriental, donde había nacido casi ochenta años atrás, el 22 de abril de 1724, y de la que apenas salió. Le habían ofrecido cátedras en las universidades de Erlangen, Mitau, Jena, y sobre todo en la muy prestigiosa de Halle, donde había enseñado Christian WolíF, la figura principal de la ilustración alemana; pero él no quiso marcharse. A esta última universidad había sido invitado por el Ministro prusiano, el Barón von Zedlitz, deseoso de seguir consolidando su fama como primer centro de estudios en Alemania, primero en carta del 28-2-1778, y por segunda vez el 28-3-1778. Para obligarle le ofrecía un sueldo mucho mayor, y le conminaba diciendo que era su deber ir al sitio adecuado para poder difiindir mejor sus conocimientos y ser más útil.
A pesar del envite (deber, utilidad pública y dinero) Kant no aceptó la invitación de su poderoso amigo. Las dos razones para ello las encontramos en la carta que dirigió días después, a principios de abril de 1778, a su querido discípulo Marcus Herz. La primera se refiere a su precaria salud, a la fragilidad de su cuerpo, por la que teme cualquier cambio, cualquier cincunstancia que perturbe su tranquilidad provinciana y sus hábitos regulares. En El conflicto de las Facultades confiesa que tuvo que sobreponerse a una tendencia a la hipocondría: «Debido a mi pecho plano y estrecho, que deja poco espacio al movimiento del corazón y de los pulmones, tengo una predisposición natural a la hipocondría, la cual rayaba en el hastío de la vida en años pasados. Pero la reflexión de que la causa de esta opresión del corazón fiíera quizás simplemente mecánica hizo que pronto no le prestara yo la menor atención y que, mientras sentía opresión en mi pecho, reinara en mi cabeza sin embargo tranquilidad y serenidad, que no dejaban de comunicarse también en el trato social, no según un humor cambiante (como suelen hacer los hipocondríacos), sino de una manera intencionada y natural. Y dado que uno se alegra más de la vida por aquello que hace en el libre uso de la misma que por lo que goza, por eso los trabajos intelectuales pueden oponerse a los entorpecimientos que sólo importan al cuerpo promoviendo otra clase de sentimiento vital. Me ha quedado la opresión, pues su causa se halla en mi constitución corporal, pero he llegado a dominar su influjo sobre mis pensamientos y acciones desviando la atención de ese sentimiento, como si nada tuviera que ver conmigo»1. Kant, que a penas medía, 1,54 m, siempre se quejó de su débil estructura muscular, nerviosa y ósea. Su pelo era rubio, sus ojos azules, color al que daba importancia, y nunca usó gafas. Por lo demás, Borowski, su discípulo y amigo, asegura en su biografía que, aunque «delgado en extremo», «estaba bien constituido en general, sin defectos, a excepción de que el hombro derecho, ya en sus afios mozos, era sensiblemente más alto que el izquierdo»2.
La segunda razón por la que no aceptó ir a Halle da sentido también a la primera: quiere dedicar todas sus fuerzas a su obra, a su proyecto crítico, a la elaboración de su filosofía. Los dos motivos, enlazados, aparecerán repetidas veces en su correspondencia posterior, y en sus reflexiones privadas. Atrás había dejado las visitas al café y al teatro, sus partidas de billar o de otros juegos de los afios anteriores, cuando F. A. Bottiger le había considerado como «el hombre más galante del mundo»3, y a partir de los años setenta toda su energía estaba dirigida hacia el pensamiento y la escritura. Hay que saber limitarse para hacer algo grande, decía Goethe.
Cuando le llegó la carta de von Zcdlitz, Kant tenía sobre la mesa el reciente libro de Tetens, Ensayo sobre la naturaleza humana y su desarrollo, que le retuvo algún tiempo de camino a su Crítica, pues guardaba ciertas semejanzas con su proyecto. Por mucho que anunciara a su discípulo una pequeña obra para aquel verano si la salud le acompañaba, no fiíe hasta 1781, tras once años de silenciosa gestación, cuando pudo sacar a la luz la Crítica de la razón pura, posiblemente una vez descubierto el concepto de objeto transcendental (el significado de las categorías en su conjunto) y el papel clave de la imaginación transcendental. Después, en el apretado tiempo de 17 afios, escribió el resto. Eso no impedía que a partir de finales de los años ochenta soliera invitar a comer a su casa de dos a cinco amigos para mantener una conversación animada durante unas tres horas antes del paseo acostumbrado.
Posiblemente fuera esa intensa dedicación a su filosofía, más su débil constitución corporal y la falta de dinero que sufrió hasta conseguir la cátedra en 1770, lo que contribuyó a que Kant no contrajera matrimonio. A sus setenta y cinco años bromeaba con un visitante sobre este tema: «Cuando podía necesitar una mujer, no hubiera podido alimentar a ningima, y cuando hubiera podido alimentarla, ya no la necesitaba»4. Borowski asegura que «Kant amó. Conozco a dos de sus dignísimas mujeres (¡a quién le puede importar sus nombres!) que, una tras otra, atrajeron su corazón y su inclinación. Pero él ciertamente ya no se encontraba en la edad juvenil, en la que uno se decide pronto y elige con rapidez. Él procedió con excesiva cautela, vaciló con la proposición, que verdaderamente no hubiera sido rechazada, y mientras tanto una se fue de allí a una región más alejada, y la otra se entregó a un hombre honrado que fue más rápido que Kant en decidirse y prometerse»5.
Por muy esperada que fiíera, en los primeros años de su aparición la Critica de la razón pura había tenido como respuesta un embarazoso silencio, y un par de reseñas mostraron más bien una gran incomprensión respecto a su novedad. Pero hacia mediados de los ochenta su obra fiíe conquistando la escena filosófica de Alemania, y después fuera de las fi-onteras. A eso contribuyeron bastante las Cartas sobre la filosofía kantiana de Reinhold, editadas en la Alígemeine Literatur Zeitung («Revista general literaria») de Jena, la revista que se convirtió en el órgano de difusión del kantismo. Fue entonces nombrado miembro de la Academia de Ciencias de Berlín (1786), de la de San Petersburgo (1794) y de la de Siena (1798). Pero Kant, que siempre animaba a sus alumnos y lectores a pensar por sí mismos, a no aprender filosofía sino a filosofar, dio ocasión no sólo a repetidores de su letra, sino igualmente a creativos continuadores de su obra, deseosos de ir más allá, comenzando por el mismo Reinhold (a partir de 1789), y siguiendo por Maimón (desde 1790), Fichte (1794), Schiller (1795) o Beck (1796), lo que desembocó en los poderosos movimientos del romanticismo y del Idealismo alemán. Kant no los siguió, continuó elaborando su sistema, alejándose de ellos6. A partir de 1801 todos los filósofos creativos habían abandonado su método transcendental, incluido Fichte, aunque siguiera invocándolo. Desde entonces Kant se había convertido en un clásico aún en vida, un suelo al que volver cada vez que se perdiera el nunbo.
No impidió su fama que, a raíz del libro sobre La religión dentro de los límites de la mera razón, el rey Federico Guillermo II, que, entre otras cosas, creía haber visto varias veces a Jesús, y que cambió en el Ministerio al Barón von Zedlitz por el teólogo J. F. WoUner, le prohibiera seguir tratando los temas religiosos. La primera parte logró pasar la censura teológica de la Comisión de Censura Religiosa berlinesa, y fue publicado como artículo, pero la segunda parte fue prohibida. Entonces Kant, proclamando la independencia de la filosofía fi-ente a la teología, envió las cuatro partes como libro a la Facultad de Filosofía de Jena, que le dio el imprimatur, y allí se publicó. Además se permitió afirmar, en clara alusión crítica a la coalición monárquica contra la Revolución Francesa, que un pueblo sólo consigue madurar para la libertad si se le deja libre, pues «no se llega a estar maduro para la razón de otra manera que mediante los propios ensayos (y uno ha de ser libre de poderlos hacer)»7. Ante la prohibición del rey, Kant actúa como un subdito y funcionario, y la acepta: «Retractación y desmentida del propio convencimiento interior es infame, escribe él en una reflexión particular; pero callar en un caso como el presente [en el que el Rey le ordenó que guardara silencio sobre cuestiones religiosas] es deber de subdito; y si bien todo lo que uno dice ha de ser verdadero [mejor dicho, veraz], no es por eso también un deber decir públicamente toda la verdad»8. Escribió entonces El conflicto de las Facultades explicando todo este asunto y dando su opinión, pero no lo publicó hasta 1798, una vez que había muerto Federico Guillermo II. Es de las últimas cosas que sacó a la luz.
En la carta a Schütz del 13 de septiembre de 1785 se queja ya de su vejez y de que ahora le cuesta más mantener la visión de conjunto del sistema, de que ha perdido la facilidad que antes tenía para ello. Esto pareció agravarse hacia finales de 1789, como le relata a Reinhold en carta del 21 de septiembre de 1791: «Desde hace aproximadamente dos años se ha producido en mi salud, sin causa visible y sin una enfermedad real [...], una repentina revolución, que ha cambiado completamente mi apetito en relación al acostumbrado goce diario. En esto mis fuerzas y mis sensaciones corporales no fueron afectadas, pero sí sufrió un gran cambio mi capacidad para trabajos intelectuales e incluso para la lectura de mis clases. Sólo de dos a tres horas por la mañana puedo emplear para lo primero de una manera continuada, pues después se ven interrumpidas por una somnolencia (independientemente de que haya dormido muy bien por la noche), y me veo obligado a trabajar a intervalos, con lo cual el trabajo progresa mal [...] Pienso que no es otra cosa que la vejez, que obliga a pararse a unos antes y a otros después, pero que a mí me resulta tanto más inoportuna por cuanto que veo que se opone a que pueda terminar mi plan [de concluir mi filosofía] »9. Sus lecciones pierden entonces vivacidad, se hacen más monótonas, «soporíferas », anota Fichte en su Diario el 4 de julio de 179110.
En los años noventa redujo sus horas lectivas, «a las lecciones privadas había renunciado ya en 1793, porque sus fuerzas estaban muy agotadas como para poder hablar varias horas seguidas»11, y desde el verano de 1796 dejó de dar clases también en la Universidad por motivos de salud. El 14 de junio del siguiente año, en una especie de homenaje espontáneo y despedida, los estudiantes de la universidad, con varias bandas de música, se dirigieron a la casa de Kant a pronunciar un discurso en su honor y a recitar un poema (un carmen) sobre él, en donde se le proclamaba como «el mayor espíritu de la tierra», más grande que Platón y Newton, el «que ilumina lo más oscuro con clara claridad, / a pesar de la inestabilidad de su débil envoltura»'12. Desde 1776 a 1791 había sido Decano de la Facultad de fílosofía durante cinco cursos, y en los semestres de verano de 1786 y de 1788 Rector de la Universidad de Konigsberg, pero hasta el 14 de noviembre de 1801 no renunció a su puesto en el Senado Académico.
En la segunda mitad de 1798 de nuevo notó claramente cómo le iban abandonado las fuerzas físicas y mentales. En carta a Garve del 21 de septiembre de ese año se queja de que ya apenas puede estudiar, y de que más bien se limita a vegetar (comer, caminar y dormir), sin poder dar cuenta final de su filosofía, lo que para él se convierte en un suplicio tantálico. A Kiesenwetter, en otra carta del 19 de octubre, le escribe que debido a su debilidad senil «no está en condiciones de terminar un trabajo que tiene entre manos, con el que piensa concluir la empresa crítica y cubrir una laguna que aún queda, a saber, 'la transición desde los principios metafísicos de la ciencia natural a la física'»13. No logró llevar a cabo ese proyecto. En sus folios se puede ver el eco de la nueva filosofía, la de los postkantianos (Beck, Fichte y Schelling) o la del spinozista Lichtenberg. La obra quedó en estado frumentario, en notas que fiieron escritas desde 1795 hasta febrero de 1803, pero situadas casi todas ellas entre 1798 y 1801, y que no se publicaron completas hasta principios del siglo XX14.
El diácono Andreas Christoph Wasianski, que había asistido a sus clases de 1773 a 1780 y había sido su amanuense, ftie acercándose a él cada vez más como amigo desde 1790. A partir de noviembre de 1801 Kant le confió todo el gobierno de su casa y su fortuna. En enero de 1802 despidieron al sirviente Martín Lampe, que había estado al servicio de Kant durante cuarenta años, pero que se había hecho viejo, de mal carácter, poco diligente y bebedor, e introdujeron a otro (Johann Kaufmann)15. Las fiíerzas mentales y físicas de Kant se fiieron apagando poco a poco, a penas podía leer, se quedaba dormido y se caía de pie o sentado. Fue perdiendo la memoria, sobre todo la de los hechos recientes, y la noción del tiempo. La muerte de sus amigos, la pérdida de todos los dientes, así como la de los sentidos del tacto y del gusto, sus dificultades para moverse, sentarse y hacer sus necesidades, todo eso le hicieron penosa la existencia durante sus últimos años de vida. A Cari Christoph Schoen, el Pastor protestante con el que se iba a casar la hija de su hermana, le escribe el 28 de abril de 1802, en la penúltima carta que conservamos de Kant: «Mis fuerzas disminuyen cada día, mis músculos desaparecen, y aunque nunca he tenido una enfermedad propiamente dicha, ni temo que venga ahora ninguna, sin embargo hace dos afios que no he estado fuera de casa»16. En el invierno siguiente se acentuaron los flatos y sus molestas presiones en la boca del estómago, y tuvo fuertes pesadillas nocturnas sobre asesinos y ladrones. Su discípulo y colaborador R. B. Jachmann le visitó el 1 de agosto de 1803 y nos cuenta que Kant no logró ya reconocerle17. En el otoño, tras una dura caída, resolvieron que no podía quedarse sólo, y Wasianski hizo venir a una hermana de Kant, Catalina Bárbara, casi ocho años menor que él, para que viviera allí y le cuidara. De pura debilidad apenas podía andar y hablar, y también comenzó a perder visión en su ojo derecho, quedándose finalmente ciego (por el izquierdo hacía tiempo que no veía). En las últimas semanas su espíritu estaba casi todo el tiempo ausente, y sin embargo el 3 de febrero de 1804, cuando su colega médico vino a verle, aún sacó fuerzas para levantarse, darle la mano y no sentarse hasta que el médico lo hizo: «El sentimiento de humanidad todavía no me ha abandonado», dijo18. Los últimos días ya no comió, ni se levantó de la cama, y sin aparente dolor se fue apagando, hasta que el 12 de febrero, a las 11 horas, dejó de respirar.
De su cabeza se hizo una mascarilla de yeso, se le vistió y se expuso su cuerpo en el comedor. Allí acudieron durante dieciséis días un interminable fluir de conciudadanos a decirle su último adiós. Kant había dejado escrito en 179919 que quería un entierro simple, por la mañana temprano y sólo entre amigos, pero el día 28, cuando tuvo lugar, a las dos de la tarde, estuvo la ciudad entera con sus autoridades acompañando el féretro bajo los sonidos de una banda de música y de todas la campanas de la ciudad. En la catedral e iglesia de la Universidad le esperó el Senado Académico, se ejecutó una cantata, se pronunciaron dos discursos, y en el cementerio de esa iglesia fiíe enterrado.
Al contrario de lo que ocurría en su ciudad, la muerte de Kant apenas tuvo eco en Alemania, ocupada ya con otras filosofías, como vimos. Cabe destacar, sin embargo, el breve artículo que publicó Schelling en su memoria. En él se vuelve a comparar la filosofía de Kant con la Revolución francesa, no sólo por su coincidencia en el tiempo, sino también porque en las dos alienta el mismo espíritu. En efecto, Schelling afirma que Kant tuvo en su persona una clara tendencia hacia la elegancia y la sociabilidad francesa, y al igual que aquella Revolución también pensó y puso al sujeto como activo, instaurando una revolución en el modo de pensar. Además «ambos tuvieron en común el carácter meramente negativo y la insatisfactoria solución del conflicto entre la abstracción y la realidad efectiva»20, una apreciación que ya Hegel se había encargado de difimdir desde sus primeros años en Jena. Kant había significado por ello la frontera entre dos épocas en la historia de la filosofía, la que él arrumbó por completo (el «demoledor de todo» le había llamado Mendeissohn), y la siguiente (en la que naturalmente se sitúa Schelling), la que preparó de manera negativa, es decir, derribando obstáculos. Lo que Schelling más aprecia es el incontenible impulso de la filosofía kantiana hacia la totalidad, y sobre todo la «Crítica del Juicio estético»: en una época en la que se valoraba todo desde el sentimentalismo o desde la utilidad, «él se elevó a una idea del arte en su independencia respecto a cualquier otro fin que no sea el que se halla en él mismo, expuso la incondicionalidad de la belleza y exigió ingenuidad como esencia del genio artístico [...] Sólo a partir de Kant y gracias a él ha sido expresado, también de un modo científico [es decir, sistemáticamente y desde el concepto filosófico], la esencia del arte»21, sobre la que Schelling estaba trabajando en ese momento.
En el último testamento de Kant, redactado el 27 de febrero de 1798, y que invalidaba otro de 29 de agosto de 1791, nombra como albacea al Prof. Gensichen (éste heredó al final la biblioteca de unos cuatrocientos volúmenes que tenía Kant) y reparte su no exigua fortuna entre sus hermanos y sobrinos, asignando una pensión de 400 gulden a Lampe. El 14 de diciembre de 1801 añadió tres disposiciones, concediendo a su cocinera Louise Nietschin dos mil gulden, a Wasianski dos mil táleros, y le nombró además albacea. El 22 de febrero de 1802, a consecuencia de haber despedido a Lampe, le reduce la pensión anual a 40 táleros. A su nuevo sirviente, Johann Kaufmann, le asigna el 3 de mayo de 1802 100 táleros y tres meses más de sueldo después de su muerte, y el 7 de febrero de 1803 le añade 50 táleros por año de servicio22.
Debido al deterioro en el que había caído la tumba de Kant, en 1880, ante el centenario de la publicación de la Crítica de la razón pura, se procedió a su renovación. Se abrió el sepulcro, donde se encontraron dos esqueletos, se identificó el de Kant, éste fiíe puesto en un ataúd de estaño provisto de documentos identificatorios y lo volvieron a enterrar el 21 de noviembre en un mausoleo neogótico, construido allí mismo. Sobre una pared se podía leer: «El cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mí». El deterioro de ese mausoleo hizo que fiíera necesario de nuevo derribarlo y sustituirlo por otro en la segunda década del s. XX.
En 1893 fue echada abajo la casa en la que vivió Kant desde 1783 hasta su muerte, y en su lugar se levantó im comercio. Al final de la Segunda Guerra Mundial Konigsberg fiíe anexionada por Rusia (como lo había sido durante la Guerra de los Siete años en vida de Kant, entre 1758 y 1762), y recibió el nombre de Kaliningrado, situación que perdura en la actualidad. En 1950 el ataúd de Kant fiíe abierto por desconocidos y sus restos desaparecieron.
1 Ak.-Aiisg. VII, 104; hay traducción en Kant, El poder ile las facultades afectivas, cd. Vicente Romano, Aguilar, Buenos Aires, 1968. Éste es el tercer ensayo que Kant colooS en su libro El conflicto de las Facultades (1798) como respuesta al de su amigo y médico Hufeland Sobre el arte de prolongar la vida humana (1796), un tema favorito de Kant en sus conversaciones. En él encontramos sus normas para conservar la salud o principios dietéticos sobre la comida y la bebida, el sueño, la respiración, etc.
2 Die Biographien [= Immanuel Kant. Sein Lehen in Darstellungen van Zeitgenossen. Die Biographien von L. E. Borowski, R. B.Jachmann undE. A Ch. Wasianski, Wissenschaftliche Buchgesellschaft, Darmstadt, 1993], p. 46-47; hay traducción española de esta biografía contemporánea de Kant en Ludvwg Emst Borowski, Relato de la vida y el carácter de Immanuel Kant, ed. Agustín González, Tecnos, Madrid, 1993; la cita está en la p. 70. «No se ha de ablandar el cuerpo, pero sí cuidarlo de manera que uno pueda seguir activo durante toda la vida y lo más libre de sufrimiento posible, ése era un principio que Kant tuvo siempre presente» y que aconsejaba a sus oyentes en cualquier ocasión (o. c. p. 46; trad. p.69-70). Sobre la vida de lórnt puede leerse la reciente biografía de Manfred Kuehn, Kant. Una biografía. Acento, Madrid, 2003.
3 Bottiger, Literarische Zustdnde undZeitgenossen, Leipzig, 1838, reed. Suhrkamp, Franldurt, 1972, tomo 1, p. 133 (en Gerd Irrlitz, Kant HaruUmch. Lehen und Werk, Metzlcr, Stuttgart, 2002).
4 Recogido en Karl Vorlánder, Immanuel Kant. Der Mann und das Werk, Félix Meiner, Hamburg, 1977 (2.»ed.), I, 194.
5 Die Biographien, p. 60; trad. p. 91.
6 El último y no muy glorioso paso que da Kant en ese distanciamiento de la nueva filosofía es su «Declaración relativa a la Doctrina de la Ciencia de Fichte», el 28 de agosto de 1799 en la revista ALZ de Jena (Ak.-Ausg. XII, 370-371).
7' KANT, La relian dentro de los límites de la mera razón, IV, 2, § 4, Ak.-Ausg. VI, 188 nota
8 Ak.-Ausg. XII, 406.
9 9Ak.-Ausg.XI,288.
10 Fichte, Tagebuch meiner OsterAbreise aus Sachen nach PohUn, undPreufien, en GesamtausgabeWll, p. 415, Frommann, Stuttgart, 1962.
11 Die Biographien, p. 75; trad. p. 114.
12 2Ak.-Ausg.XII,4ll-4l2.
13Ak.-Ausg.XII,257.
14 Es el llamado Opus postumum, traducido en Immanuel Kant, Transición de los principios metafísicas de la ciencia natural a la física, ed. Félix Duque, Editora Nacional, Madrid, 1983 (reed. en Anthropos, Barcelona).
15 «Un fenómeno singular de la debilidad de Kant fue el siguiente. Normalmente se apunta lo que no se quiete olvidar, pero Kant escribió en su librito: "el nombre de Lampe hay que olvidarlo enteramente" (Wasianski, Die Biographien, p. 234), porque continuaba llamado Lampe al nuevo sirviente. «Ya en el año 1799, cuando su debilidad apenas era perceptible, dijo una vez, explicándose sobre ella en mi presencia: "Señores, soy viejo y débil, me han de considerar como un niño"» (p. 208).
16 Ak.-Ausg XII, 340. «Jamás contrajo una enfermedad dolorosa ni prolongada, nos dice Borowski, si bien nunca se vio libre, hasta donde él puede acordarse, de un dolor que sentía bajo el pecho» (Die Biographien, p. 44; trad. p. 66).
17 En DU Biographien, pp. 176-177.
18 Wasianski, Immanuel Kant in seinen letzten Lehensjahren, en Die Biographien, p. 264. Las últimas palabras que pronunció hacia la una de la madrugada del mismo día de su muerte fueron tEs istgut». Éstas no hay que entenderlas como una filosófica aceptación del mundo y de la vida: «Está bien», o compararlas con alguna de las palabras de Cristo en la cruz, como algunos han hecho. Wasianski le estaba dando a beber ima mezcla azucarada de vino y agua, y Kant le indicaba seguramente que ya era suficiente, que no quería más.
19 Ak.-Ausg.XII,4l7.
20 Schelling Werke, Beck'sche Verlagsbuchhandlung, München, 1927, t. III, p. 589.
21 O. c. p. 592-593.
22 Véase Ak-Ausg. XII, 382-390.
Jacinto RIVERA DE ROSALES
UNED
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